Un día comencé a ir a la escuela y me di cuenta de que todos eran felices cuando yo no estaba.
Pero, cuando llegaba, el ambiente cambiaba, y trataban de disimular forzando una sonrisa.
Con el tiempo pensé que me había acostumbrado a que me miraran como un bicho raro. En la escuela me ignoraban y hablaban a mis espaldas.
Pensaban que yo no lo sabía, pero era muy evidente cómo me echaban miradas de desprecio.
Yo era aplicado. Al final, mis únicos amigos eran los libros. Donde mejor me sentía era en la biblioteca.
Editado: 26.05.2025