―No puedo hacerlo. No quiero casarme contigo. ―Eso fue lo que dijo y después colgó.
¡7 palabras!
Existen muchas de ellas, millones, pero bastaron 7 para cambiarme la vida, para romperme el corazón.
Recuerdo cada instante, cada detalle de lo que vino después de esa llamada. Fue como si el piso bajo mis pies desapareciera; como si el oxígeno se acabara; como si el sol se apagara... Todo se convirtió en una pesadilla.
El teléfono resbaló de mi temblorosa mano, golpeando el piso con un estruendo, al mismo tiempo que las lágrimas abandonaron mis ojos y se mezclaron con mi maquillaje. Ese que con tanto esmero la maquillista había realizado. Todos me miraron con lastima al saberlo y yo solo quería desaparecer, volverme invisible, no existir. En aquel instante creí que moriría, ingenuamente pensé que la vida había acabado. Pero no fue así.
Han pasado 3 años y ahora entiendo lo equivocada estaba. Al mismo tiempo, me sorprende la ironía de la vida, es como si repitiera el guion. El escenario y las condiciones son distintas, evidentemente, y al mismo tiempo tan parecidas que dan miedo.
―Lo siento. No hay nada que hacer.
¿No es irónico? Las palabras que Mani ha dicho son 7. ¡¡7!! El mismo número de palabras que me hizo sucumbir en aquella ocasión, hoy nuevamente me hace temblar.
Me dejo caer en el respaldo del asiento y me permito cerrar unos segundos los ojos, asimilando las cosas. No debería sorprenderme, esto es algo que sospechaba. Era como una corazonada, como un presentimiento. Algo me lo decía, pero siempre he sido positiva, bueno, en realidad lo era antes. Aunque justo en este momento añoro ese positivismo, creer que hay una esperanza, que no es el final.
Mani se aclara la garganta, haciéndome componerme. Está mirándome con esa expresión afligida que tanto odio. Quisiera repetirle lo mismo que le dije hace dos semanas: Estoy mejor que nunca. No pasa nada.
Pero lo verdad, no es así, no lo estoy. Sin embargo, no quiero demostrarlo, no quiero que me vea de ese modo.
―Tenemos...
―Gracias ―lo interrumpo poniéndome de pie. Lo único que quiero es salir de aquí―. Tengo que comprar comida para Lazi.
―Silvia…
―No pasa nada, Mani ―aseguro con una sonrisa fingida. Una de las que más me ha costado mostrar, no como las que pones cuando compras algo en la tienda, no, es justo como la que tuve que mostrar mientras cruzaba la puerta de la iglesia, despidiendo a los invitados, disculpándome porque no habría boda. Como si la culpa hubiera sido mía.
―Al menos escucha ―insiste tomándome del brazo―. Podemos…
―De verdad, tengo que irme.
No hay mucho que tenga que decir o escuchar al respecto. ¡Es inevitable y punto! No hay más que hacer. Existen cosas a las que no se les puede dar la vuelta o sencillamente ignorarlas esperando que desaparezcan. No obstante, yo no quiero hacer lo habitual, lo que se acostumbra en este tipo de situaciones, eso no me va, así que haré lo que he planeado antes de venir aquí y confirmarlo. Tengo que asistir a una boda. A la boda del hombre que me abandonó. Puede que no sea feliz, pero él tampoco lo será.