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Lyuba nació en otoño de 1995 en el día de la Protección de la Santa Virgen María, el Día de los Cosacos y el Día del Ejército Insurgente Ucraniano. Nacer en este día fue su destino. Con su abuela, horneaban crepes, los ponían en platos y los llevaban al salón, al desván, y compartían con el "domovik" (espíritu del hogar). Según la creencia popular, si se les ofrecía algo sabroso a los domoviks en este día, la casa estaría protegida de las fuerzas malignas durante todo el año. A medida que Lyuba crecía, dejaba de creer en los domoviks, las sirenas y las fuerzas del bien y del mal, pero aún así hacía crepes con su abuela. Adoraba sus historias. A veces no podía imaginar de dónde sacaba la abuela esos cuentos. Por la mañana preparaban crepes y por la noche organizaban banquetes y celebraciones. Los parientes y amigos venían y traían montones de regalos. Un poco ebrios, entonaban nuestra canción ucraniana:

"Qué noche tan lunar, estrellada, clara, Aunque recojas agujas. Sal, querida, cansada por el trabajo, Aunque sea por un momento al bosque."

Y luego, otra más: "Oh, Moroz, pequeño Moroz, glorioso cosaco, Por ti, pequeño Moroz, toda Ucrania llora."

El espíritu estaba mezclado de alegría y tristeza. La familia recordaba a quienes ya no estaban con ellos, a los que habían sido enviados a los bosques de Siberia, a los que murieron de hambre en 1933. Esas personas seguían siendo parte de la familia, vivían en los corazones de la abuela, la madre y ahora también de Lyuba.

Cuando su padre servía la última copa de vino de ciruela, mientras la abuela comenzaba la canción favorita de los nietos: "El trigo se vuelve verde, verde, Tengo buenos invitados en casa. El trigo se vuelve verde y también la avena, Toda nuestra familia está reunida aquí."

A la mañana siguiente, la familia llevaba los restos de la comida a los necesitados.

Así era Donetsk en los años cero...