¡por los dioses, Helena!

IIII

Ya había amanecido y ella aun lloraba en su habitación. 
No logro conciliar el sueño tratando de terminar el informe y su laptop le había jugado una mala pasada.
 

Se había reiniciado.
 

—Solo mátame y ya— dijo mirando al techo mientras se desplomaba en su cama—
 


 

Se arropó entre las frazadas y le pareció que esté era de los días más helados en años.
 


 

Helena estaba acostumbrada al invierno eterno. Vivía en uno de los pueblos más pequeños al norte de Alaska y eran usuales las heladas. Pero este día en particular, el frío se le había colado por los poros y el vapor saliendo de su boca la ayudaba a calentar sus manos. 
 


 

Pensó nuevamente en el informe y en todas las tazas de café que se había tomado,se había esforzado tanto.  
 

—Estupida basura de segunda mano—miró a su laptop con impotencia y las lagrimas en sus ojos se abrieron paso—Ahi va mí beca.
 

No solo su beca, sino también cualquier esperanza de salir de su hogar. Estaba cansada, agotada, exasperada de siempre ver los mismos paisajes.
 


 


Apenas podía caminar por su jardín, nunca más allá. Si quería dar un paseo, debía ser siempre acompañada. Y el bosque...

El bosque estaba estrictamente prohibido. Mencionar ese lugar ponía los nervios de punta a Sofía, su madre.

Ni siquiera había sido capaz de comentarle acerca de su postulación a una beca en Stanford. 
¿Y cómo podría? Si quedaba a miles y miles de kilómetros, incluso en otro país.

Pensó que si simplemente la aceptaban, su madre no tendría opción.

Después de tantos años había aprendido a odiar su casa, sus cuatro paredes, su jardín sin flores, el pasto seco, el cielo lúgubre. Ese no era el lugar donde quería estar, ese no era el futuro que quería para ella.

Así que sin más, sin querer quizá, cerró los ojos y se quedó dormida.

¿Quien sabría que ese había sido un grave error?

                  *********************

Fue el sueño lo que la despertó. Abrió los ojos de golpe, pero tardo unos segundos en darse cuenta de que los sonidos no eran reales. No había nadie. Nadie lloraba.

Inspiraba hondo e irregularmente, y se tapó la cara con la almohada. Mientras toda ella se relajaba y el corazón recuperaba su ritmo habitual, trato de recordar el sueño. Se había esfumado , dejando en su lugar una sensación de angustia intensa, profunda soledad y el recuerdo de alguien que sollozaba. Muy triste y desesperanzado. Muy real.

—Bueno, entonces olvidalo— pensó.

Abrió un ojo. La luz de la mañana brumosa y gris se filtraba en la habitación por debajo de las cortinas cerradas. Retiro las sabanas, apoyo los pies en el suelo y se sentó en la cama; se sentía pesada y lento.

 

Miró el reloj, apenas habían pasado dos horas. Se frotó los ojos, se levantó y se vistió con la delgada bata de seda que le había regalado su abuela.

 

Caminó hacia la cocina mientras se hacía una coleta. Miro a su alrededor y hechó una ojeada ausente a la persona parada adelante de ella, dándole la espalda. Pero no vio mas que una imagen borrosa. Arrugo la frente apretando los ojos y lo intento otra vez. Perpleja, caminó despacio hacia ella.

 

Un viento invernal se colaba por todos los lugares visibles e invisibles, le congelaba el cuerpo, los huesos, hasta la sangre en las venas. Helena sentía frío y miedo. La observó con recelo. Entonces empezó a calmarse y se olvido del frío, del riesgo, de la mala noche pasada por culpa del informe. Se olvido de todo por que la adrenalina le sacudió el cuerpo al pensar en esos ojos que la estaban mirando con furia, irá, y tristeza.

 

Observó la mesa a su lado y ahí estaba su laptop con la pantalla encendida, mostrando el informe a medio hacer y la página de Stanford con sus datos. El miedo la invadió.

—Mamá—

 

—¿Stanford?— preguntó Sofía, acercándose a ella.

Helena por instinto retrocedió hasta que su espalda tocó la pared.

 

—Por favor escucha...—

 

—¡¿Arqueología?!— la interrumpió— ¿En que diablos estabas pensando, Helena? Sacrifiqué todo por ti, te traje a este lugar para que estés segura. ¿Y así es como me pagas?—

 

—Es mí sueño, mamá—

 

—¿Irte?— los ojos de Helena se abrieron de par en par. Sus pupilas se agrandaron. Era una imagen que asustaba a cualquiera que la viera— ¿Acaso...tú y yo no hablamos de eso? ¿No fui clara?—

 

—¡No voy a quedarme aquí toda mí vida mamá!— gritó, Helena — Detesto este lugar, me limita, me ahoga; y tú también. Desde los ocho años que no me dejas respirar. No puedo ir a ningún lado sino es contigo, no puedo conocer a nadie a menos que tú lo apruebes, incluso toda mí educación fue aquí, en casa. Quiero vivir, mamá. Por favor, déjame conocer el mundo—

 

—¡No!— en un arranque de locura, Sofía tiró la laptop de su hija. La pisaba, la escupía mientras sonreía— Nunca te irás, no dejarás este pueblo. ¡Jamás!

 

Helena estaba perpleja, su madre jamás se había comportado de esta manera. Sentía terror, como si estuviera dentro de una película y esto no fuera real. Se abrazo intentando protegerse de cualquier cosa, se consolaba a ella misma.
Entonces empezó a llorar como una niña pequeña.

 

—¿Por qué, mamá? ¿Por qué me haces esto?—

De repente, Sofía paró su insensatez y se dió cuenta de todo. Recobró la compostura, arregló su vestido y se peinó su cabello.

 

—Lo hago por ti, para protegerte.—

 

—¿De quién? ¿De papá?— no lo podía creer— Él ya no está, el nisiquiera nos buscó. Él no está aquí.—

 

—No, no de tu padre.—

 

—¿Entonces de quién diablos?—

 

Sofía con la sonrisa más maternal, acarició las mejillas de su hija.

 

—Aun no lo entiendes, pero hay cosas más complejas, cariño—

 

—Explicame—



#9254 en Fantasía
#21621 en Novela romántica

En el texto hay: fantasia, dioses, romance

Editado: 05.10.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.