To take my love away
When I come back around, will I know what to say?
Billie Eilish - CHIHIRO
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La abuela tenía tantos objetos de épocas de antaño, su propio hogar era un laberinto atrapado en el tiempo.
Los anaqueles de cristal guardaban piezas que escondían secretos imposibles de comprender, pero su aura no engañaba.
Desde muy pequeña sentí que ese lugar tenía magia impregnada en cada muro y columna, adoraba ir con mi madre para encontrar las mismas novedades, y quizá encontrar algunas nuevas que seguían ocultas.
No obstante, había otras que no eran de mi total agrado.
Las muñecas de porcelana, y el muñeco ventrílocuo que gracias al cielo no lo volví a ver.
Pero de algo que no se desharía jamás eran aquellas muñecas bien conservadas y con distintos estilos, que, por cierto, eran toda una colección.
Me aterraba, puede que por sus ojos bien abiertos de distintos colores, o sus expresiones tan inertes que me hacían sentir como si hurgara en mi alma, era tan escalofriante.
Apenas lograba pasar por a lado del mueble de vidrio que las exhibía sin sentir que se me entrecortaba la sangre.
Pero, curiosamente, encontré una que no me daba miedo. Era como si buscara disimular su presencia entre tantos vestidos y encajes con brillos.
La encontré mientras tuve el valor de observar con atención a través del cristal. Era en una de esas tardes de té que realizaban mi madre y la abuela; yo prefería tomar algunas tartas de frambuesa con leche.
Esta muñeca era mucho más delicada que las demás figuras, por algo se camuflaba tan bien, su ropa tenía aspecto de haber sido creada con tanto detalle, tal cual lo haría un diseñador de modas; pero lo que más me impresionaba era su rostro.
Un toque angelical y blando brindaba realce a su semblante; era notable el cariño con que fue hecho; desde sus rosáceos, párpados, mejillas y labios; hasta las pestañas junto a unos pequeños lunares en cada facción.
Su mirada perdida lo hacía agradable a diferencia de las demás, una de las razones por la cual no me causaba temor en lo absoluto.
—Eh, a la niña parece que comienza a gustarle las muñecas.
—¡No!, Son horribles —saqué la lengua a las figuras y luego fui a seguir jugando con mis peluches.
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Ciertamente, solo comencé a ir más seguido para encontrarme con la misma muñeca en cada oportunidad.
—Puede resultar curioso…pero no es una muñeca.
Mi abuela me había encontrado en medio de mi observación, y yo me sorprendí cuando me dijo eso. Al preguntarle al respecto, supe toda una historia, pero quisiera contarla en otra ocasión.
Decidí corroborar el dato por mi cuenta, pero al final lo olvidé. Para mí no era relevante.
—Tengo algo para ti—mi abuela me llevó al estudio en donde estaba colocado el muñeco, lo había sacado de la vitrina—parece que tienes un apego con él, así que te lo presto, pero ten mucho cuidado, el material con que fue hecho es muy frágil.
Luego de acariciar mi cabeza me dejó en el lugar, yo estuve parada en mi puesto, solo era capaz de escuchar mi propia respiración, al final me acerqué de forma lenta, acomodé a mi peluche casi a su lado, y la verdad es que no tuve el valor de tomarlo entre mis manos, con solo ver la brillante pintura en piernas y brazos tuve temor de provocar daños irreparables; era una niña, pero tenía en claro lo que era para jugar y lo que no, así que se convirtió en mi compañía.
Leia, dibujaba y tomaba el té con él, junto al señor oso. Solo pasaba en el cuarto de estudio, no me atreví a llevarlo a otra parte.
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Lo llamé Leonor, y tuve la magnífica idea de contarle a las demás niñas de la escuela que había conocido a un príncipe con vestido. Decían que estaba loca, otras admitían que era una presumida y que los príncipes no usaban vestido, a lo que yo respondía: para mí sí, y de hecho se ve muy lindo.
No recuerdo qué otras cosas inventé, pero a medida que crecí llegué a olvidar el muñeco de porcelana, la abuela iba envejeciendo y me dedicaba a estar pendiente de ella hasta el día de su partida...
No pudo estar cuando me gradué de la universidad; sin embargo, mamá me entregó un presente que era de su parte.
Aún conservo el estuche color vino con el listón dorado y la carta hecha a mano escrita en cursiva:
“En tus manos brillará tal cual estrella, tus alas se desplegarán como una mariposa y él será la rosa que te acompañe.
Con amor, Abuela Blanca.”
Creo que era evidente lo que contenía aquella caja, sin necesidad de abrirla comencé a llorar, sentía que ese momento era más que la entrega de un regalo, también era un pacto en donde ella estaría conmigo siempre.
Supe que ella lo amaba tanto como yo llegué a apreciarlo.
Por primera vez lo sostuve en mis manos, aunque mi vista estaba cristalizada, me enfoqué en la ropa y los detalles que unían y conformaban a esa pieza de arte, sobre todo sus ojos, que a pesar de dirigirse a otra dirección, sentía como si encontrara un apoyo en ellos.