—Trastorno de identidad disociativo —dijo su profesor de psicología, el agente Hanscum—. Ahora es dónde llegamos a lo interesante. Y es que muchachos, desde que comenzamos el tema de los distintos trastornos, mis días son más felices —el hombre se rio y con él, también se rieron algunos—. Entonces, Trastorno de identidad disociativo, Síndrome de personalidad múltiple, TID, TPM, cómo quieran llamarle. ¿Podrían mencionarme algo de eso?
Gabriel Morrison levantó la mano y el agente Hanscum le dio la palabra con una sonrisa.
—Es la situación de una persona que puede tener varias personalidades —dijo el castaño con la voz serena que todos estaban acostumbrados a escuchar—. Como… las tres caras de Eva[1] —bajó la mirada para pensar en algo más—. O Norman Bates.[2]
—Vale, muy bien, Gabriel. Esas referencias pueden ser buenos ejemplos —el agente Hanscum comenzó a escribir con la tiza en la pizarra el nombre del trastorno—. Como decía el señor Morrison, esta enfermedad consiste en la presencia de dos o más personalidades, cada una puede tener un nombre, una historia y características personales propias. Tiene un tratamiento que puede ayudar, pero en realidad, no hay ninguna cura. Suele presentarse como reacción a una situación traumática que permite que una persona evite los malos recuerdos, de ahí es donde parten los síntomas.
Seth se secó las lágrimas cuando tocaron a su puerta y la voz de Matt se escuchó segundos después. Significaba que era hora.
Se tomó el tiempo para poder tranquilizarse, respirando lenta y repetidas veces y cuando se levantó, deseó con todas sus fuerzas que su amigo no se diera cuenta de su ligero temblor en las manos debido a la ansiedad.
Habían preparado una misión para rescatar a Lady aquel día en que desapareció y cuando llegó la noche del día siguiente, esperaron a que todos los miembros de la Base se durmieran o, en el caso de los maestros, fueran a sus casas. El agente Davis iba a enfrentarse a los hombres él solo, pero Matt se negó a permitir eso. Lo convenció de que ellos podían ayudarlo, incluido Alex; no les iba mal en los entrenamientos y estaban lo suficientemente capacitados para enfrentar lo que se aproximara a ellos.
—Ustedes no los conocen. No saben a qué se van a enfrentar… a cuántos hombres… —había dicho Benjamin, preocupado.
—¿Y usted solo va a lograr darles la cara sin el dinero completo? —preguntó Matt con un aire de ironía—. Perdóneme, agente Davis, pero con todo el respeto del mundo, no estoy seguro de que salga con vida de allí. Mucho menos Lady.
Y maldita sea, Matt tenía razón. El agente Davis accedió luego de tomarse el tiempo de pensarlo y comenzaron a realizar su plan. Como la agencia no tenía idea de qué ocurría en ese lado de la vida del agente Davis, debieron mantenerlo en secreto. No mencionar a Lady por ninguna circunstancia y actuar como si nada de eso hubiese sucedido, aunque fuera difícil. Seth lo intentó, pero aquel día simplemente se la había pasado mal; tuvo un intenso dolor de cabeza que ni siquiera lo pudo dejar tener una siesta tranquila, también se sentía ansioso y por supuesto, demasiado triste y abrumado por lo que ocurría, pensando en cada momento en Lady Davis, en cómo se sentiría, en qué le habrían hecho en aquel paso del tiempo, con lo que casi no prestó atención en las clases. Matt estaba preocupado y Seth lo sabía, no estaba tan distraído del mundo como para no darse cuenta de que parecía vigilarlo para cuidar de él.
Se encontraban en el salón de armería, tomando lo necesario para cuando el momento llegara. Los tres chicos tenían el uniforme que les habían otorgado en la Base, por lo que no tuvieron problemas para ubicar las armas donde debían estar.
—Es técnicamente nuestra primera misión —habló Alex mientras guardaban algunas armas y municiones en una mochila que el agente Davis les había proveído—. Bueno, no es oficial. Pero igual parece genial. ¿No es genial?
—Súper genial, Alexander. Sobre todo, porque no es oficial y probablemente ilegal —respondió Matt, soltando una risa.
—Mi nombre no es Alexander, ya lo he dicho —él también se rio, aunque sarcásticamente—. Alex.
—Está bien, Alexis —murmuró Seth, riéndose con Matt cuando terminó la oración. Se echaba al hombro una de las ballestas y sus flechas.
—Muy bien, ríanse. Ríanse y sigan riendo —Alex puso una última arma en la bolsa y la cerró, llevándosela al hombro izquierdo, sonriendo de lado—. Podrían atragantarse si siguen haciéndolo.