Por Siempre en tus Brazos

Capítulo 1

PERSONAJES:

Ataxia

 

Dana

Desperté en una clínica adolorida, miré y Murphy estaba junto a mí en una silla dormido. Intenté hablar, pero solo salían sonidos incomprensibles, traté de moverme y mi cuerpo no reaccionaba como debía, mis dedos estaban entumecidos, mis brazos hacían movimientos torpes y no sentía mis piernas. Era como estar atrapada en un cuerpo robótico que funcionaba mal.

Intenté decir algo, pero solo salían gruñidos que despertaron a Murphy.

—¡Sargento! ¡Despertó! Esta es una buena señal —expresó sonriente y se fue corriendo.

Luego de un par de minutos se acercó un médico caminando con Murphy, me saludo y revisó.

—Saludos, Sargento Jones —dijo el doctor—. Me alegra verla reaccionando, le tengo una buena noticia, regresará a casa.

Intenté hablar y de nuevo solo salieron gruñidos, era desesperante porque estaba consciente dentro de un cuerpo que no hacía lo que yo quería. Recordé sin saber por qué, a mi madre, Kathy, llorando, pues no quería que me enlistara, sin embargo, había muchas lagunas en mi cabeza, cosas que no recordaba bien, como por ejemplo, la razón por la que había decidido volverme militar, y me dolía la cabeza cuando intentaba recordar.

—Usted tuvo una lesión importante en su cerebelo —continuó el doctor—, debido al golpe que recibió en su cabeza por la explosión y los escombros. Esto ha generado Ataxia, es un descoordinado movimiento muscular, afecta sus brazos y piernas, así como su habla. Tendrá que aprender de nuevo a hablar, caminar y moverse, con terapias, más usted es una mujer fuerte y no dudo que lo logrará.

Mientras lo escuchaba, las lágrimas corrían por mis ojos, ¿qué es esto?, me pregunté. ¿Regresaré a casa en este estado?, pensé inquieta.

 

(Una semana después)

Jack

Había comenzado a trabajar en la clínica para veteranos hace unos meses. Mientras revisaba las historias de algunos pacientes, miré como empujaban una camilla donde traían a una mujer dormida, pasó junto a mí y pude ver con más detenimiento, era Dana, mi ex.

Sentí que el tiempo se desfasaba de mi realidad porque me pareció que pasaba más lento. No podía creer que después de tanto tiempo, volviera a experimentar las cosas que sentía por ella, como un adolescente, solo con verla pasar.

Le ordené al camillero que se detuviera y acaricié su mejilla. Tenía más de cuatro años sin encontrarme con Dana y verla allí me hizo sentir conmovido, pues pensé que no nos encontraríamos de nuevo jamás, después de hacerse militar me borró de su vida.

Descubrí en ese momento que el tiempo no había mitigado nada de lo que sentía por ella, no había olvidado mis sentimientos ni sensaciones como si mi corazón tuviera memoria propia.

—Debo continuar… ¿La conoce? —preguntó el camillero pidiéndome permiso para seguir. Yo asentí y le pregunté a qué habitación la llevaría, indicándome que a la 405.

Me apresuré a pedir su historia, y cuando leí “Ataxia por impacto en explosión”, supe que lo que le venía a Dana no era fácil. Sentí tristeza de saber que estaba así, mientras la veía alejarse en su camilla y era en este mal momento que la volvía a encontrar.

Siempre me preocupé por ella cuando supe que había sido enviada al Medio Oriente, su carrera era riesgosa en un lugar peligroso, pero no pude comunicarme ni verla de nuevo hasta este día.

Vi al doctor encargado de su caso y era un amigo de la universidad, el doctor Andrew Taylor, así que lo llamé con apuro explicándole que Dana era como mi hermana menor, una miembro de mi familia, por lo que accedió a cederme el caso.

 

Entré a su habitación y la miré allí tendida, dormida y seguía pareciéndome tan bella como el último día que la vi, pero lucía más fornida y musculosa. Me senté junto a ella en la cama y tomé su mano que besé. Luego la tomé entre mis brazos y la abracé, aunque su cabeza y extremidades superiores colgaban por su peso muerto, inconsciente.

Me sentí muy triste y le pedí que me perdonara hablándole al oído con mis ojos aguados, pero ella no me escuchaba. La besé en los labios, pero esto no era un cuento, ni había magia entre nosotros, así que no despertó.

Yo no conocía su historia. Supuse que sus padres vendrían pronto y estaba ansioso de hablar con ellos.

Después entró a la habitación un soldado joven, alto, con un brazo tatuado y apariencia de tipo rudo, mostrando una genuina preocupación en su rostro.

—¿Usted es el médico? —cuestionó.

 

—Sí, seré su doctor.




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