En la noche, Sofía se durmió temprano, María Clara salió al jardín a tomar aire fresco, se sentía ahogada en esa casa y con toda aquella situación. Laureano había salido a encontrarse con algunos amigos en el billar del pueblo.
María Clara se puso un abrigo de lana para soportar el frío de la noche. Estaba sola consigo misma, en silencio, de fondo él murmullo de la noche, un murmullo que pudo oír por primera vez en muchos años, los sonidos característicos de ese pueblo.
Sintió añoranza por su pasado, por sus abuelos, quienes habían muerto en la capital, ya estaban enterados en edad. Ellos partieron de este mundo soñando con regresar a San Joaquín. María Clara se lamentó y miró hacia el cielo estrellado.
—Siento tanto abuelitos, por mi culpa, por mis problemas lo perdieron todo y tuvieron que vivir sus últimos años en un lugar ajeno que jamás habían visitado, Bogotá nunca fue su casa, este pueblo era su casa desde que nacieron —resopló—. Laureano, tienes tantas facetas, con cosas tan buenas, pero también eres tan malo. A veces pienso que no debería dejarte a mi hija, pero… tengo muchas esperanzas de que puedas convertirte en un buen papá.
De pronto oyó unos pasos, alguien interrumpió su soledad. Giró su cabeza y se encontró con Graciela. La mujer la miró con todo el resentimiento que tenía por dentro.
—¿Qué haces aquí? Deberías estar encerrada.
—Graciela…
—Ahora resulta que no tendré espacio en mi propia casa, porque lo estás incidiendo todo.
—Disculpa, no sabía que te gustaba venir a este lugar, pero ya lo sé, no te preocupes, seguirá siendo tuyo.
Maria Clara le tenía consideración, porque sabía que Graciela era una víctima cómo ella de aquellos que les hicieron daño.
—Es lo mínimo que puedes hacer.
—Graciela, necesito que me escuches, fuimos amigas y…
—Jamás fuiste mi amiga, eras la moza de mi prometido.
—No es verdad, te lo juro, Humberto y yo jamás fuimos nada, él sería incapaz…
—Cállate, embustera, esta vez no podrás engañarnos, Laureano no volverá contigo, nunca, no pierdas el tiempo intentándolo.
—Yo tampoco volveré con él, Laureano me ha hecho mucho daño. Pero Humberto y tú son inocentes.
—No te creo nada, los dos son un par de miserables, deberían estar muertos. Ahora lárgate, no quiero verte.
—No me crees, pero buscaré las pruebas que necesitas para que abras los ojos y te des cuenta de quiénes son tus enemigos. Humberto es inocente, deberías hablar con él.
—¿Qué inocente podría ser ese mujeriego que se lo pasa en los bares acostándose con prostitutas y borracho.
Después María Clara subió a la habitación, reflexionó acerca de Graciela y Humberto.
“Humberto te amaba, quizás siga enamorado de ti como tú sigues enamorada de él.”
Maite tocó la puerta, María Clara la abrió.
—Te estuve buscando y no estabas.
—Fui al jardín.
—Mi hermano vendrá a verte.
—Mi hermano vendrá a verte el sábado.
—¿Por qué? —dijo sorprendida.
—Le hablé de tus desmayos y se preocupó. Quiere examinarte y asegurarse de que tu tensión esté bien y que los medicamentos no te estén haciendo daño.
—Él no puede venir para acá, lo sabes.
—Ya alquiló una alcoba en la posada del pueblo. Mamá también vendrá. Las dos podemos ir a verlos.
—No quiero que Laureano conozca a Ferney.
—¿Te da miedo? no deberías preocuparte, no tienes que rendirle cuentas a Laureano, no es tu pareja. —María Clara irguió el cuello.
—Cierto, no tengo que rendirle cuentas, él tiene a Barbara viviendo en esta casa.
—Exacto, Barbara es su amante y te la está restregando en la cara. En cambio tú… no has querido corresponder al amor de mi hermano. —Maria Clara agachó el rostro.
—No puedo, mi corazón está dañado desde hace mucho, no puedo amar a nadie, el único fuego que hay en mi corazón, es el rencor que siento hacia Laureano. Además, tu hermano merece a una mujer llena de vida, desde que me conoce, he estado enferma.
—Ferney te ama con un amor incondicional.
—No puedo corresponderle.
—Él no va a rendirse, no es como Laureano, que de una te soltó.
