Hoy es un día especial y lleno de emoción. Estoy en la semana 22 de mi embarazo, y la felicidad me inunda. Después de una larga espera de cinco años junto a Ricardo, finalmente voy a ser madre. Cada patadita de mi bebé me recuerda lo afortunada que soy, a pesar de las dificultades que enfrentamos antes de llegar hasta aquí. Las pruebas negativas, las lágrimas y las esperanzas frustradas parecen haber quedado atrás, y ahora todo lo que puedo hacer es sonreír y disfrutar de cada momento.
La revelación del sexo del bebé será hoy, y he estado organizando cada detalle. He elegido el lugar perfecto, un pequeño parque donde nos encontramos por primera vez. Me imagino a Ricardo y a mí, rodeados de amigos y familiares, todos esperando ansiosos. He decidido que será una fiesta de colores; cada detalle está pensado para hacer de este día algo inolvidable. He estado eligiendo globos, pasteles y decoraciones, y cada elección me llena de alegría. Anhelo ver la cara de Ricardo cuando descubra si vamos a tener un niño o una niña. Siempre hemos hablado de cómo nos gustaría que fuera nuestra familia, y ahora, por fin, ese sueño se está haciendo realidad.
A medida que me visto para salir, no puedo evitar mirarme al espejo y sonreír. Mi barriga, que crece cada día, me recuerda que estoy creando una vida, una parte de nosotros dos. Todo parece perfecto. Sin embargo, una pequeña voz en mi cabeza me advierte que no todo es tan sencillo. He dejado todo por Ricardo: mi trabajo, mis planes de futuro, mis sueños personales. Pero en el fondo, creo que vale la pena. Él es el amor de mi vida y siempre he pensado qué juntos podemos enfrentar cualquier desafío.
Con el corazón acelerado, decido sorprenderlo en su trabajo. Llevaba días pensando en cómo me gustaría que fuera nuestro momento especial para saber el sexo de nuestro bebé, y esta idea me llena de entusiasmo. Imagino su reacción, ver la felicidad en su rostro, el brillo en sus ojos al saber que es nuestro pequeño garbanzo. Salgo de casa y me dirijo a su oficina, sintiendo que el mundo a mi alrededor se ilumina con cada paso que doy.
Al llegar, el bullicio del lugar me envuelve. La gente va y viene, y puedo oír risas y murmullos. Me acerco a la entrada, tratando de contener la emoción que me invade. Sin embargo, algo en el ambiente me hace sentir inquieta. Sacudo la cabeza, tratando de disipar la sensación extraña que me invade, nada debería empañar este momento.
Mientras, camino hacia el estacionamiento, veo a Ricardo. Mi corazón late con fuerza al verlo, pero, de repente, mi alegría se convierte en confusión. Lo veo subiendo a su carro, y a su lado hay una mujer. Una mujer que no reconozco. Ella ríe, y la forma en que lo mira me hace sentir un nudo en el estómago. La felicidad que sentía se evapora en un instante. La escena es tan surrealista que no puedo evitar quedarme paralizada, escondida detrás de un muro, observando cómo interactúan.
Ricardo parece despreocupado, como si nada estuviera pasando. La mujer se inclina hacia él y le toca el brazo, y en ese momento, todo se desmorona. Me siento como si un balde de agua helada hubiera caído sobre mí. La ilusión que había construido en mi mente se desmorona en un segundo. No puedo creer lo que estoy viendo. La mujer se ríe de nuevo, y Ricardo, con su sonrisa encantadora, responde a su risa. Mi corazón se quiebra en mil pedazos. Puedo sentir que hay algo más, en esa mirada hay complicidad, intimidad, no son las hormonas de mi embarazo las que me hacen ver mal.
No asimilo lo que está sucediendo. Durante años, he confiado en él, he entregado mi corazón y mi alma. Todo lo que he hecho ha sido por amor, por la esperanza de construir una vida juntos. Ahora, aquí estoy, viendo cómo se sube al auto con otra persona, en nuestro día especial. La traición se siente como un puñetazo en el estómago. Las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, y no puedo evitar que caigan. Me siento perdida, devastada y traicionada.
En ese instante, el mundo que había construido para mí y para nuestro bebé se desmorona. La revelación del sexo del bebé que tanto había esperado se convierte en un eco distante. La alegría que había sentido por el embarazo se transforma en un dolor profundo y desgarrador. Nunca imaginé que esto podría pasarme. En mi mente, solo había espacio para el amor y la felicidad.
Siento que mi corazón se rompe, y el peso de la realidad me abruma. La tristeza me envuelve, y la idea de lo que podría haber sido se convierte en un laberinto oscuro. Este momento, que debería ser de celebración, se ha convertido en una pesadilla. No sé qué hacer, ni cómo enfrentar lo que acabo de ver.
Decido regresar al departamento; la revelación está planeada para dentro de tres horas, intento tranquilizarme, decirme que lo que vi no es nada. Marcó a su celular, pero no me atiende, ni la primera, ni la segunda llamada. El nudo en mi pecho se hace aún más grande.
¿Por qué se negaría a contestarle a la mujer que ama? Estoy embarazada, algo malo podría estar pasando y él no atiende… Sigo torturándome mentalmente, el dolor en mi pecho me ahoga.
Siento una punzada en mi estómago, debo detenerme al salir del edificio. El aire me hace falta. Mi celular suena y contesto con la esperanza que sea Ricardo; pero la voz de Leonardo, mi mejor amigo, me golpea. Insistí en no verle, pero él me escuchó muy mal, así que me pide esperarlo en un café que queda a lado de la oficina de mi novio o del que dice serlo.
La tristeza me inunda y la preocupación se aferra a mi pecho. Estoy sentada en el café. Él llega con su típica energía, pero su sonrisa se desvanece al verme.
—Alejandra, ¿qué te pasa? Te ves pálida —dice, frunciendo el ceño.
—No sé, Leo… —respondo, sintiendo que la emoción me ahoga; sin embargo, él no deja de verme y me veo obligada a hablar —. Es solo que… estoy sufriendo un poco.
Su expresión se torna sería, y se sienta frente a mí, inclinándose hacia adelante.