Se Solicita Esposa

2

Alejandra

Cuando finalmente recupero la conciencia, la luz del café me hiere los ojos, y la voz de Leonardo regresa, llena de inquietud.

—Alejandra, por favor, abre los ojos. Estás bien, estás a salvo —me dice, su tono de voz lleno de urgencia y amor.

Intento moverme, pero mi cuerpo se siente pesado, como si hubiera estado sumergida en un sueño profundo. Mis pensamientos son confusos, y la preocupación por mi bebé vuelve a asaltarme. La imagen de Ricardo y la mujer desaparece en un rincón de mi mente, reemplazada por el pánico de saber que algo no está bien.

—¿Qué pasó? —logro murmurar, mi voz apenas un susurro.

—Te desmayaste, Alejandra. Estaba tan preocupado —dice Leonardo, su rostro aún lleno de ansiedad—. Necesitamos que te revisen. Vamos al médico, por favor.

Apenas puedo asentar con la cabeza, pero el miedo se aferra a mi pecho. No quiero que esto afecte a mi bebé. La idea de perder a esa pequeña vida que crece dentro de mí se convierte en una ola de terror y desesperación.

—No... no puedo perderlo. No puedo —murmuro, sintiendo que las lágrimas se agolpan en mis ojos nuevamente.

Leonardo se acerca más, tomando mi mano entre las suyas, su toque cálido y reconfortante.

—No va a pasar nada. Vamos a asegurarnos de que tú y tu bebé estén bien. Te prometo que estaré contigo en cada paso —dice, su voz, un ancla en mi tormenta emocional.

Estoy sentada en la sala de espera del hospital, y el ambiente es frío y estéril. A mi lado, Leonardo se muestra preocupado, su mirada fija en mi rostro mientras intento mantener la calma. A pesar de su presencia, el miedo se apodera de mí. La idea de perder a mi bebé se convierte en un pensamiento aterrador que no puedo sacudirme.

—Alejandra, ¿quieres que te traiga algo? —me pregunta Leonardo, con su voz suave y reconfortante.

—No, gracias. Solo quiero saber qué está pasando —respondo, sintiendo que la ansiedad se acumula en mi pecho. Mi mano se aferra a mi vientre, como si pudiera proteger a mi bebé de cualquier cosa que pudiera amenazarlo.

—Todo va a estar bien. Tienes que confiar en los médicos. Ellos saben lo que hacen —dice, intentando calmarme, pero no puedo evitar que la inquietud me consuma.

El tiempo pasa lentamente, y cada segundo que transcurre se siente como una eternidad. Miro a mi alrededor, observando a otras personas en la sala de espera. Algunos parecen tranquilos, otros ansiosos, y yo me siento atrapada en un mar de emociones. La revelación del sexo de mi bebé, que había esperado con tanta ilusión, ahora se siente como un sueño lejano. En lugar de estar rodeada de risas y alegría, me encuentro aquí, esperando respuestas que temo no querer escuchar.

—¿Y si algo no está bien? —pregunto, mi voz temblorosa—. ¿Y si el estrés me ha afectado? He escuchado tantas historias...

—¡Aléjate de esos pensamientos! —interrumpe Leonardo, su tono es firme—. No puedes pensar así. Debes concentrarte en lo positivo. Recuerda lo fuerte que eres.

Asiento, aunque la incertidumbre sigue pesando en mi mente. De repente, mi teléfono vibra y mi corazón se acelera. Lo miro con esperanza, pero al ver que no es Ricardo, la desilusión me golpea de nuevo. He estado esperando que me llame, que se disculpe, que al menos se preocupe. Pero nada. Ni siquiera ha respondido a las llamadas de Leonardo.

—¿Has podido contactarlo? —pregunto, sintiendo que la angustia se apodera de mí.

—He intentado, pero no contesta. No sé qué está pasando con él —responde Leonardo, y su voz refleja la frustración que ambos sentimos.

La idea de que Ricardo no esté aquí, de que no le importe lo que me está sucediendo, me duele más de lo que esperaba. ¿Cómo es posible que pueda ser tan insensible? En medio de esta tormenta emocional, me siento más sola que nunca.

—¿Qué haré si él no vuelve? —pregunto, mi voz es apenas un susurro—. Todo lo que había planeado, todos nuestros sueños… ¿Se desvanecerán así?

Leonardo se inclina hacia mí, su mirada llena de comprensión y apoyo.

—Alejandra, tienes que enfocarte en lo que realmente importa ahora: tu salud y la de tu bebé. Ricardo ha tomado sus decisiones, pero tú no puedes permitir que eso te haga daño. Eres más fuerte de lo que piensas.

Su aliento cálido me reconforta un poco, pero el miedo persiste. No puedo dejar de pensar en la revelación del sexo del bebé, en cómo había imaginado ese momento, rodeada de risas y amor. Ahora, todo eso parece un espejismo.

Finalmente, una enfermera aparece y me llama. El corazón me late con fuerza mientras me pongo de pie.

—Es hora de que te examinen —dice, sonriendo amablemente—. Siento que hayas tenido que esperar tanto.

—Gracias —murmuro, sintiendo que la incertidumbre se intensifica mientras sigo a la enfermera. Leonardo me sigue de cerca, su presencia es un rayo de luz en esta oscuridad.

El examen es rápido, pero cada segundo se siente eterno. La enfermera me pide que me acueste y cierre los ojos. Mientras espero, pienso en el futuro. ¿Cómo estará mi bebé? ¿Podré llevar a cabo la revelación del sexo en algún momento? La idea de que todo se haya cancelado me pesa en el corazón.

Finalmente, la doctora entra, y su expresión es seria pero compasiva.

—Hola, Alejandra. Vamos a revisar cómo está tu bebé y ver qué ha causado el desmayo —comienza, y siento que mi corazón se detiene.

La doctora usa un ecógrafo y el sonido del corazón de mi bebé llena la habitación. Cierro los ojos, agradecida de escuchar ese latido, pero la preocupación no se disipa. La doctora mira la pantalla y toma notas, y yo me aferro a la mano de Leonardo, buscando su apoyo.

—Todo parece estar bien con el bebé —dice finalmente la doctora, y un suspiro de alivio escapa de mis labios—. Sin embargo, necesitamos que te quedes internada para monitorearte y asegurarnos de que no haya complicaciones.

—¿Internada? —repite Leonardo, y su voz refleja la preocupación que siento—. ¿Es necesario?




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