—No hablas mucho, ¿verdad? —preguntó el rubio, habían pasado diez minutos de camino luego de que Seth entró a la furgoneta y se sentó frente a los dos únicos chicos que se encontraban allí.
No le respondió, simplemente se dedicó a bajar la mirada.
—Creo que ya te dio la respuesta —susurró el otro joven, aunque Seth pudo escucharlo.
Levantó los ojos y los observó, ambos parecían de su misma edad. El de la izquierda tenía los ojos verdes, el cabello castaño y lacio, los labios delgados y la piel bronceada; mientras que el de la derecha era rubio, los ojos eran de color café claro, aunque Seth no los identificó muy bien.
—¿Te encuentras bien? —volvió a preguntar el rubio. Seth frunció el ceño, pensando en cuantas preguntas haría ese chico al día.
—Fui reclutado —respondió.
—¡Oh! ¡Sí que hablas! —exclamó el castaño, esbozando una sonrisa.
—Tranquilo —el rubio le ofreció una sonrisa amable a Seth—. Ya se te pasará el miedo.
—¿Quién dice que tengo miedo?
—Yo —el rubio volvió a sonreír, no viéndose para nada ofendido por el tono que Seth usó para hacer la pregunta—. Tengo miedo. Él tiene miedo. Tú… también. No hay razón para negarlo.
Seth se acomodó las gafas, carraspeando la garganta.
—Apenas y pisé Chicago —susurró, molesto. Pensó en qué hubiera pasado si lo hubieran reclutado en el aeropuerto, sin ni siquiera disfrutar bien a sus padres o a las personas que lo esperaban en casa. Un año en California sin verlos. Un año.
—¿Entonces no eres de aquí? —preguntó el chico de ojos verdes, curioso.
—Oh, sí. Nací aquí, pero estuve fuera durante un año —explicó, los otros dos estuvieron atentos a lo que decía el pelinegro—. Estudié dos semestres de medicina en Sacramento.
—Genial —dijo el castaño.
—Oh, cielos. Mis modales —el rubio se llevó una mano al cabello para echarlo hacia atrás, sonriéndole con vergüenza a Seth—. Soy Matt Morgan —le extendió la mano, Seth la tomó y la agitó suavemente—. Un gusto.
—Y yo Alex Thompson —siguió el castaño, también extendiendo la mano, Seth la tomó y a comparación de Matt, él se la agitó con fuerza—. ¿Cuál es tu nombre?
—Seth —lo susurró muy bajo, y pensó que quizá ninguno había llegado a escucharlo—. Seth Cook —repitió de nuevo, con una voz más segura.
—Oh, ¿en serio? —Alex parecía sorprendido y emocionado—. ¿Cómo los Cook, dueños del periódico Wake Up, Illinois?
Seth asintió.
—Sí, esos son mis padres —murmuró, amagando una sonrisa.
—Bueno, de nuevo, es un gusto conocerte, Seth —dijo Matt.
—¿Son Matt y Alex sus diminutivos? —preguntó el pelinegro, curioso. E intentando formar una nueva conversación. Si iba a estar en aquella Base, debía tener algunos amigos.
—Alex no lo es —respondió el chico de ojos verdes, luego de soltar una ligera carcajada—. Es definitivamente Alex. No Alexander o Alexandro, Alessandro y mucho menos Sandro. Alex.
—Muy bien, he entendido —dijo Seth, riéndose por la respuesta del castaño—. ¿Y tú?
—Sí, Matt es el diminutivo de Matthew —respondió el rubio cuando la mirada de Seth se posó en él—. Pero nadie realmente me llama así. Es siempre Matt, desde que era niño me presenté ante la gente como Matt, no Matthew.
—Creo que es… interesante —dijo Seth y soltó una risa suave, la que siguieron los demás.
El sonido permaneció en el aire para cuando la furgoneta se detuvo. Los tres chicos se quedaron callados, por un momento Seth había olvidado todo el asunto de por qué se encontraban allí. Se escuchó el ruido de las puertas cerrándose y segundos más tarde, las puertas traseras del vehículo fueron abiertas por los dos agentes que conducían. Los invitaron a salir, cada uno lo hizo en silencio y para cuando se giraron y vieron la gran estructura frente a ellos, se sorprendieron. Parecía un lugar bastante grande y también lo bastante alto como para que Seth tuviera sensaciones de vértigo. Tenía variedad de ventanas y estaba pintado de blanco y azul oscuro, en la entrada se inscribía con letras doradas y medianas «Base de Entrenamientos Privada del FBI».