Johan.
Me acomodé en la cama buscando mejor comodidad, pero lo que encontré fue el pequeño cuerpo del bebé.
Abrí mis ojos, y me encontré con la mirada inquisitiva del infante.
—No simpáticemos, renacuajo. Porque no seremos amigos.
El pequeño sonrió, mostrando sus encías.
—No te quiero cerca de mi.
El bebé hizo caso omiso, a mi palabras y se acercó a mi.
—Hey, invades mi espacio personal.
Intente alejarme de él lo más que pudiese, pero el renacuajo estaba empeñado en acercarse a mi.
—Oye… aléjate de mi.
Mi intento por elidir al bebé termino conmigo cayendo de la cama.
—Renacuajo.
Me levanté como pude y observe al bebé acurrucado contra el pecho de Maeva.
Esto es inaudito. Ese renacuajo me echo de mi propia cama. Ver para creer.
Le di una mala mirada y tomé asiento en el sofá.
Trascurrieron varios minutos, en los cuales me arrepentí de haberlos traído a esta casa y a mi cama.
La vida de padre es un grandísima mierda.
Esperen un momento, ¿cómo que la vida de padre?
Acaso estoy perdiendo el poco juicio que me queda.
No.
No.
Deje mis absurdos pensamientos de lado cuándo vi a la fresa desabrida abrir los ojos.
Maeva recorrió el lugar con rapidez y cuando sus ojos se colocaron en los mios, se sonrojó.
—Lo siento, Johan.
—Ahora lo sientes ¿verdad?
—Si es una molestia para ti, cargar conmigo debiste dejarme la oficina, no traerme a tu casa y acostarme en tu cama.
¡Este es el colmo…!
Después de decir esas palabras, acuno al renacuajo entre su pecho y este hizo sonrió.
—Gracias por su benevolencia.
La fresa desabrida se levantó de la cama y camino hacia la puerta.
—¿Te iras a esta hora?
—¿Acaso le importa qué me maten, señor?
Guarde silencio, ante esas palabras.
—Entonces déjeme marchar.
Posterior a esas palabras, ella salió de la habitación, pero la muy despistada no se había percatado de que estaba descalza.
Condenada loca.
Me levanté del sofá y tomé el calzado de la loca entre mis manos.
Loca tenía que ser.
Salí de la habitación en busca de la fresa desabrida, pero no la encontré en el pasillo, así que camine hacia las escaleras.
—No jovencita. Usted se queda aquí.
—Abuelo, no puedo dormir aquí.
Pro primera y última vez, estoy de acuerdo con ella.
Apoyo la idea de que se largue de aquí lo más antes posible, porque tenerla cerca de mi es una desgracia.
Baje las escaleras de dos en dos, y tras encontrarme en el primer piso me acerqué a ellos.
—¿Pensabas irte descalza?
—Qué más da andar descalza.
—Gracias por tu hospitalidad, abuelo. Pero quiero irme a mi casa.
—No te dejaré marchar a esta hora, linda. Así que ponte cómoda porque esta noche duermes aquí.
—Abuelo, deberías dejarla marchar.
El abuelo coloco sus ojos en los mios y me brindo una mirada fulminante.
—Ve a ver si el avestruz puso un huevo.
—Vaya forma de decir que me largue, abuelo.
Obvie las palabras de mi abuelo y tomé asiento en el sofá.
—Abuelo…
—No se diga más, linda. Ve a bañarte para que cenemos.
Rodé mis ojos y recargué mi cabeza contra el sofá.
—Ya tienes todo listo, ¿verdad?
—Tu en tan poco tiempo me conoces, y otros tienen años a mi lado no me conocen en lo absoluto.
—Soy buena leyendo a las personas. Ya que insistes, ire a tomar un baño relajante con el amor de mi vida. -despues de decir esas palabras la loca dejo un beso en la mejilla regordeta del bebé.
—Que suertudo ese pequeño, hija.
—Ni que fuese la gran cosa. -espeté.
—Me ire antes de que la mala vibra de cierta persona me afecté más de lo que ya lo está haciendo.
Después de esas palabras la fresa desabrida se marchó, dejandome a solas con mi abuelo.
—Johan.
—Si vas a decirme que la trate mejor guardate en comentario, porque no hare tal cosa.
—Quiero que te cases, hijo.
—No he encontrado la mujer adecuada para casarme, abuelo.
—Tu no la encontraste, pero yo si.
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Editado: 04.10.2025