Serendipia.

Capítulo 21.

Maeva.

Después lo que sucedió anoche, Johan se había mantenido espectante y callado. En cierta parte me duele tratarlo con indiferencia, pero él se lo gano a pulso.

Hoy es uno de esos días en los que presidentes que todo ira mal desde que te levantas. Y he de decir que mi intuición no falló, porque desde que ingresé a la empresa todo es problemas. Y para mi desgracia el mayor de ellos es la perrita del mal.

Ganas no me faltan de arrastrarla por todo el lugar, como la grandísima perrita que es.

Aparte mis ojos de los documentos, cuando la puerta de la oficina se abrió dejandome visualizar a Pía echa un mar de lágrima.

Para que ella esté echa un mar de lágrima debe haber pasado algo bien fuerte.

—Pía.

—Maeva…

Pía se acercó a mí y me envolvió entre sus brazos.

—¿Qué paso, Pía?

—Roger. -espetó con voz entrecortada.

—¿Tengo que ir a matarlo?

—Me engañó con otra.

¡Ay madre santísima!

¿Cómo se le ocurrió a ese loco engañarla?

—Lo mataré y te entregaré su corazón.

Tras decir esas palabras Pía lloró con más fuerza.

—Entendido, mujer. Evitare mencionar al cucaracho rastrero.

Como por arte de magia el llanto de Pía ceso.

—¿Estás bien?

—¿Sabes lo que debería hacer?

Oh, no. Problemas a la vista.

—Es mejor que no pregunte, porque de seguro no me gustara la respuesta.

—Le destrozaré su querido auto, después ire de paseo por el mar con un buen macho que tenga tremendo tallo. Le haré ver que conmigo no se juega.

¿Dé cuándo a dónde Roger tiene un yate?

—Pía, si haces una locura como esa tendré que ir a verte a prisión, y no quiero eso, así que tranquilízate, liberá tu mente y cuándo estes en tu tino piensa como vas a proceder, porque eso de romper e irte con cualquiera buen tallo que encuentres es una locura.

—Locura es arrancarle las bolas, para que nunca vuelva a sentir deseo de copular en la puchaina de otra mujer.

Bueno, ella tiene un punto.

—Tranquilizate, Pía.

—Estoy tranquila, ¿no lo notas?

Los ojos de mi hermana volvieron a cristalizarse, pero en está ocasión ella empezó a pestañear sin control.

—Ya se lo que haré…

—Pía, nada de matar, incendiar y secuestrar, ¿me escuchaste?

—Por mi que ese perro que se valla a la mierda. No voy a llorar más por él porque una Schoweizer no ruega, una Schoweizer está para que le ruegen.

Tras decir esas palabras Pía sonrió.

—Pía, no estoy para soportar tus cambios de humor repentinos.

—Cono quieres. Ire al punto, hermana.

—Ve al punto, Pía.

—Regresare a la mansión Schoweizer, volveré a los brazos de nuestro padre y haré que Roger me pegué por no respetar nuestro acuerdo de exclusividad sensual. Esa noche de pasión que tuvo en ese barco le saldrá como en feria. Pésimo.

Eso es peor que secuestrar, incendiar y matar al pobre de Roger. Porque Pía manejando el poder de los Schoweizer es letal.

—Pía.

—Pía Schoweizer regresará a casa y esta vez ningún, pene corto jugará conmigo. Puede ser que haya perdido dos veces, pero la tercera la ganaré yo.

—¿Qué hay de tu trabajo?

—Buscare un reemplazo que los ancianos amarán.

—Mucho cuidado con buscarle una pechugona, a los ancianos, Pía.

—Le buscaré una mujer tan deslumbrante que muchos de ellos se morirán al ver semejante mamacita. Me encargaría estar allí para ver la causa de descanso de algunos de ellos. Sería impresionante ver que los ancianos se fueron a descansar tras deleitar sus ojos pecaminosos con un buen trasero o unas buenas pechugas. Me pasare por allá para que me den las gracias antes de que un infarto les segue la vida.

—Pía.

—No te preocupes que el viejo Rodolfo, ya se murió.

La arpía que tengo como hermana se colocó sobre sus pies.

—Me ausentaré unos días, pero volveré siendo la mamá de las caninas.

—Por lo menos recuerda que tienes una hermana en este lado del mundo y que estoy embarazada y antojada de terminar con el castigo que le impuse a Johan y saltarle encima. Porque ese hombre tiene que oler tan rico.

—Antes de entregarle la cosita, por lo menos deja que sufra un poco más. No sea tan desesperada, Maeva. Porque por ello es que nos toman de pendejadas y zas… nos ponen el cuerno con una mujer de dudosa procedencia. Pero, pendeja yo que pensé que había encontrado el tallo perfecto, porque bien lo dice una canción: No nos cambian por algo mejor, ni tampoco por algo más rico.

Antes de que Pía superé lo que le hizo el pendejo de Roger tendrá que pasar mucho tiempo. Porque la loca se enamoro de su tallo de perfecta medida y grosor. Pobre de ella porque conociéndola como la conozco le harán falta los agarrones que se daba con Roger.

—Un par de semanas más y le hago un asalto. Total, ya somos marido y mujer. Así que puedo, meterme a su cama y hacerlo mío. Bien sabes que no soy de enojarme por meses, lo mío es hacer que me ruegen por unos días y después zas… contenta como una lombriz. Y más si logro tener el tallo que tanto me gusta.

—Si lo personas, te aborrecer como mi hermana.

Antes de que pudiera contestar, Johan se paro en el umbral de la puerta y toco.

—¿Se puede?

Cruce mis piernas porque cada vez que escucho su voz me dan ganas de…

No, Maeva. Tienes que ser dura.

Recuerda lo que que se largo por dos semanas a Japón y tras volver te dejo como una huérfana en el altar.

—Cuando veas a tu amigo, le dices que no vuelva a buscarme nunca más porque tendré un bate listó para romperle ambas piernas. -Johan enarcó una de sus cejas. —Anda con cuidado porque tengo ganas de romper piernas u otros huesos. Ya sabes, estas advertido, queridito.

Johan es un idiota, pero no dejaré que Pía le rompa sus hermosas piernas.

—Pía…

—No mamá osa, si el osito se pasa de listo tendré que castigarlo. Así que ya el osito está advertido.

—Orden captada generala.




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