Habría creído cualquier cosa que saliera de tus labios, incluso si era la mayor incoherencia jamás oída en el planeta. Puse fe en cada palabra que pronunciaste: en que me querrías eternamente, que conservarías el recuerdo de la primera vez que te sonreí como si fuera el tesoro más preciado del mundo, que serías la venda que aliviara mis heridas...
Mi padre te adoraba; apenas colgaba el teléfono, ya me preguntaba por ti. Todavía me hace gracia recordar cómo le dijo al gato que te atacara, y mi pequeño felino simplemente lo ignoró.
Sé que ya me has olvidado, pero yo no lo he logrado. He memorizado todo: cada conversación, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, cada broma, cada insulto, cada notita pasada en medio de una clase, cada susurro, cada secreto, cada anécdota, cada beso, cada abrazo, cada paso, cada verso libre, cada letra, cada estrofa escrita en vano.
Tengo la mala costumbre de recordar para siempre las cosas que alguna vez me hicieron feliz, a pesar de que, con el tiempo, esos mismos recuerdos me traigan otros que me hagan sufrir.
Siempre recordaré a mi abuelo dándome chocolate antes de comer, a escondidas de mi abuela.
Las cosquillas que me hacía mi padre hasta que terminaba tirada en el suelo.
Las tardes de playa con mi abuela.
Las noches en vela, escribiendo.
Aquellos recreos que pasaba mirando al sol con la chica más hermosa que jamás he visto.
La sonrisa de la persona que más me quería y que, al mismo tiempo, más inseguridades me causaba.
Los audios de tres minutos que mandaban mis amigas.
Los helados de lima puestos bajo el sol con el propósito de que se derritieran.
Los días de recogida de moras para hacer mermelada.
Tu risa.
Tus ojos.
Tu voz.
Siempre te recordaré a ti.
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Editado: 26.06.2024