Alejandra
El aeropuerto está lleno de vida y movimiento, pero para mí, todo parece un caos. A medida que cruzo las puertas de entrada, siento que el nerviosismo me consume. He revisado mi bolso al menos tres veces, pero no puedo evitar meter la mano para asegurarme de que el pasaporte sigue allí.
—¿Todo en orden, Alejandra? —me pregunto en voz baja, tratando de tranquilizarme.
El bullicio a mi alrededor es abrumador. Las voces se mezclan, y el sonido de las maletas rodando por el suelo resuena en mis oídos. Camino con paso firme, pero mi mente está en una montaña rusa de pensamientos. ¿Qué pasará cuando llegue? ¿Cómo reaccionará la familia de Rafael al verme?
Miro de un lado a otro, buscando cualquier indicio de que alguien estuviera prestando atención a mi llegada. La idea de que un periodista me encuentre me aterra, pero al mirar a mi alrededor, no veo nada que sugiera que alguien esté al tanto de mi presencia. Eso me tranquiliza un poco. Claro, ¿quién se fijaría en mí si no saben quién soy?
Al llegar al área de documentación para abordar el avión, busco a Edward. Él es el abogado y socio de Rafael, y me siento aliviada de saber que no estaré completamente sola en este viaje. Un vistazo rápido y, allí está, esperándome cerca de la fila de mostradores.
—¡Alejandra! —me llama, y su sonrisa es un rayo de luz en medio de mi ansiedad.
—Hola, Edward. —respondo, acercándome a él—. Gracias por venir.
—Por supuesto. No quiero que te sientas sola en esto. —dice, y me tiende un pequeño dossier con información sobre el viaje—. Aquí tienes todo lo que necesitas saber.
Tomo el dossier y lo abro un poco. Hay información sobre el vuelo, así como detalles del hotel a donde llegaré.
—¿Cómo está Rafael? —pregunto, sintiendo que mi preocupación se manifiesta en cada palabra.
—Está lidiando con muchas cosas en este momento. La situación es complicada, pero confía en que tiene un buen equipo a su alrededor. —responde Edward, su tono es serio pero reconfortante.
—Eso espero. —murmuro, sintiendo que la ansiedad regresa, aunque un poco más contenida.
—Cuando llegues a tu destino, alguien pasará a recogerte. Te llevarán directamente al hotel, Rafael te buscará en cuanto llegue. —me explica, y eso me da un poco de tranquilidad.
—¿Alguien de su equipo? —pregunto, sintiendo que mi curiosidad me empuja.
—Sí, alguien de confianza. —responde, y puedo ver la firmeza en su mirada—. No te preocupes, todo está organizado. Lo más importante es que estés lista para lo que venga.
Asiento, aunque en mi interior siento que la ansiedad burbujea.
—¿Y qué hay de la prensa? —pregunto, sintiendo que el pánico podría asomarse de nuevo.
—Hemos tomado precauciones. No deberías tener problemas, pero mantente alerta. —me dice, y su sinceridad me hace sentir un poco más segura.
—Entendido. —respondo, sintiendo que la tensión se afloja ligeramente.
Mi mirada se desvía hacia la multitud que pasa a nuestro lado. El movimiento constante de personas, maletas y sonidos parece un recordatorio de que el mundo sigue su curso, a pesar de mis propios miedos.
—¿Estás lista para abordar? —pregunta Eduardo, rompiendo mis pensamientos.
—Sí, creo que sí. —digo, sintiendo que la determinación comienza a reemplazar mi ansiedad—. Solo necesito un momento para respirar.
—Tómate tu tiempo. —responde, dándome un espacio.
Cierro los ojos por un instante, inhalando profundamente. La mezcla de olores del aeropuerto, el aroma del café y el perfume de las personas que pasan a mi lado, todo se siente abrumador. Pero en medio de esa tormenta, empiezo a encontrar mi centro.
Cuando abro los ojos, me siento un poco más decidida.
—Listo. Vamos. —digo, y me muevo hacia la fila de embarque.
Edward me sigue, y mientras avanzamos, no puedo evitar sentir que este es un paso hacia lo desconocido. La idea de estar al lado de Rafael en medio de todo este caos me inquieta, pero también siento miedo. No sé cómo reaccionará después de todo lo que está pasando, ni si estará en un lugar emocionalmente estable.
Al llegar al mostrador de embarque, entrego mi pasaporte y mi boleto. El agente de aerolíneas me sonríe y me deja pasar.
—Bienvenida a bordo, Alejandra. —dice, y eso me hace sentir un poco más en control.
Una vez que atravesamos el túnel hacia el avión, mi corazón late con fuerza. Cada paso que doy me acerca a una nueva realidad, a una nueva etapa de mi vida.
Me acomodo en mi asiento, y Edward se sienta a mi lado.
—Recuerda, todo saldrá bien. —me dice, notando mi nerviosismo.
—Lo sé. —respondo, volar jamás ha sido algo que me motive, prefiero tener los pies en tierra. La ciudad se aleja, y con ella, todas mis preocupaciones se activan aún más.
El avión comienza a descender, y a través de la ventanilla, veo cómo las nubes se disipan para dar paso a un paisaje que me deja sin aliento. Portugal se extiende ante mí, con sus techos de tejas rojas y calles enredadas que parecen contar historias de tiempos pasados. Sin embargo, mi entusiasmo se mezcla con el agotamiento de tantas horas de vuelo. Me estiro en mi asiento, sintiendo cómo cada parte de mi cuerpo se queja por la inactividad, viajar embarazada no es tan cómodo, pero las sobrecargos estuvieron muy atentas a lo que necesitara.
El piloto anuncia que estamos a punto de aterrizar, y mi corazón late más rápido. Miro a mi alrededor, viendo a los demás pasajeros que también parecen ansiosos por salir y estirar las piernas.
—Finalmente, estamos aquí. —murmuro para mí misma, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo.
Cuando el avión toca tierra, un suspiro de alivio escapa de mis labios. La experiencia ha sido larga y agotadora. Desde el despegue hasta este momento, he pasado más de diez horas en un espacio reducido, con el aire acondicionado a veces demasiado frío. Mis pensamientos han viajado en todas direcciones, desde la incertidumbre sobre lo que encontraré aquí.