Se Solicita Esposa

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Rafael

Salgo de la oficina con el corazón acelerado. El aire frío de la noche me golpea el rostro mientras me apresuro hacia mi coche, intentando mantener la calma. La presión de los periodistas acechando a la salida es casi insoportable. Algunos ya están apostados, listos para lanzar preguntas incisivas, esperando que cualquier palabra mía se convierta en un nuevo titular. La idea de ser el centro de atención me resulta abrumadora. Solo quiero escapar de esta pesadilla.

Una vez dentro de mi auto, cierro la puerta con un golpe sordo, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad. Me quito la chaqueta, consciente de que cualquier detalle puede delatarme. Cambio de marcha y arranco el motor, exhalando un suspiro profundo. Las imágenes de los periodistas con cámaras y micrófonos se quedan atrás, pero la inquietud persiste en mi mente.

Manejar por las calles de la ciudad es un ejercicio de concentración. El tráfico avanza lentamente, y aunque la rutina parece normal, mi mundo está en caos. El escándalo que rodea a mi familia ha puesto todo patas arriba. Rumores sobre corrupción, acusaciones infundadas, y la prensa dispuesta a devorar cualquier noticia. Cada día se siente como una batalla, y lo último que necesito es que me sigan hasta el hospital.

Conduzco con cuidado, evitando mirar demasiado a los lados. La última cosa que quiero es ser reconocido. Siento la necesidad de llegar al hospital, de asegurarme de que Clara esté bien. La preocupación me consume. Desde el accidente, la incertidumbre ha sido una constante en mi vida. La imagen de su rostro sereno en la cama del hospital me atormenta. Cada vez que cierro los ojos, veo sus manos inertes, y eso me duele más de lo que puedo soportar.

A medida que me acerco al hospital, la ansiedad se intensifica. El tráfico se vuelve más denso, y mi mente divaga hacia lo peor. ¿Qué pasará si Clara no despierta? La idea de perderla es insoportable. Ella es la luz en mi vida, y sin ella, todo se desmorona. La posibilidad de que todo lo que hemos construido juntos se desvaneciera me llena de terror.

Finalmente, llego al hospital y estaciono el coche en un lugar discreto. Antes de salir, me miro en el retrovisor. Mi reflejo me resulta extraño. La preocupación ha dejado huellas en mi rostro, y la tensión se ha apoderado de mi cuerpo. Me sacudo un poco, tratando de despejar la mente, y me aseguro de que no hay nadie que me esté siguiendo.

Al salir del coche, me deslizo rápidamente hacia la entrada del hospital. Abro la puerta y me encuentro en el vestíbulo. El olor a desinfectante y el murmullo de las conversaciones me rodean. Las enfermeras y los médicos se mueven con eficiencia, pero yo solo tengo un objetivo en mente: llegar a la habitación de Clara.

A medida que me acerco al ascensor, siento que el tiempo se ralentiza. Cada segundo parece una eternidad. El pitido del ascensor me hace saltar, y cuando las puertas se abren, me apresuro a entrar, presionando el botón del piso donde está Clara. La máquina sé mueve lentamente, y mi mente no puede evitar divagar hacia las decisiones que he estado tomando últimamente; como la mujer que ha viajado hasta el otro lado del mundo para fingir ser mi esposa.

Abro la puerta de la habitación, y un nudo se forma en mi estómago al cruzar el umbral. Durante estos últimos tres meses, cada vez que entro aquí, siento una mezcla de esperanza y desesperación. Clara está acostada en la cama, conectada a un sistema de monitores que marcan su pulso y su respiración. La luz tenue resalta su rostro, que sigue siendo tan hermoso como lo recuerdo, pero la palidez de su piel me recuerda que está atrapada en un estado entre la vida y la muerte.

Me acerco a su lado, tomando su mano entre las mías. Su piel está fría, y un escalofrío recorre mi espalda. Cada vez que la miro, me invade una mezcla de amor y dolor. La última vez que hablamos, ella estaba llena de vida, y ahora solo hay silencio. La imagen de ella sonriendo, riendo, me persigue constantemente.

Pero hoy, no estoy solo. Al girar la cabeza, veo a la madre de Clara, de pie en la esquina de la habitación, con una expresión que oscila entre la preocupación y la indiferencia. Su presencia me irrita profundamente. No puedo evitar que el odio brote en mi interior. ¿Qué hace aquí? Después de todo lo que ha hecho, después de años de abandono, ahora aparece como si tuviera derecho a estar presente en este momento.

—Rafael. —dice, con su voz ronca, un eco de su vida marcada por el alcohol y las decisiones equivocadas.

No le respondo. En mi mente, la rabia crece. Nunca entendí cómo pudo dejar a Clara sola, cómo pudo ignorar su sufrimiento durante tantos años. Ahora, aquí está, como si tuviera alguna autoridad sobre lo que le sucede a su hija.

—Ella necesita a su familia. —continúa, como si sus palabras pudieran justificar su presencia.

Me aprieto los dientes, luchando contra la necesidad de gritarle. La hipocresía me revienta. ¿Desde cuándo le importa a ella lo que le sucede a Clara? La mujer que dejó de lado a su hija cuando más la necesitaba ahora se presenta como una madre preocupada.

—No eres bienvenida aquí. —finalmente, le digo, mi voz suave pero firme. No quiero hacer un escándalo, pero tampoco puedo quedarme callado.

Ella frunce el ceño, su expresión se endurece.

—¿Y tú quién te crees para decirme eso? Soy su madre. —su tono se vuelve desafiante, como si pretendiera tener algún tipo de poder en esta situación.

—Tú no has sido parte de su vida. —le respondo, sintiendo cómo la indignación se apodera de mí—. No has estado aquí para ella.

El silencio que sigue es tenso. La atmósfera en la habitación se siente cargada, pesada. Clara está en coma, y la ironía de la situación no se me escapa. La mujer que debería haber estado a su lado en los momentos difíciles ahora intenta apropiarse de este momento, como si pudiera redimirse.

—No tienes idea de lo que he pasado. —dice, y su voz tiembla ligeramente.




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