Serendipia.

Capítulo 7.

Maeva.

—Tú puedes, Maeva. Puedes con esto y con todo lo que se te ponga al frente. -inquirí antes de ingresar a la empresa. —Tú puedes.

Abrí la puerta del lugar y sin pensar en nada más ingresé, la hacerlo todos los ojos se colocaron en mí.

¿Será que elegir un vestido no fue la mejor elección?

Mis mejillas se sonrojaron al ver al conglomerado masculino mirarme como si deseara comerme.

Con todo u vergüenza, me dirigí hacia la recepción del lugar.

—Buen día.

—Buen día. En que podemos servirle.

—Yo soy la nueva secretaria del Ceo.

—Oh, es usted. -la chica me brindo una sonrisa. —La están esperando en el piso nueve.

—Gracias.

Antes de marcharme le devolví la sonrisa a la amable chica.

Me dispuse a caminar hacia el elevador, pero antes de que pudiese alejarme por completo del puesto de recepción, escuché a un hombre.

Ella es todo menos una recepcionista. Una mujer como ella es la que necesito.

Si hubiese sabido que causaría este tipo de comentarios, venía vestida con el vestido más largo y holgado que encontrara entre mis cosas. Pero no, tuve que venir con un vestido que hacía lucir mis curvas y realzaba mi trasero.

Quién me viera diría que vengo a provocar.

Me dirigí hacia el ascensor y cuando iba a presionar el botón para pedirlo escuché la voz de Johan.

—Ye dije que no te quería ver aquí.

—Es una lástima, porque no pienso tomar en cuenta tus órdenes, esposito.

Johan formo sus manos puños.

—Johan, hijo.

—Abuelo, ¿Qué haces aquí?

El Johanser obvió la pregunta de Johan y se dirigió a mí.

—Maeva, esta mañana estas reluciente. Pareces más la jefa que mi nieto.

—Abuelo…

Johanser volvió a obviar a Johan. Y esto al parecer le molesto a mi esposo falso, porque de cruzó de brazos y pudo mala cara.

—Gracias por sus palabras Johanser.

—Quedamos en que me dirías abuelo, Maeva.

—No creo que sea conveniente, Johanser.

—Si lo dices por mi nieto, no hay problema alguno con él.

Ujumm no creo que eso sea cierto.

—Está bien, te llamaré abuelo.

Los iris de Johanser brillaron tras escucharme.

—Siempre desee tener una nieta a la cual consentir.

—Abuelo, si mal no recuerdo voy a casarme. Así que, mi esposa puede ser la nieta que tanto andas buscando. -hice una mueca. —No tienes que buscar a esa nieta que tanto deseaste en esta chica.

¿Esta chica?

Ahora se hace el que no me conoce.

Bien dicen que dos pueden jugar al mismo juego.

—Abuelo, porque no me escolta hasta mi puesto de trabajo y dejamos que este chico valla a arrear las vacas.

Johanser alternó sus ojos entre su nieto y yo, y no dudo en sonreír.

Algo se trae entre manos.

—Ese chico, como lo llamaste es un experto en arrear vacas, querida. Tanto que, a su corta edad, tiene tanta experticia de la que puedes imaginar.

—Abuelo, no le des cuerda.

—Que yo sepa no soy una muñeca para que me den cuerda, señor.

—Te falta poco para ser una muñeca. -mascullo Johan, para sí mismo, pero yo lo escuché.

Donde un Schoweizer pone el oído, pone la bala.

—Abuelo, vamos. -espeté cuando el elevador se abrió.

—No querida, por ese elevador van los empleados, nosotros tenemos nuestro propio elevador.

¿Qué? ¿Cómo para qué ellos tendrían un elevador solo para ellos? Eso se me hace algo bastante injusto.

—No iré por ese elevador.

—¿Por qué?

—Porque yo no soy más que una empleada, no tengo porque ir por ese elevador.

—Yo quiero que vayas por este, Maeva. ¿Acaso no cumplirás los deseos de tu abuelo?

—Lastimosamente no cumpliré con tus deseos abuelo, porque me parece absurdo ir por el elevador de los jefes cuando no soy más que una empleada más en este lugar. -Johanser sonrío. —Que tenga un buen viaje y nos vemos arriba.

Tras decir esas palabras ingresé a la caja mecánica, pulse el piso nueve, pero antes de que las puertas se cerraran, el abuelo ingreso con una gran sonrisa en sus labios.

—Con cada palabra que dices sumas más puntos, Maeva.

—¿Puntos para qué?

—Cosas mías, hija.

—Abuelo, ese chico me odia.

—Que importa que te odie, hija -Johanser entrelazó su brazo derecho con el mío. —Espero que no te dejes de Johan.

—Antes muerta que dejarme de él, abuelo.

Después de decir esas palabras toque el número del piso al que nos dirigíamos.

—Así me gustan.

—Eh… no me diga que quedó prendado por mi belleza.

—Más que eso, hija.

—¿Me quiere convertir en la abuela sexi de ese chico?

—¿Quieres ser la abuela sexi de ese chico?

—No, abuelo. No es porque no te veas bien, sino es cuestión de que me gustan menos experimentados y con la carne fresca. No es que tu carne esta pasada, bueno sí, pero tú me entenderás.

¿Cómo se me ocurre decirle esas cosas?

—Ya entendí, Maeva. A ti lo que te gusta la carne fresca para degustar cuanta veces quieras sin tener ningún tipo de remordimiento.

—Me descubriste abuelo. La carne de tu condenado sobrino me atrae como la sangre a los vampiros. ¿Sería mucho pedir que dejaras toquetear, aunque sea las nalgas?

—Si te dejo tocarle las nalgas a Johan, ¿Qué me darás a cambio?

—Un beso.

—No, hija. No me dejo sobornar por un beso.

—Entonces, ¿Qué quiere?

Ante esa pregunta los iris de Johanser brillaron con gran intensidad. Pero antes de que pudiera decir algo, las puertas del elevador se abrieron.

—Abuelo, necesito hablar algo urgente contigo.

Johanser me dejo salir primero del elevador.

—Gracias caballero.

—Por nada, bella.

—Abuelo, necesito hablar urgentemente contigo.

—Johan, hijo. Antes de hablar contigo tengo que mostrarle el puesto de trabajo a Maeva.

—Ella se puede instalar sola, abuelo.

¿Será que mi cueva del gozo no le gusto? Eso ha de ser, porque no hay otra explicación para el repentino odio que él profesa por mí.




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