***
Domingo también había ido al billar, estaban alrededor de la mesa con sus tacos, Laureano falló el tiro. Domingo le dijo:
—¿Por qué no dejamos esta partida y vamos a beber un trago? Estás jugando mal, tienes la cabeza en otra parte.
—Mejor me voy al bar de las cariñosas. —tiró el taco sobre la mesa de al lado que estaba desocupada.
—¿Vas con esas mujeres?
—Tú ve con la tuya, yo no tengo ninguna mujer con derecho a pedirme cuentas.
Salió del billar sin despedirse y montó su camioneta, el bar estaba a dos calles del billar.
Entró miró a todas partes, el lugar estaba medio lleno, con música de guitarras y risas desordenadas. El humo del cigarro flotaba espeso, y el olor a aguardiente lo envolvió apenas cruzó la puerta. Laureano pidió una botella y se sentó en una mesa apartada, bebiendo con avidez, como si cada trago fuera un castigo que se imponía a sí mismo.
No tardó en acercarse una de las mujeres del lugar, de vestido corto y sonrisa insinuante. Se inclinó sobre la mesa, dejando que su perfume barato lo envolviera.
—Patrón Laureano… —su voz era dulce, calculada—. ¿Qué hace un hombre como usted tan solo en la noche?
Él no respondió, siguió bebiendo con los ojos clavados en el vaso. Pero ella le tocó el hombro con delicadeza, luego deslizó la mano por su brazo.
—Yo puedo hacerle olvidar aunque sea por un rato lo que te está pasando. —Susurró, acercándose lo suficiente como para que él sintiera su aliento. —Laureano levantó la mirada, tenía los ojos rojos.
—Conozco cuando un hombre tiene problemas del corazón.
—Del corazón. —Ella se sentó cerca de él y tocó su pecho.
—¿Acaso estoy equivocada? —él se quedó callado, bebió un trago directo de la botella, ella deslizó su mano por su muslo—. ¿Irás conmigo al cuarto? Déjame hacerte feliz esta noche, son Laureano.
Él cerró los ojos, respirando hondo. Por un instante, estuvo tentado a dejarse arrastrar, a hundirse en su promesa de consuelo pasajero. Cualquier cosa parecía mejor que enfrentar el abismo que existía entre él y María Clara. Pero dentro de sí, la sombra de María Clara se interponía. La rabia lo empujaba hacia la mujer; pero el amor que aún no podía matar lo frenaba.
—Quiero estar sólo, pero te agradezco.
—¿De verdad vas a rechazarme? —dijo decepcionada. Laureano sacó dinero del bolsillo del pantalón, le dio varios billetes.
—Ten, esto debe ser suficiente para que te vayas del bar y descanses. —la mujer con todo el dinero y sonrió.
—¡Gracias!
—Sólo vete y dile a tus compañeras que no me molesten.
Esa noche Laureano vació casi media botella entre la penumbra del bar. Cuando apenas podía sostenerse en pie, arrojó unos billetes sobre la mesa y salió del bar. Se fue al rancho.
***
María Clara estaba intentando dormir, pero tenía la cabeza revuelta en pensamientos, su regreso a San Joaquín le estaba afectando aún más de lo que pensaba y no sabía cómo iba a soportar a Laureano. También pensó mucho en Humberto y en Graciela, en lo injusta que era la vida con algunos seres que pudieron ser felices.
Oyó el motor de la camioneta, supo que Laureano había regresado. Aunque eso no debía importar.
Él entró a la casa, miró hacia arriba, tenía claras sus intenciones Tambaleándose subió las escaleras y se dirigió a la habitación de María Clara, giró la manivela de la puerta.
Ella oyó, se sentó en la cama y encendió la lámpara de la mesa auxiliar. Laureano apareció en el umbral, con la camisa desabotonada, la mirada perdida y el aliento impregnado de aguardiente.
—¿Qué haces aquí, Laureano? Por tu apariencia supongo que estás borracho.
Él sonrió con una mueca amarga.
—Sí, estoy borracho… —balbuceó—. Pero aquí estoy… con mi esposa. —Se recargó en el marco de la puerta, tambaleándose.
María Clara frunció el ceño.
—No uses esa palabra conmigo. Tú mismo dijiste que nuestro matrimonio es un parapeto, nada más.
Él dio un paso dentro, acercándose con torpeza. María Clara se paró rápido.y le habló con voz firme:
—Vete a dormir a tu cuarto.
—Dices que nuestro matrimonio es un parapeto… sí… —repitió, arrastrando las palabras—. Pero eres mía, María Clara, eres mía… aunque te mueras por Huummmberto.
