Seth Cook: La Historia Jamás Contada

4: No pude esperar.

Rose se levantó a la mañana siguiente con el rostro presionado contra las almohadas de su cama, sintió un leve dolor en el cuello, quizás había dormido en una mala posición. Gimió y se frotó la cara con el dorso de su mano, extendiendo las piernas fuera de su cama. Se levantó y sintió el suelo frío contra sus pies. Se dirigió al baño y lavó su rostro recordando que sus padres habían salido de la ciudad para visitar a sus abuelos. A ella no le agradaba ir, no hacían más que criticarla por todo.

Bajó las escaleras hasta la cocina y abrió el refrigerador para buscar leche. Los acontecimientos de la noche anterior llegaron a su mente, estaban un poco dispersos por el sueño, pero luego, las imágenes surgieron. Los bolos, el sonido de las carcajadas de Seth y sus ojos, como dos perlas azules. Rose presionó sus dedos contra sus labios y pudo revivir lo que ocurrió frente al porche de su casa, el pensamiento de Seth besándola. Ella no había besado a nadie antes, lo que al principio fue confuso para la castaña.

—Maldición —siseó y cerró el refrigerador, olvidándose de la leche y del café.

Caminó hasta la sala de la casa, sentándose en el sillón y subiendo las piernas para abrazárselas. Iba a ver a Seth nuevamente en la escuela, pero ya ni iba a ser como siempre solía ser. Ya no estaría mirándolo desde lo lejos de su asiento, pensando en si él alguna vez se fijaría en ella, no estaría contemplando su manera de escribir y agarrar el bolígrafo, como si fuera un elemento muy delicado que no quería romper. No estaría debatiéndose entre saludarlo o no cuando estuviera buscando libros en su casillero.

No.

Él la había besado la noche anterior y algo había cambiado. ¿Pero qué tal si no? Quizá Seth sólo fue impulsivo, quizá lo olvidaría. De todas maneras, ella sabía lo que él sentía por Isabelle. Y quién sabría por cuanto tiempo lo estaba sintiendo.

Algo quedó atrapado en su corazón cuando pensó en eso, ella no quería que Seth se olvidara de ese momento, ni que los días en la escuela volvieran a ser los mismos. No parecía nada justo que Seth se sacudiera en sus recuerdos y que Rose lo recordara por el resto de lo que le quedaba de vida.

No había besado de esa manera nunca.

Se levantó del sofá. No tenía sentido actuar como si aquello hubiera sido lo más extraordinario del mundo. Lo mejor que pudo hacer Rose fue regresar a su día normal, preparar café, leer un libro de su estante y luego, dejar que ocurriera todo lo que debía ocurrir con Seth Cook.

Caminó hasta la cocina, tomando la leche y la bolsa de café de los estantes de arriba. Puso todo lo necesario en la cafetera y mientras esperaba, subió al baño de su habitación para darse una ducha rápida y cambiarse su pijama por ropa para estar cómoda en su casa. Mientras se peinaba, escuchó el timbre.

—¿Qué? —se dijo, dejando de peinarse. El timbre sonó de nuevo y Rose dejó la peinilla en su tocador, saliendo de la habitación y bajando las escaleras con rapidez—. ¡Un momento! —exclamó.

Apagó la cafetera lo más rápido que pudo y se dirigió a la puerta, casi tropezándose con una de las mesas de la sala. Cuando llegó, tomó el pomo y la abrió.

—¿Sí? —exclamó y entonces se cortó, el rostro de Rose mostró confusión de un momento a otro—. Oh… hola.

Seth le sonrió de vuelta, agitando la mano en un saludo.

—Sé que dije que nos veríamos en la escuela —comenzó, poniendo las manos en los bolsillos de su chaqueta. Seguía sonriendo, algo apenado, Rose nunca lo había visto así—. Pero no pude esperar.

Rose abrió su boca, tratando de encontrar algo apropiado para responder a lo que el chico dijo, gotas de su cabello caían al suelo y a su ropa, dándole una sensación algo molesta.

—S…sí, está bien. Adelante —finalmente pudo hablar, dándole un espacio para que Seth pudiera entrar a la casa. Él lo hizo—. Entonces, decidiste sólo venir hoy. Porque no pudiste esperar.

Seth asintió luego de vacilar un poco, sonriendo con nerviosismo. Rose también lo hizo, no era un momento muy cómodo.

—¿Tienes… gatos aquí? —preguntó de repente, observando la casa. Rose negó—. Oh, es genial. Porque soy alérgico a ellos.

—Me aseguraré de que el gato de mi vecina no entre mientras estás de visita —dijo.

Seth se rio.

—Gracias, Rose.

Hubo un silencio, Seth continuó observando el lugar y Rose tenía la mente llena de cosas que quería decir para romper el silencio, pero a Seth no parecía importarle mucho. Al parecer se sentía cómodo con eso. Y ella se sentía nerviosa.

—Huele a café —al final, fue él quien lo rompió.

—¡Sí! —la chica abrió los ojos con sorpresa, recordando que lo había preparado. Le sonrió a Seth, dando pasos hacia la cocina—. ¿Quieres un poco?



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En el texto hay: doblepersonalidad, secretos, tid

Editado: 04.01.2019

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