Dos semanas después, Bob Jones visitó a Isabelle. Fue una tarde luego de clases, se había tomado el tiempo de pensar qué iba a decirle y cómo se lo diría, practicándolo en el espejo del baño o repasándolo en su mente reiteradas veces. El discurso tuvo cambios, fue muy extenso, luego muy corto y hasta que Bob se dio cuenta cuál era el perfecto, se apresuró para profesarlo.
Cuando llegó a la casa de la joven y tocó la puerta, jamás pensó que se sentiría tan nervioso. Se peinó el cabello castaño hacia atrás e inspiró hondo, su corazón latía muy rápido, eso no pasaba cuando invitaba a cualquier chica a ver una película o cuando se acercaba a hablarles en las fiestas, mucho menos a la hora de tener sexo.
Pero ahí estaba la razón de por qué se sentía así. Isabelle definitivamente no era como las otras chicas. Su belleza iba más allá, con su cabello rojo cobrizo y sus ojos cafés, sus labios carnosos y aquella sonrisa cálida que era capaz de hacer sonreír hasta a la persona más infeliz. Se preocupaba por los demás y era una gran amiga. Bob no la veía como un objeto que podía usar una sola vez, era diferente, se preguntaba si podría tener un futuro con ella, si se casarían y tendrían hijos. Cosas que todavía no habían pasado por su mente.
—¡Bobby! —Isabelle apareció detrás de la puerta cuando se abrió, sonriéndole al castaño con amplitud—. Hola.
—Isabelle, ¿cómo estás? —le dijo, rascándose la nuca con una sonrisa nerviosa.
—Como siempre, muy bien. ¿Qué te trae por aquí?
—Quiero hablar contigo sobre algo —le respondió, poniendo las manos en los bolsillos de la chaqueta de cuero que llevaba puesta—. ¿Estás ocupada?
—No. Claro que no —la chica sonrió y salió de la casa, cerrando la puerta detrás de sí y señalando el banco que se ubicaba en el porche de su residencia—. Ven, siéntate.
Entonces lo hicieron, Isabelle se sentó primero que él y Bob se tomó su tiempo para hacerlo, se colocó al lado de la chica, soltando un suspiro involuntario.
—Bien, ¿esta vez de qué se trata? —preguntó la pelirroja, mirándolo—. ¿Necesitas algún consejo para quitarte encima de nuevo a Cheryl Allen?
Bob parpadeó y abrió la boca para decir algo.
—Oh, no —lo interrumpió—. Déjame adivinar esta. ¡Es una nueva admiradora! No como Cheryl, pero sí que te sigue a todos lados.
—No, Isabelle. No es nada sobre chicas —Bob se rio—. Bueno, algo. Pero es sobre una sola.
—¿Una sola? —Isabelle frunció el ceño, confundida.
—Sí —respondió, mirándola fijamente—. Verás… he estado con más de un par de chicas, he tenido relaciones cortas y otras también demasiado cortas. Así que un día me puse a pensar, ¿qué sería de mí más adelante?
—Muy bien, comprendo.
—Isabelle, hemos sido amigos desde hace años. Te conozco lo suficiente y tú a mí. Yo… —vaciló un poco, cruzando sus manos para evitar temblar tanto—. Estoy comenzando a enamorarme de ti. Quiero decir —soltó una risa, no quiso confesarlo tan rápido, el discurso no iba así. Intentó arreglarlo—, todo contigo resulta diferente. Y sé que no tengo el premio al mejor novio, pero esta vez quiero intentarlo en serio. Y con la única persona que puedo imaginar eso es… contigo.
Isabelle parpadeó, atónita. Sus ojos se abrieron con sorpresa y se removió en su lugar, bajando la mirada para ocultar su sonrojo. Bob se asustó, por un instante pensó que lo había arruinado todo, que su amistad se había terminado y que aquella oportunidad no se presentaría jamás.
Pero entonces ocurrió otra cosa.
Isabelle se acercó a él, puso su palma suavemente sobre las manos cruzadas de Bob y dirigió su rostro hacia el castaño, dejando un casto beso en los labios de él. Ambos cerraron los ojos y cuando Isabelle se separó y sus miradas volvieron a conectarse, sonrieron.
—Yo… —susurró la pelirroja, sonrojándose de nuevo—. No eres el único que se siente de esa manera.
Bob no apartó la mirada.
—Tenía miedo de decírtelo. Nuestra amistad no se compara con las que he tenido anteriormente y realmente estaba asustada por perderla si esa confesión echaba todo a perder —sonrió con ligereza—. Pero fuiste más valiente que yo.
—Oh… sí —Bob se rio, nervioso. Aún lo estaba—. Creo que sí.
Se rieron y luego se besaron de nuevo, aunque esa vez duraron un poco más. Sus labios se movían y Bob acariciaba con delicadeza la mejilla de Isabelle, como si tuviera miedo de romperle la piel.
—Estaba pensando, ah… ¿te gustaría cenar esta noche? Podemos ir a donde tú quieras.
Isabelle sonrió.
—Claro. Me parece bien.
—Pasaré por ti a las seis.