—No estoy muriendo por Humberto, pero tampoco soy tuya.
Él extendió la mano como para tocarle el rostro, pero tropezó con la mesita y casi se derrumbó. Con esfuerzo se enderezó, respirando con dificultad.
—¿Sabes qué quiero? —Su voz se volvió áspera, quebrada—. Quiero quedarme contigo… aunque sea esta noche.
María Clara retrocedió, con el corazón golpeándole fuerte. El resentimiento se mezclaba con el miedo.
—Estás borracho, Laureano. Vete a dormir.
Él avanzó dos pasos más, pero su propio cuerpo lo traicionó. Tambaleó, perdió el equilibrio y cayó de bruces sobre la cama. La madera crujió con el peso, ella se inclinó e intentó hacer que se levantara, lo agarró del brazo para jalarlo y hacerlo poner de pie. Él se sentó y le agarró la mano, se quedó mirándola a los ojos, ella se quedó inmóvil, esos ojos eran los mismos que una vez la amaron, de repente la volvieron a mirar con amor y no con resentimiento.
Su corazón se puso pesado, cómo si deseara detenerse en medio de un suspiro silencioso.
—Te sigo amando, todos estos años han sido un tormento sin ti.
—Laureano… puso su dedo sobre sus labios y apretó su mano.
—No digas nada, déjame sacar esto que llevo adentro. —Los ojos de Laureano se llenaron de lágrimas, él no procuró detenerlas—. Sé que estoy soñando en este momento, pero aún así quiero confesar lo que no me atrevo a decir, jamás se lo he dicho a nadie. Desde que te fuiste me he guardado todas estas cosas —Se golpeó el pecho—. Aquí… justo aquí —dijo con la voz entrecortada, golpeándose el pecho una vez más, como si intentara arrancarse el dolor con las manos—. Cada día me he despertado pensando que tal vez es el último en que voy a recordarte… pero nunca, nunca pude olvidarte después de tantos años. —Ella lo miraba sin saber si debía hacer, contuvo sus palabras—. No sabes cuántas veces te busqué entre la gente, en los rostros, en los lugares que eran nuestros, hasta te he buscado en el cuerpo de mujeres que se parecen a ti, pero no, ninguna ha sido tú. Pensé que si volvía a verte, todo el peso se iría, pensé que mi odio se haría más fuerte, y sí, es más fuerte, pero también lo es mi amor. Mírame… —sonrió con tristeza— sigo cargando contigo como si fueras una sombra sobre mi vida, tu amor es un tormento que no me deja estar en paz.
Ella apretó su mano, conmovida, por un momento olvidó el rencor, se dio cuenta del inmenso amor de Laureano, tan inmenso que ni el rencor ni el tiempo habían podido borrar. Pero eso no significaba que podrían unirlos de nuevo, la brecha abierta entre los dos, nada podría cerrarla.
—Laureano, ya no somos los mismos, mañana cuando despiertes, ni siquiera vas a recordar que estuviste aquí conmigo, y volverás a esconder tu amor y solo vas a mostrar tu odio.
—Tal vez tú cambiaste —susurró él—, pero yo no. Me quedé congelado el día que te fuiste.
Ella alzó la mirada y, con un hilo de voz, dijo:
—Si supieras cuántas veces quise volver… pero el miedo siempre fue más fuerte.
Él la miró, y en sus ojos cansados brilló un destello de esperanza.
Acarició su rostro.
—Eres tan hermosa, amo tus ojos, tus labios, quiero besarte, tocarte… sé que estoy soñando, pero me haces tanta falta, estoy tan sólo —Se puso la mano en el pecho—. tengo un abismo inmenso —brotaron más lágrimas de sus ojos, María Clara no pudo contenerse y lloró con él —Estoy sólo, no tengo esperanzas de nada.
Se recostó en su pecho, dió varios suspiros. Luego se levantó.
—Ya no seguiré soñando.
Se fue de la habitación, cerró la puerta tras de sí. María Clara quedó sola de nuevo, pero conmocionada y su rostro bañado en lágrimas.
Se sentó en la cama y se arropó con sus propios brazos, luego susurró:
—Mañana cuando despiertes, no vas a recordar nada de lo que me dijiste y volverás a mostrar lo peor de ti, y yo volveré a sentir rencor, porque aunque nos amamos, hay un inmenso abismo, los dos estamos tan vacíos, somos un par de seres desdichados que jamás vamos a recuperar la felicidad.