Salvada por el duque.

Capítulo 1. El eco de la maldad.

Blair se quedó paralizada en la entrada, sintiendo cómo el frío de la noche se colaba por su piel. Las lágrimas caían sin control y su voz temblaba al hablar.

—No puedes hacerme esto, Julia. Lanzarme a la calle como a un perro, no tengo a dónde ir. Mi padre apenas acaba de morir, no tengo más parientes —suplicó, con la garganta apretada como si una daga la atravesara, robándole el aliento.

Julia la miró con desprecio, se cruzó de brazos y soltó una risa burlona.

—¿Y qué esperabas, Blair? ¿Qué te quedarías aquí para recordarme cada día lo que perdí? Eres solo una carga, y no tengo por qué soportarte. ¡Lárgate de mí vista! —gritó, y su voz resonó en la casa vacía, llena de un odio que no podía ocultar.

Blair sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, pero no podía rendirse.

—Por favor, Julia, solo necesito un poco de tiempo... —su voz se quebró, pero la furia de su madrastra no conocía límites.

—¡No me importa! —respondió Julia, empujándola hacia la puerta con una fuerza que la hizo tambalearse. — ¡Fuera! ¡No quiero verte nunca más!

Con el corazón destrozado, Blair dio un paso atrás, sintiendo el peso de la soledad caer sobre ella. Blair no podía comprender el odio desmedido que su madrastra le profesaba. A sus apenas 18 años, era solo una chica inocente que trataba de encontrar su lugar en un mundo que se le había vuelto hostil. Su madre había muerto cuando ella era apenas una niña, dejándola con un vacío que nunca había podido llenar. Ahora, para colmo de males, su padre había sufrido un infarto y la había dejado sola y desamparada, como una huérfana en un mundo cruel.

La tristeza y la confusión se entrelazaban en su corazón, mientras las lágrimas caían por sus mejillas. No entendía por qué Julia, en lugar de ofrecerle consuelo, la trataba con desprecio y rencor. Cada palabra hiriente de su madrastra era como un puñal que se le clavaba más hondo en el alma, y el dolor de la pérdida se multiplicaba con cada grito que resonaba en la casa. Blair anhelaba solo un poco de compasión, un refugio en medio de la tormenta, pero se encontraba atrapada en un mar de hostilidad, luchando por mantener la esperanza en un futuro que parecía cada vez más sombrío.

Julia, con una expresión de furia en su rostro, tomó a Blair del brazo con fuerza y la miró a los ojos, desbordando desprecio.

—¡Escucha bien, Blair! —dijo con voz cortante. —Tienes que irte. No quiero que te quedes aquí ni un segundo más. Tu lugar está en la calle, eres como una vagabunda, y ese es el sitio que te corresponde.

Blair sintió el ardor de las palabras de Julia como una bofetada, pero en su interior, la determinación comenzaba a crecer. Por otro lado, Blair sintió que moría por dentro mientras se alejaba de la casa, cada paso resonando como un eco de su desolación. Recogió sus cosas del suelo, con las manos temblorosas y el corazón pesado, como si cada objeto que tocaba estuviera impregnado de recuerdos de un hogar que ya no le pertenecía.

Miró a Julia con tristeza, buscando en su rostro una chispa de compasión, un atisbo de humanidad que pudiera aliviar su dolor. Pero la mirada de su madrastra era fría y carente de cualquier emoción, como un muro impenetrable que la separaba de la calidez que tanto anhelaba. En ese instante, Blair comprendió que no había lugar para ella en ese sitio que una vez consideró su hogar. La soledad la envolvía como una sombra, y las lágrimas brotaron de sus ojos y se deslizaron por sus mejillas mientras se preguntaba cómo había llegado a ese punto. Cada lágrima era un testimonio de su sufrimiento, un cruel recordatorio de la pérdida de su madre y del amor que nunca había recibido de Julia. Con el alma desgarrada, se dio la vuelta y se adentró en la oscuridad, sintiendo que el peso de su tristeza la seguía como un fantasma, mientras el eco de las palabras hirientes de su madrastra resonaba en su mente.

*****

Un año después…

Blair salió de su trabajo buscando un autobús que la llevara a la modesta pensión donde vivía. Con su salario, apenas lograba sobrevivir; lo que ganaba apenas alcanzaba para cubrir sus necesidades básicas y siempre estaba apretada económicamente. No podía permitirse lujos, ya que su sueldo era miserable. Echaba de menos la comodidad de la enorme casa que una vez fue su hogar y la protección que su padre, Carl Connor, le brindaba. Como única hija, Blair había disfrutado de un amor y una atención que ahora le parecían lejanos, especialmente porque Julia, su madrastra, nunca le dio hijos a Carl.

De repente, un terrible accidente alteró la calma de la tarde: un lujoso coche fue embestido por un camión. Motivada por la curiosidad y su instinto altruista, Blair se acercó a la escena. Tragó saliva al ver a un hombre de buena apariencia, ensangrentado y pidiendo ayuda; su voz apenas era un gemido. Su chófer, al parecer, estaba gravemente herido. Al ver que nadie más reaccionaba, Blair cogió el teléfono y llamó al 911 para pedir una ambulancia. Se acercó al hombre con ligereza, intentando infundirle algo de calma.

—Todo estará bien —le dijo, tratando de sonar más segura de lo que se sentía. —La ayuda está en camino.

En ese preciso instante, la ambulancia llegó para auxiliar a los heridos. Su razón le decía que debía apartarse y dejar todo en manos de las autoridades competentes, pero su corazón le suplicaba que debía acompañar a aquel hombre. A pesar de que la vida le había tratado muy duro, Blair no dudó en subir a la ambulancia y brindar su apoyo a un desconocido. Su instinto de ayudar superó cualquier temor y, en ese momento, se sintió impulsada a ser la luz en medio de la oscuridad que los rodeaba.




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