1996.
El cinco de junio de 1996, fue el día de nacimiento de los mellizos Jones.
Cuando se graduaron, Isabelle tenía tres meses de embarazo. Con los ahorros de Bob compraron una casa en los suburbios de Chicago, incluso la estilizaron a su manera, compraron cosas lentamente para los mellizos —luego de que se entraron de los sexos—, Bob comenzó a trabajar en el laboratorio de su padre y eso le daba más dinero para sostenerse y así pensar en todo lo que venía en los futuros días.
—¿Ya tienen los nombres? —le había preguntado Matt a Isabelle; él y Seth los habían ido a visitar, para saber cómo iba todo, para tener cortesía. Isabelle tenía seis meses.
—Bob y yo hicimos un pequeño acuerdo —respondió la pelirroja, acariciándose el abdomen mientras caminaba por el pasillo de la rústica casa junto con los dos chicos—. Papá nombra a la niña, mamá al niño. Prometimos no revelarlo entre nosotros… —hizo una pausa y Seth vaciló para hablar, pero ella le interrumpió—. Ni tampoco a otros. Es un secreto.
—No es justo, quiero saber los nombres —susurró Seth, soltando una risa después.
En la noche del cinco de junio hubo una lluvia torrencial. Bob llamó a Seth, pidiéndole que lo acompañara, que estaba a punto de entrar en pánico y todo porque el momento se estaba acercando. Así que Seth no tardó en correr en su auto hacia el hospital, con Matt a su lado, por alguna razón sentía que él debía acompañarlo; para cuando llegaron al hospital, se encontraron con un Bob asustadizo y nervioso, tanto, que estaba comiéndose las uñas en la sala de espera.
—La están preparando para todo eso de los partos —dijo apenas ambos chicos se acercaron a él—. Está… literalmente gritando. Creo que, si ella grita de nuevo, yo seré el próximo en hacerlo.
—Bien, ahora sólo tienes que esperar a que te llamen —indicó Seth.
Bob levantó la mirada, sorprendido.
—¿Qué? —preguntó, anonadado.
—Debes prepararte para entrar a la sala de partos con Isabelle —le explicó Matt, muy tranquilo.
—¿Tengo que estar allí? —volvió a preguntar, pasmado—. Oh, Dios mío, no puede ser. No. Cook, me desmayo con ver cirugías y todas esas… cosas que los doctores hacen, lo sabes perfectamente. Te acompañaba a ver programas de medicina y luego no podía comer por dos días.
—Es cierto —murmuró Seth hacia a Matt mientras se reía, pero a los segundos se puso serio—. Lo siento. Sólo… no te preocupes. No va a haber nada que no te quite el apetito.
—Además, son tus hijos. Los querrás ver desde el primer segundo que lleguen al mundo —Matt le sonrió—. Vamos, Bob. Tú puedes ir.
—Vale, vale. Todo saldrá bien —el castaño asintió y tomó aire, sacándolo con lentitud—. Todo.
La espera había sido larga, cada minuto que pasaba hacía sentir a Seth cada vez más ansioso. Hubo un momento en que sólo se preguntó la razón de por qué estaba allí, esperando, junto con los padres de Bob e Isabelle, a los hijos de su mejor amigo y la mujer que ha amado desde la edad de once años. Por otro lado, agradecía el hecho de que Matt estuviera acompañándolo, por alguna razón lo hacía sentir más tranquilo en aquel lugar.
Cuando acabó la espera, Bob salió de la habitación y todos levantaron sus cabezas para verle. El chico miró fijamente a Seth mientras caminaba hacia él, todos se levantaron, confundidos, Bob parecía enojado, tenía el ceño fruncido y el cuerpo tenso. Tomó a su amigo por el cuello de la camisa y le empujó hacia la pared, Seth se golpeó la espalda por el choque.
—¿Qué estás…? —comenzó, pero Bob lo presionó con fuerza, cortándole las palabras.
—¡¿Te acostaste con Isabelle?! —exclamó.
Seth abrió los ojos ante la sorpresiva y airada pregunta. Su estómago dio un vuelco, miró hacia donde estaban las demás personas, quienes realmente estaban igual de pasmados y confundidos como el pelinegro.
—Cook, respóndeme —la voz de Bob parecía estar sin aire, podía ver la ira en sus ojos verdes—. ¿Te acostaste con Isabelle?
Seth no supo que responderle, no sabía de qué estaba hablando.
—¡Respóndeme, hijo de puta! —volvió a gritar.