1972.
Todo empezó un trece de febrero del año 1972, en la ciudad de Chicago. Abigail Cook había entrado en labor de parto, ella y su esposo se sentían nerviosos y asustados, pero tenían la esperanza de que su hijo naciera.
Habían intentado durante un tiempo desde el día en que contrajeron matrimonio, recibieron muchas noticias, tomaron muchos exámenes, pero no se rindieron hasta que Abigail quedó en embarazo. El primer hijo, Thomas William Cook, falleció luego de doce semanas de embarazo cuando Abigail tuvo un aborto involuntario. Un año después, Liam y Abigail volvieron a intentarlo, tuvieron dificultades, pero entonces, llegó a sus oídos la agradable noticia de que iban a tener una niña. La iban a llamar Mary Alice. Ambos tuvieron cuidado durante los nueve meses, pero cuando llegó el día y el momento del parto, Mary tuvo problemas con el cordón umbilical.
Ambas pérdidas fueron grandes para Liam y Abigail Cook. Duraron meses discutiendo, meses sin estar de acuerdo y meses separados, cada uno viviendo en casa de sus padres. Pensaron en el divorcio, pensaron en muchas cosas, pero no hicieron más que seguir intentando. Querían un hijo, querían ser una familia y no veían la razón para rendirse. Ambos se amaban y eso impidió que cometieran algún error.
Liam estaba acompañando a su esposa esa noche, dándole apoyo, calmándola cuando era necesario. Encargándose de decirle que todo iba a salir bien.
Tenía razón.
El llanto del niño inundó en la sala de partos apenas el doctor lo sacó. Era fuerte y no se detuvo en ningún momento. Abigail le preguntó repetidas veces a su esposo si ese era él, si era su hijo y Liam afirmaba todo con una sonrisa y lágrimas en los ojos. El llanto del recién nacido se apagó justo cuando estuvo en brazos de su madre, quien no podía ocultar su felicidad.
—Se parece a ti —murmuró Liam, a su lado, acariciando con suavidad la frente del niño, quien lo observaba con ojos muy abiertos.
—Sí, pero tiene tus ojos —respondió ella.
—¿Cómo vamos a llamarlo? ¿Seth? ¿Charles?
—¿Por qué no ambos?
Liam dejó un beso en los labios de su esposa, sonriendo.
—Te amo y también a nuestro pequeño Seth Charles —dijo el hombre.
1987.
Seth abrió los ojos cuando escuchó la voz de su madre llamándolo desde abajo, era un día normal de la mitad de septiembre. Música sonaba por la radio que tenía en su habitación, alguna canción que realmente no conocía, probablemente de Madonna; se levantó de la cama, buscó las gafas circulares en su nochero y se las puso, saliendo del cuarto.
Bajó las escaleras acomodándose la corbata del uniforme de su escuela antes de pasar al comedor. Su madre sacaba una tarta de cerezas del horno y el olor impregnó en la nariz de Seth.
—Oh, Dios mío —exclamó, sentándose en su lugar del comedor—. ¿Podría llevar un pedazo extra a la escuela? Di que sí, mamá.
—Di que sí, Abby —canturreó su padre, mirando sobre el periódico y también sobre sus lentes.
Abigail llevó los platos del desayuno a la mesa y luego dejó la tarta en medio de esta, sonriendo.
—Claro, cariño —sonrió la mujer y extendió las manos hacia ambos—. ¿Damos las gracias?
Cuando terminaron de desayunar, Seth se despidió de sus padres, tomó su bicicleta y salió de casa, comenzando a manejar en dirección a la escuela. Bob Jones le siguió el paso, también en bicicleta.
—Hola —le dijo, sonriendo—. ¿Qué tal el día?
—Ventoso, como es usual —respondió sin dejar de mirar al frente.
—Buena predicción.
Seth conoció a Bob Jones desde el día en que se mudó. En 1977, nuevas personas llegaron al vecindario, Seth tenía cinco años y cuando se dio cuenta que finalmente había un niño de su edad, justo a tres casas de la suya, no tardó en decirle a sus padres. Abigail les había llevado una de sus deliciosas tartas como regalo de bienvenida y la familia fue muy amable al aceptarlo. Semanas después, los invitaron a cenar y Seth tuvo la oportunidad de conocer a la familia Jones. Bob y sus padres, Brendon y Miranda. Fue un poco incómodo al inicio, Seth no tenía amigos en la escuela y él era su primer nuevo vecino, de alguna manera quería romper el esquema.
Al final se hicieron buenos amigos y prácticamente, crecieron juntos.
Además de Bob, Seth tenía una amiga más: Isabelle Maison. Una chica de cabello rojizo y ondulado, con una sonrisa inigualable y ojos color chocolate. Seth se había dado cuenta de lo hermosa que era desde el primer día que la vio. Cuando comenzaron sexto grado, ella era nueva en la escuela, aunque se desenvolvió muy rápido con los alumnos y los profesores. Bob fue el que se la presentó, su amigo sabía perfectamente que Seth jamás le iba a dirigir la palabra si no lo hacía por él. Con el tiempo, los tres se hicieron grandes amigos.