María Clara llegó a la habitación, cerró la puerta tras de sí y mostró la tristeza que tenía por dentro, hizo un gesto a punto de llorar, las lágrimas recorrieron sus mejillas. Cerró los ojos y negó con la cabeza, recordó las palabras de Laureano:
«Mañana haré esa maldita prueba de ADN, si esa niña resulta ser mi hija, iré ante un juez, y pediré la patria potestad, te quitaré todos los derechos sobre ella así como tú me negaste los míos por tantos años. Cuando eso suceda, juro que no dejaré que vuelvas a acercarte a ella.»
Comentó en voz baja:
—Si supieras que vine a dejarla contigo, para siempre; porque quizás me vaya a ese lugar de dónde nadie regresa.
Maite salió del baño. La vio como estaba.
—Maria Clara, lamento todo esto.
María Clara suspiro, luego se secó las lágrimas con el dorso de su mano.
—¿Cómo está la niña?
—Está en la tina, quiero regresar a la capital.
—No, no podemos devolvernos, ella tiene que acostumbrarse a su padre, a esta casa, a su familia. La única familia que tendrá.
—Tienes que hablar con ella.
Sofía estaba jugando con un patito de bañera, María Clara se acercó a ella y se sentó al borde de la tina.
—¿Te sientes mejor? —la niña con su vocecita habló firme.
—No me siento bien, me sentiré mejor cuando vayamos a nuestro apartamento. —María Clara se mostró triste.
—Sabes que no podemos regresar.
—No me gusta mi papá, prefiero al doctor Ferney, él es muy cariñoso y bueno.
—Pero él no es tu papá.
—No me importa, cásate con él y dile que me adopte como te lo propuso.
—No haré eso. Tú papá es bueno, estaba alterado y por eso te hablo así, pero él estaba preocupado por ti y no supo actuar, debes entenderlo.
—¿Estaba preocupado?
—Si, porque escapaste del rancho, él te estuvo buscando por todas partes, preocupado de que algo malo te hubiera pasado. —La pequeña agachó rostro—. No debiste escapar con Destino, yo también me sentí muy preocupada.
—Lo siento.
Dijo con su vocecita.
—Creo que deberías disculparte con tu padre.
—Pero está enojado, es como un león.
—Se pondrá contento si hablas con él.
Laureano estaba en el área del redondel, observando a Domingo que estaba domando un caballo que era muy rebelde. Él estaba de pie junto a una cerca de madera que lo separaba de esa área. En su mano tenía un cigarro encendido.
De repente llegó María Clara y se paró a su lado. Ella se quedó observando el caballo y a Domingo y sonrió, luego comentó:
—Domingo aún tiene el mismo carisma para domar caballos.
—¿Alguien te pidió tu opinión? —dijo Laureano en mal tono.
—No vine en son de guerra. No podemos seguir discutiendo cada vez que nos vemos las caras.
—No me interesa tener paz contigo, siempre que te veo deseo hacer que el mundo estalle.
—No tienes que verme entonces.
—No te estaba viendo… ¿a qué viniste?
—Sofía quiere disculparse contigo.
—¿Y?
—Por favor no le hagas un desplante, ella tiene miedo.
—¿Miedo de qué?
—De ti —él no se inmutó, tenía sus ojos hacia el caballo y Domingo. María Clara continuó.
—Quiero que se conozcan… y se hagan cercanos.
—Eso debió ser desde que ella nació.
—No la querías. Me dijiste que abortara porque tú no eras el padre. —Los ojos se le aguaron, pero no mostró su cara.
—Me hiciste creer que lo habías hecho.
—Era mi bebé, elegí tenerlo sin ti.
—Y ahora vienes hasta aquí a traerme a una niña que no conozco, que es una completa extraña para mí, que además me tiene miedo.
—Sólo debes conocerla, ganar su confianza. —Él giró su cuerpo y quedó de frente a ella.
—¿Y después qué? ¿Qué va a pasar cuando ya no necesite que estés en esta casa y te largues para siempre?
—Si la haces feliz, me iré… Sofía se quedará contigo.
Laureano se sorprendió con su respuesta.
—Entonces la dejarás y no volverás a verla.
—No sé si volveré a verla, eso depende de muchas cosas.
María Clara estaba luchando por dentro para no llorar, pero las lágrimas salieron de sus ojos. Él la miró sin una gota de compasión.
—No dejaré que te la lleves nunca más.
—Al menos no dudas de tu paternidad.
—Mi madre dice que se parece a mi abuela, y yo le creo, ella no es una mentirosa como tú.
—¿Entonces no harás la prueba de paternidad?