Se Solicita Esposa

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Rafael

El aire en el hospital es frío y estéril, un recordatorio constante de la fragilidad de la vida. Camino por el pasillo, mis pasos son firmes, pero pesados, como si cada movimiento me costara un esfuerzo monumental. Al llegar a la habitación de Clara, una ola de emociones me golpea con fuerza. La veo allí, acostada en la cama, conectada a un laberinto de máquinas que emiten sonidos monótonos, un recordatorio de que su vida pende de un hilo.

La imagen de su rostro pálido y sereno me llena de rabia. No puedo evitar sentir que la situación es injusta. La vida me ha lanzado un golpe tras otro, y ahora, además de lidiar con su estado, tengo que enfrentar las expectativas de mi familia. La presión que ejercen sobre mí para que viaje. Me siento atrapado entre dos mundos, y cada uno me reclama de manera implacable.

Me acerco a la cama y tomo la mano de Clara entre las mías. Su piel es fría y suave, y por un momento, me siento aliviado al sentir su presencia. Pero el alivio dura poco. La realidad de su condición me golpea nuevamente, y la frustración burbujea en mi interior. ¿Por qué tuvo que pasarle esto? ¿Por qué ahora, cuando más la necesito?

Mis pensamientos se desvían hacia el viaje que tengo que hacer. La idea de conocer a una desconocida, una mujer que se hará pasar por mi esposa durante tres meses, me desagrada profundamente. La urgencia de mantener las apariencias ante mi familia me irrita, y la idea de engañarlos me amarga. No solo tengo que lidiar con el dolor de perder a Clara, sino que también debo actuar como si todo estuviera bien.

El teléfono vibra en mi bolsillo, y al sacar el dispositivo, veo que es un mensaje de Edward. “¿Listo para tu cita?” La pregunta me descompone. ¿Listo? No, no estoy listo. La verdad es que estoy agotado. La presión por mantener esta farsa me resulta abrumadora, y el peso de la responsabilidad sobre mis hombros es casi insoportable.

Miro a Clara, y en su estado, parece tan lejos de mí. La idea de que ella quizás no despierte nunca me consume. Me aferro a su mano, buscando un consuelo que no encuentro. La tristeza me inunda, pero la ira también se agita en mi interior. ¿Por qué debo hacer esto? ¿Por qué debo ocultar la verdad sobre su estado?

La familia siempre ha sido una presión constante en mi vida, y ahora, con la herencia a la vista, parece que sus expectativas se han intensificado. Quieren que asuma el título, que represente a la familia en un mundo del cual me alejé. Pero, ¿qué saben ellos de lo que estoy pasando? La angustia por Clara y la presión por cumplir con un papel que no quiero asumir me hacen sentir atrapado en un laberinto del que no puedo escapar.

Mientras me siento en la silla junto a su cama, miro a través de la ventana. La luz del sol brilla intensamente, pero aquí dentro, todo se siente sombrío. La verdad es que estoy solo en esto.

Un grupo de enfermeras entra en la habitación, y yo me aparto un poco. No puedo evitar sentir que su presencia es un recordatorio de la realidad que enfrentamos. Observan a Clara, realizan sus chequeos y se comunican en un tono profesional que me resulta distante. Me gustaría gritarles que esto no es un trámite, que es la vida de mi esposa la que está en juego. Pero me quedo en silencio, sintiendo cómo la frustración se acumula en mi pecho.

Vuelvo a mirar a Clara, y la tristeza me inunda. La idea de que esa mujer, que no tiene idea de lo que significa ser mi esposa, se haga pasar por ella, me provoca un nudo en el estómago. No quiero que nadie ocupe su lugar. Ella es mi compañera, la mujer que elegí para compartir mi vida. Pero, en este momento, no puedo hacer nada más que seguir adelante.

El tiempo avanza lentamente, y cada minuto que pasa me recuerda que tengo que salir de aquí. La reunión está programada para más tarde, y la idea de enfrentar a una desconocida que jugará un papel tan crucial en mi vida me causa ansiedad. Pero no tengo otra opción.

Finalmente, las enfermeras se van, y el silencio vuelve a llenar la habitación. Estoy solo con Clara, y el peso de la soledad me agobia. Las lágrimas amenazan con brotar, pero me niego a mostrar debilidad. Debo ser fuerte, no solo por mí, sino también por ella y por el bebé que está por venir. La idea de perder a Clara y a nuestro hijo me consume, y sé que debo mantenerme firme, aunque me sienta desgarrado por dentro.

A medida que el tiempo avanza, la ira y la tristeza se entrelazan en mi corazón. Me siento atrapado en un ciclo de impotencia, y la presión de mis responsabilidades me deja sin aliento. La vida no debería ser así. No debería tener que enfrentar esta situación en solitario.

La angustia por el futuro se cierne sobre mí, y la idea de que Clara nunca despierte se siente como una losa pesada. Necesito que despierte, necesito que regrese a mí, para que podamos enfrentar esto juntos. Pero, en el fondo, sé que la realidad es cruel y que el destino está fuera de mi control.

Con un suspiro profundo, me levanto de la silla y me acerco a Clara. Le acaricio el cabello suavemente, como solía hacerlo cuando todo estaba bien. Suspiro, sintiendo que el calor de las lágrimas me invade. No puedo dejar que esto me consuma.

El aire se siente denso cuando llego al restaurante. Cada paso que doy hacia la entrada está cargado de una mezcla de ansiedad y desdén. Intento concentrarme en lo que tengo que hacer, pero mi mente no puede evitar divagar hacia Clara y su estado. La idea de que debo presentarme ante una mujer desconocida para que finja ser mi esposa durante tres meses me irrita profundamente.

Al cruzar la puerta, el ambiente cambia. La iluminación suave y el murmullo de las conversaciones entre los comensales me envuelven. Mi mirada se desplaza por el lugar, buscando a la mujer que se hará pasar por mi esposa. Y ahí está, sentada en una mesa apartada, su figura no encajada en la elegancia del lugar, su presencia no irradia la gracia que normalmente asocio con mi esposa.




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