Ares
Necesitaba controlarme. Por algúns extraña razón Helena podía sacar hasta mis instintos más ocultos. Los que había dejado atrás hace mucho tiempo.
Tuve que respirar profundamente varias veces para sacar cualquier tipo de pensamiento que involucrará a esta mujer.
No podía comportarme de esta forma, parecía un adolescente cruzando la pubertad.
Caminé hasta un lavadero y mojé mí rostro. Ni aún así pude refrescarme, sentía tanto calor por todo mi cuerpo que me maldije a mí mismo por sentirme de esta forma cada vez que ella se acercaba a mí.
Quizá era mí instinto de Dios. Quizá era parte de ser el hijo de Zeus. Sentir atracción sexual por las mortales.
Pero es asqueroso de solo pensarlo.
No. Jamás nadie debería saber esto. Yo, el gran dios de la guerra atraído por la belleza de una humana. ¡Dioses, era vergonzoso!.
—Solo olvídalo, Ares. Ya pasará, es momentáneo. Será hasta que te acostumbres— me dije a mí mismo, por fin sintiendo el frío del agua mojar mí pecho.
Pensándolo bien, probablemente había sido un poco duro con Helena. No era su culpa haberme provocado un susto de muerte. Pero parecía que se burlaba de mí, parecía que sabía bien lo que me hacía.
Sin embargo, su expresión de dolor cuando la tomé enonado del brazo, no salía de mí cabeza.
Aunque no me gustará la idea, debía disculparme.
Fui hasta su habitación a pasos pesados. Al momento de levantar la mano para tocar la puerta, se abrió de par en par. Me sorprendí cuando la vi delante mio con una armadura de amazona y una coleta alta que dejaba su cuello al descubierto. Una pequeña falda de cuero estaba por encima de sus rodillas y su piel blanca...
Mierda.
Ella por supuesto no dejó de mirarme en ningún momento. Esperando una reacción de mí parte.
—¿Que haces aquí?— preguntó. Por supuesto no pude ni hablar.
Maldito cuerpo, me traicionas.
—¿Ares? ¿Vas a decir algo o no?— insistió.
Me aclaré la garganta y como si de una actuación de tratara, adopté mí forma indiferente y fría que me caracteriza. Si ella sabía que me estaba volviendo loco, seguro de jactaría de mí.
—¿Que haces con eso puesto?—
—¡Ah! ¿Esto? Estaba colgado por ahí, supuse que lo dejaron para mí. Nunca usé nada parecido así que me siento extraña. ¿No me veo graciosa?—
Tragué en seco.
—No, pareces una amazona— giré mí rostro y evité sus ojos a toda costa.
No podía hablar con ella, me hacía sentir nervioso.
Entonces, de reojo la vi bajar su cabeza.
—Lo lamento, Ares. No debí portarme de esa forma. Tu broche estaba suelto y quería acomodarlo. Solo quería bromear contigo porque quiero acercarme a ti, después de todo fuiste la primer persona que vi después de irme de casa. Yo aún estoy intentando comprender el mundo. Si supieras por todo lo que tuve que pasar, no lo creerías. Por eso quería que seas mí amigo, a pesar de tener un mal carácter, ser egocéntrico, bruto, sin modales y... Perdón, en realidad pareces una buena persona y lo comprobé cuando desperté aquí. Te debes haber preocupado. Pero si no te agrado, está bien. Yo nunca tuve un amigo así que no se cómo actuar, en serio lo siento si te ofendí—
Automáticamente todo mí cuerpo se relajó y me sentí feliz y satisfecho. Quería sonreír pero intenté disimularlo lo mejor que pude.
Intenté buscar las palabras correctas. Yo también quería disculparme y aceptar sus disculpas. Me había equivocado al pensar que jugaba conmigo, solo quería agradarme.
¡Por los cielos, que adorable!
Justo cuando quise responderle y decirle todo lo que pensaba, Diana apareció e interrumpió nuestro encuentro.
Helena se sorprendió y se agachó para ponerse a la altura de ella.
—¡Helena!— corrió hasta llegar a nosotros con una sonrisa gigante en su rostro mientras la veía de pies a cabeza— Pareces una de nosotras, te ves bellísima—
—¿De verdad?— Le respondió apenada y me lamenté no habérselo dicho antes.
—¡Si! Por cierto, mamá quiere verte. Haremos una celebración de bienvenida para ti—
La miré confundido. ¿De qué bienvenida hablaba? ¿Que estos estaba pasando?
—¿Ahora? ¿Ya anocheció?—
Helena se acercó a la ventana y vió el cielo. Ya estaba oscureciendo, las estrellas y las tres lunas del cielo brillaban iluminando toda la noche.
Si, tenía un mal presentimiento sobre esto.
—Es que aquí los días son distintos. Pensé que Ares te lo había dicho—
Diana me miró y me di cuenta de que no era una pequeña niña inocente. Ya era toda una guerrera amazona.
—En fin, deberiamos irnos ya, Helena. No podemos dejar a todas esperando por ti. Seguro nos vamos a divertir mucho—
Y sin dejarme despedirme de ella, Daiana se la llevó de la mano corriendo.
Las seguí sigilosamente hasta llegar al gran banquete.
Cuando las amazonas vieron a Helena, saltaron, bailaron y gritaron como muestra de su alegría por tenerla entre ellas.
Helena se veía feliz, como si nunca nadie la hubiera esperado en ningún momento de su vida, dándole una cálida bienvenida.
La vi incorporandose a las demás, riendo y bailando con Diana. Dando vueltas y vueltas. El resto aplaudía y cantaba.
La fogata cada vez se hacía más grande y el canto de todas más fuerte.
Yo aquí era el fundador de este pueblo, pero jamás me habían visto como si fuera parte de la comunidad. Le había enseñado a pelear a su reina, de la cual habían aprendido todo lo que saben hoy para ser una guerreras, y aún así nunca habían sido capaces de mirarme con aprecio.
De cierta forma me hacían sentir satisfecho, ya que eran guerreras dignas y orgullosas de sí mismas.
Al haber sido quien le dió un inicio a este lugar, me sentía como el padre de todas ellas. Lamentablemente, jamás me verían como tal, aunque me hiciera el arrogante presumiendo con todos el gran pueblo que fui capaz de construir.
Las amazonas eran las únicas mujeres con las que me atrevería a ir en batalla y pelearía con gusto, las únicas en ganarse mí respeto.