Por Siempre en tus Brazos

Capítulo 3

Aterrizaje de Pecho

 

Dana (Pasado: Unos meses antes de la graduación, cinco años atrás)

Aquella tarde de sábado, mi hermana Abby, mi mejor amigo Adam, su hermano mayor Jack y yo, habíamos ido como siempre a practicar waterpolo con mi papá, y su mejor amigo, Mark, padre de los chicos. Nuestros padres habían sido amigos desde niños, y deportistas reconocidos de esta disciplina.

Siempre me había gustado Jack, era un tipo realmente atractivo con sus bellos ojos verdes, su altura y sus proporciones simétricas y perfectas. Tenía todo el sentido del mundo, pues cuando conocías a mi tío Mark, entendías de donde había salido semejante hijo. Sin embargo, Jack, más allá de ser uno de los tipos más guapos que jamás había conocido, era sumamente inteligente, como Emma, su mamá.

Jack era cuatro años mayor que yo y estudiaba medicina en la universidad, con la meta final de ser neurólogo. Nosotros tres estábamos por graduarnos de la secundaria, así que para él no éramos más que los hermanitos menores.

Esa tarde, mientras esperábamos a nuestros padres que fueron a buscar algunas cosas con la ayuda de Adam y Abby, para comenzar nuestro partido semanal, Jack y yo nos quedamos solos en la piscina.

Yo estaba muy nerviosa, pero ya estaba acostumbrada a manejar ese nerviosismo después de años de práctica y autocontrol. A la vez era raro, pues lo conocía de toda la vida, había crecido viéndolo en cada celebración, cada reunión familiar, y el sentir atracción por él era como enamorarme de un primo, aunque realmente no lo fuera.

Él tampoco mostraba interés en mí, para completar mi mala racha, pero aquella tarde estaba más conversador que otras veces. Se me acercó nadando mientras yo permanecía sentada en el borde de la piscina, con la mitad de mis piernas en el agua, y la mirada hacia abajo, evitándolo.

—¿Vas a entrar al agua? —me preguntó, y alcé mis ojos para encontrarme con los suyos que eran hipnotizantes.

La mirada de Jack era un laberinto sin salida para mí, y no podía hacer más que adentrarme y dejarme perder, deseando que nadie me encontrara allí.

Pude ver como las gotas de agua caían de su cabello, recorriendo su rostro, su cuello y pecho. Quien fuera gota de agua, pensé algo absorta.

—¿Me escuchaste? —Volvió a preguntar.

Yo solo miré hacia arriba, algo fastidiada y resoplé, porque supuse que me había quedado contemplándolo y estaba segura de que él se había dado cuenta. Seguramente Jack ya estaba acostumbrado a generar ese afecto en las mujeres, pero eso no me podía pasar a mí, porque yo era como una hermanita menor, cosa que me fastidiaba de hecho.

—No, aún no. Cuando vayamos a comenzar —le contesté simulando indiferencia.

—Entra ya —dijo bromeando, tomándome por las caderas.

Yo no era la típica chica flacucha, era voluptuosa y con un buen trasero.

Él intentó bajarme, y yo no tenía problema con eso. Me encantó sentir sus manos apretando mis anchas caderas. Sabía que para él era un juego, pero para mí era la razón de muchas sensaciones nuevas y absolutamente agradables e inolvidables.

Sin embargo, Jack calculó mal. Me parece que supuso que mi trasero era más pequeño, quizá ya había metido a otras chicas a la piscina menos acuerpadas, como me bajó con rapidez, mi trasero dio con el borde de la piscina empujándome hacia él por el impulso que traía, con el golpe me fui hacia adelante y mis senos aterrizaron en la cara de Jack.

Él me sostuvo por las caderas aún en mi caída y yo me aferré a su cabeza tratando de no perder el equilibrio, pero con mi agarre solo lo apreté más contra mis pechos que tampoco eran pequeños. ¡Qué vergüenza!, fue lo que alcancé a pensar, quería rebobinar el tiempo, retrocederlo y que aquello se desarrollara de otra manera.

De un salto me separé de él empujándolo por sus hombros.

—¡Jack!, ¡¿Qué haces?! —cuestioné molesta.

Él solo se reía sin parar.

—¡Nada! —respondió entre carcajadas—. Solo intenté meterte en el agua, pero es aparatoso lograrlo. —Y volvió a reír.

Yo estaba completamente avergonzada, manteniendo mis brazos cruzados con pudor cubriendo mi pecho. Nadie jamás había metido su cara entre mis senos, y él solo se reía burlándose. Además, hizo alusión a que yo era grande o difícil de cargar y más incómoda me sentí.

—Discúlpame —añadió—. No calculé bien la medida de…

—¿Mi trasero?… —interrumpí indignada—. No es gracioso, Jack.

—No, no iba a decir trasero, la medida entre la piscina y tú. Eso es todo. No te compliques —decía conteniendo la risa.

Para mi fortuna, en ese momento llegaron nuestros padres y hermanos y comenzó el partido.

Los equipos siempre se conformaban de la misma manera: Mark (mi tío de cariño) jugaba con Adam y conmigo, y Daniel (mi papá), jugaba con mi hermana Abby y Jack. Aún no habíamos logrado determinar, en todos estos años, qué equipo era mejor, pues ambos ganábamos partidos en cantidades similares.




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