Helena
Me desperté del sueño cuando una de las patas de Cerberus golpeó mí frente.
Me había quedado plácidamente dormida en su lomo.
Abrí los ojos y tenía a Ares mirándome con una sonrisa altanera en su rostro.
—¿No que no te gustaba?—
Cerberus era un perro bastante peculiar, digo, no todos los días te encuentras a uno con tres cabezas. Pero es que en su forma normal, era amigable y muy tierno. Me arrepentí al haberlo juzgado tan rápido.
Supongo que era porque nunca había tenido una mascota. Mamá decía que una animal era una pérdida de tiempo ya que no vivían lo suficiente y me iba a encariñar para después verlo morir.
Sin apegos innecesarios, me ahorraba dolores innecesarios.
—Cerberus es un perro bueno— dije.
—Por supuesto que lo es, mí tío lo cuida muy bien.—
—Si es de tu tío ¿Por qué lo tienes tú?—
Se acomodó en su lugar y empezó a sacarse la armadura que lo cubría.
Era de oro y plata, y se notaba que pesaba un montón. ¿Cómo podía siquiera llevarla puesta?
—Me lo dejó encargado, él es un tipo bastante ocupado ¿Sabes?— habló con orgullo— Y aún así se da tiempo para criarlo y enseñarle modales.—
—Debiste pedirle que te enseñe a ti también— bromeé.
Ares no reaccionó y se quedó en silencio mientras terminaba de sacarse el armazón que protegía su pecho, una túnica por debajo de él lo cubría completamente y dejaba ver sus grandes músculos. Sus venas sobresalían un poco, era gigante al lado mío. Su presencia, incluso, me hacía sentir pequeña e intimidada.
—¿Me vas a seguir comiendo con los ojos?—
Me sobresalté y de repente empecé a sentir un calor abrazante por todo mí rostro. Lo había estado mirando desvestirse todo este tiempo sin parpadear.
Me aclaré la garganta e ignoré su actitud egocéntrica.
—Estas justo delante mío ¿Qué quieres que haga?—
Soltó una risa burlona y se acarició el cuello con un gesto de dolor en sus ojos. Lo miré de reojo, tenía un rasguño bastante grande.
Recordé que antes de salir de casa había metido un kit de primeros auxilios en la mochila. Ahí dentro tenía un ungüento desinflamante.
Lo busqué revolviendo entre mí ropa. Cerberus ya había despertado y él como Ares, me observaban curiosos con sus cabezas hacia un lado.
—¿Que haces?— preguntó acercándose a ver.
—¡Ah, lo encontré!— abrí el frasco y un olor ediondo se exparció por todo el carruaje— Recuéstate y no te muevas—
Empujé su pecho con mí mano hasta que su espalda tocó el respaldo del asiento. Sentí como se tensaba por debajo de mis dedos.
De pronto, tomó mis muñecas e, incrédulo, lo vi tragar seco.
— ¡E-espera! ¿Que-que sucede?— me solté de su agarre y me escurría entre sus brazos hasta tomar la tela que cubría su cuello.
De repente el carruaje aterrizó y por el movimiento brusco, sin querer rompí su túnica dejando un agujero bastante grande que iba de sus hombros a sus pectorales. Su capa que abrigaba mí cuerpo también se había caído. No me había dado cuenta de que una de las mangas de mí vestido estaba completamente rasgada por la carrera que había dado en el bosque.
Ya en tierra pude encontrar la estabilidad para poder curar su herida.
Me incliné sobre él, con una mano estirada a su lado para evitar que se moviera.
Fue irónico como hace unas horas habíamos estado en la misma posición, solo que ahora era la situación inversa.
Incluso era gracioso lo asustado que estaba y cómo se retorcía cada vez que lo tocaba. Parecía un niño.
—¡Para, Helena! ¿No crées que estamos yendo muy rápido?—
—¿Que?—
Lo observé confusa sin entender de lo que hablaba, hasta que comprendí.
Su mirada nerviosa, su torso rígido, su tartamudez, incluso el ligero color rojo de sus mejillas. Ambos con prendas que apenas cubrían nuestros cuerpos.
Me veía intensamente, sus manos agarraban mis hombros esperando una respuesta.
Solté el ungüento de mis manos. Sorprendida, abrí mis ojos de par en par y empecé a negar con mis manos.
—¡N-no Ares! No es lo que estás pensan- —
En un instante la puerta se abrió y una luz enceguecedora me interrumpió. Ares intentó cubrir mis ojos con su capa roja que yacía en los suelos.
—¡Cariño! ¿A qué no sabes lo que hic-?¡Por los dioses!—
Parpadié varias veces hasta que mí vista dejó de ser borrosa. Un hombre de unos 1.40 metros estaba frente a nosotros, con los ojos que salían de sus órbitas, sus manos cubriendo su boca y su pequeño cuerpo en el aire. Unas alas se extendían por su espalda y aleteaba sin parar, como un colibrí.
Hoy lo vi todo.
Rápidamente, Ares me empujó a un lado. Se acomodó como pudo su túnica, se colgó mí mochila en sus hombros y me cargó en sus brazos.
Cerberus salió corriendo pasando entre nosotros y el hombre, que aún se encontraba en la puerta intentando procesar la escena que había presenciado.
Ares caminó delante de él mientras salía del carruaje.
—Hermes— inclinó la cabeza saludándolo y siguió caminando dejándolo atrás.
Me empecé a sentir incómoda a cada paso que daba. No me gustaba sentirlo tan de cerca, mucho menos después de lo que había pasado antes.
—Ares, deberías bajarme. Puedo caminar sola— susurré.
Hizo caso omiso a mis palabras, así que volví a ver al frente.
Un templo de mármol del tamaño de una manzana de ciudad se extendía por todo el lugar. Dos leones cuidaban la entrada, Cerberus jugaba con la cola de uno de ellos.
Mí mandíbula casi cae al piso. Este tipo era un multimillonario.
O un narcotráficante.
Al pasar el umbral y entrar, un olor a café me deleitó por completo y caí rendida.
Ares me llevó a un sillón y me recostó sobré él. Chasqueó los dedos y al instante apareció una doncella chiquita y regordeta, tan hermosa que parecía esculpida a mano.
Tenia la cabeza gacha y en ningún momento dirigió su vista a Ares.
—Mi señor— habló como si fuese un canto.