¡por los dioses, Helena!

III

Mientras arropaba a su hija entre las frazadas de algodón, Sofía miró la habitación vacía, con las cajas sin abrir y con un frío colándose por las ventanas.

Recién se habían mudado, huyendo de un esposo abusivo y de una vida desdichada.
Cuando William le había puesto un dedo encima a su niña, decidió que esa era la gota que había revalsado el vaso y tomó el primer avión hacia un pequeño pueblo al norte de Alaska.

Lamentó haberlo hecho demasiado tarde y que haya tenido que pasar algo tan terrible para por fin ser valiente.

En Girdwood nadie las encontraría y ambas estarían a salvo.

Sofía no dejaría que nada ni nadie volviera a lastimar a Helena.

—Mamá no tengo sueño— dijo fregandose los ojos.

—Helena ya es tarde y mamá también está cansada—

—Entonces cuéntame un cuento y me iré a dormir—

¿Quien podría resistirse ante la ternura de esta pequeña?
Sofía se rindió ante su encantadora niña y suspiró agotada.

—Bien, uno solo— la infante se acomodó y cruzada de brazos la escuchó, con una sonrisa de oreja a oreja en su rostro— Hace mucho, mucho tiempo, había una niña desobediente—

—No me gusta este cuento— hizo un puchero y Sofía entro a reír.

—Cariño, te prometo que te gustará— acariciando los cabellos pelirrojos de su hija, continuó— Hace mucho, mucho tiempo, había una niña desobediente. Era tan desobediente que a su madre le salían canas rojas, azules y amarillas. A dónde fuera causaba un gran alboroto y rompía todo a su paso. Un día se dió cuenta de que ya lo había hecho todo y cansada se dispuso a caminar. Caminó tanto hasta que su casa apenas podía verse a lo lejos, hasta que le dolieron los pies y hasta que las suelas de sus zapatos se gastaron. Entonces, entre los árboles de un bosque, encontró un templo tan, tan grande que el techo parecía infinito. Estaba hecho de marmol y sus columnas estaban adornadas con relieves. La niña con una curiosidad implacable entró sin dudarlo dos veces y entonces sus pies le empezaron a doler y el cansancio se hizo notorio en ella. Así que se acostó en el frío suelo y se quedó dormida. Cuando despertó, un joven muy apuesto yacía mirándola asombrado, como si nunca antes hubiera visto nada parecido. En su pecho una sensación de amor empezó a crecer y entonces lágrimas de oro brotaron de sus ojos. La niña, que nunca había visto a nadie mirarla con tanta devoción, se enamoró de él a primera vista y ahí mismo ambos se juraron amor.

—¡Iugh! Y vivieron felices y comieron perdices.— Helena hizo una mueca de asco y se tapó los oídos. No le gustaban los cuentos con dulces finales.

—Te dije que te gustaría. ¿Quieres que siga?— Sofía la miró cansada y cuando su hija asintió, ella se acomodó en su lugar y se aclaró la garganta— Pues bien, ¿En que estaba? ¡Ah, si! Los siguientes días, la niña siguió durmiendo en el templo y el joven volvía al lugar cada vez que podía. No solo se había enamorado de él, también había quedado encantada  y con las historias que le contaba acerca de un mundo sobre las nubes, de caballos con alas volando por los cielos y de monstruos mitad animales y mitad humanos. También le contó la historia de héroes peleando contra serpientes gigantes y un hombre que era capaz de derrotar hasta lo inimaginable con el poder de mil rayos. Cada día era una historia diferente. Pasaron los años y ambos se hicieron adultos, y así como el tiempo pasó, su amor creció. Él le prometió que siempre la amaría y nunca la dejaría y ella prometió nunca abandonar el templo y esperaría por él sin importar las dificultades. A cambio, él le regaló una flor tan bella que hasta su propia vida de la joven dejó de importarle y con devoción se entregó completamente a ella. Cuando el caballero contempló  y a su amor, se dió cuenta de que ya no era una prioridad y con tristeza abandonó el templo y desapareció. Ella despertó en el bosque, entre ramas y hojas y el nunca más volvió. Ella lloró y lloró hasta el cansancio, abrazando aquella flor que era el recuerdo de aquel primer amor.

Sofía terminó su historia con un nudo en la garganta y le sonrió a su hija anhelando algo que jamás nadie imaginaría.

—Fue un final feliz mamá— dijo Helena consolando a su madre— Al final, ella se quedó con su flor y abandonó ese lugar. No imagino lo solitario que habrá sido para ella esperar por él cada día. ¿La niña es feliz ahora, mamá?.

—Ella es completamente feliz ahora, mí amor—

Abrazó a su pequeña e inhaló el delicioso aroma a lavanda que provenía de ella. Ahí, justo ahí, estaba su mundo entero, su devoción, su más grande motor.

—Cariño, prométeme que siempre serás mí niña y obedecerás todo lo que te diga— habló apretándola contra su pecho—Helena es de mamá, solo de mamá.

Helena retorciéndose entre las frazadas, se quedó inmóvil y por un segundo un miedo indescifrable se apoderó de su cuerpo. Su respiración se volvió entrecortada y como quien lée una historia de terror, el sentimiento de que algo terrible estaba por venir apareció.

—Mami, me estás lastimando—

—Helena es de mamá, dilo— clavó sus dedos en los pequeños brazos de su hija.

—Helena es de mamá— obedeció.

—Y Helena jamás dejará a mamá, jamás de alejará de su hogar, jamás escuchará a nadie más que a mamá. Dilo—

—Nunca lo haré, mami. Lo prometo—

Y allí toda esperanza, todo color, toda luz desapareció de la vida de Helena; para adentrarse en un mundo oscuro y vacío donde escapar no era una opción.



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En el texto hay: fantasia, dioses, romance

Editado: 05.10.2021

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