Me siento como una completa extraña. Por primera vez en tres años, he ido al salón de belleza, me han hecho un corte el pelo, puesto uñas postizas y un tratamiento fácil. En realidad creo que no estoy… tan, tan mal cuando me arreglo. Me rio de mis tontos pensamientos, mientras me miro de nuevo al espejo y sacudo ligeramente la cabeza. Si no me doy ánimos yo misma, ¿Entonces quién?
Me he puesto un vestido (el único que tengo y que compre por mero impulso, ya que me he divorciado de ellos), el cual resalta mis curvas. Nos tengo muchas, debo aceptarlo, pero mis pechos son mi punto fuerte y el pronunciado escote del vestido les hace honor. ¡Taran!
El sonido del teléfono rompe el silencio del departamento. Lazi no está en casa, obviamente tenía que dejarla encargada con alguien, así que en este momento todo es calma. Espero que esa pequeña traviesa, se comporte mientras no estoy y que la señora Moly no tenga quejas. El teléfono sigue sonando, pero no atiendo la llamada. Me concentro en terminar de aplicar el maquillaje. Además, apenas me da tiempo de terminar de poner las cosas en la bolsa y salir corriendo al aeropuerto. Me esperan dos largas horas de vuelo y un poco más de trayecto en taxi hasta el hotel. Lógicamente me mude a Houston, después de lo sucedido no me iba a quedar a vivir en Florida. La idea de toparme con él en cualquier momento me aterraba.
Creo que mi error fue auto compadecerme y creer que había hecho algo mal, puede que sí, pero él fue un idiota. Lo sigue siendo, de eso no tengo dudas. Su gusto por las operadas lo refleja.
El plan es llegar a la iglesia antes que todos los invitados, para que no noten mi presencia. Porque obviamente no he sido invitada, pero se cómo colarme. Durante años visite ese lugar, así que conozco a su personal y sus reglas, así como sus descuidos.
La contestadora atiende, pero no necesito escuchar su voz para saber de quién se trata.
―¡Silvia! ―Mani. La única persona que me llama desde hace dos años―. ¿Por qué no atiendes mis llamadas? ¿Eh? ―Está enojado, bastante diría yo. Sonrió ante la idea. Ese hombre es siempre tranquilidad o lo era antes de que llegara yo a su vida―. Tenemos que hablar. Esto es muy importante.
Suspiro y muevo la cabeza. No comprendo porque no se da por vencido. Hemos hablado de esto un par de veces (justo cuando los síntomas se hicieron presentes), ya debería saber que no cambiare de opinión por mucho que insista.
―¡Silvia! Sé que estás ahí. ¡Contesta!
Mani es mi único amigo y eso es otra de las ironías de la vida. Cuando nos conocimos teníamos 15 años, coincidimos en la preparatoria y éramos compañeros de clase, no obstante nunca nos llevamos bien. Recuerdo haberle hecho algunas groserías, puesto que era el nerd y yo la chica popular, aun así, cuando me reconoció al encontrarnos en la clínica, decidió ayudarme con el asunto de mi depresión. Él es médico general, pero me recomendó con un colega y desde entonces ha estado al pendiente de mi salud. ¿Quién hubiera imaginado que aquel chico tímido se convertiría en mi mejor amigo? Nadie, ni yo misma hubiera apostado por ello.
―Silvia ―gruñe cada vez más irritado. Sonrío involuntariamente. Casi puedo imaginar su rostro rojo por la molestia―. No puedes viajar. ¿Entiendes? Ni se te ocurra montarte en ese avión… ―Antes de que continúe con su letanía, tomo mi bolsa y me encamino hacia la puerta. No va a convencerme de no ir. He hecho demasiadas cosas para hacerlo, no voy a dar marcha atrás.
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Llegar una hora antes a una ceremonia, no es buena idea. Absolutamente no lo es. Me acomodo en la última banca, detrás de uno de los exuberantes arreglos florales que adornan el pasillo.
Ver este sitio me trae tantos recuerdos. Obviamente luce un poco distinto de aquel día. El color y la disposición de las flores son diferentes, pero no puedo evitar que las imágenes de ese momento vengan en mi cabeza. Flores exóticas sustituyen los girasoles que yo escogí. Un nudo se forma en mi garganta.
«No, Silvia, no puedes titubear, no te atrevas a llorar». Paso saliva y trato de quitarme esas ideas, recordándome que no he venido a eso. Suspiro varias veces y cierro los ojos. Tengo que mantenerme firme y recordar mi plan. Sí, mi plan, mi venganza. No obstante, no deja de molestarme el hecho de que haya escogido el mismo sitio para casarse. ¿Cuántas iglesias pueden existir en el estado? ¿Por qué esta? ¿Por qué? ¡Es un completo idiota!
Los minutos pasan demasiado lentos, siento como si llevará años sentada y solo han pasado 15 minutos. ¡Qué horror! Comienzo a aburrirme y los zapatos me lastiman. Eso pasa por perder la práctica, pero reconozco que las zapatillas son más cómodas.