Dos semanas después, habían interrogado a unos cinco sospechosos. O, más bien, Simone O’Connors los había interrogado. Mientras Seth se mataba las neuronas localizando a estas personas, lo único que hacía su compañera era quitarle su puesto después del arduo trabajo. ¡Y es que no le importaba! La mujer era alguien demasiado individualista, nunca quería las opiniones de los demás, nunca escuchaba, nunca le interesaba nada que no viniera de sus mismos pensamientos e ideas. Pero por alguna razón, eso sólo hacía que Seth se interesara en ella cada vez más. Entre la frialdad de Simone y las respuestas defensivas de Seth que sólo la dejaban desconcertada, él resultaba ser el único que parecía no tenerle miedo, odio o envidia a la pelirroja. Seth resultó ser la única persona en todo el edificio que intentaba descubrir qué era lo que Simone O’Connors tenía de interesante detrás de todo ese desinterés en el mundo e inclusivamente en ella misma.
Seth jamás la había visto fuera de la oficina, siempre llevaba el uniforme habitual y sobrio que debía usar para trabajar, también utilizaba un abrigo de estilo militar color beige para el frío, el usual collar con una medalla color rubí y su cabello, bueno, nunca se soltaba el moño completamente recogido, pero Seth la pilló una vez en su oficina con el cabello suelto; Simone era una maraña de mechones, tenía rizos delgados y abundantes, era como un arbusto color rojizo, el único maquillaje que se podía ver en su rostro era el labial vinotinto en su boca y nunca, nunca sonreía. A veces era imposible para Seth, pensar el hecho de cuán seria era Simone, de cuán inexpresivo era su rostro, pero a la vez, uno de los más hermosos.
Muchas veces se volvía insoportable y, a veces, cuando la paciencia de Seth estaba en cero, no se quedaba callado y respondía a sus intolerancias con más intolerancias, lo que, de cierta manera, hacía sentir bien al hombre y también ella. Era como si le gustara retarlo, como si disfrutara que él le respondiera con agresividad, justo y cómo ella lo hacía.
La relación que comenzaban a formar parecía cada vez más interesante para Seth.
—¿Qué tal va el caso Girasol? Me he enterado de que la agente O’Connors no te intimida —le preguntó Amanda a Seth, estaba colocándose su falda tubo, la cual el hombre había lanzado en algún lugar de la oficina mientras estaban ocupados compartiendo besos bruscos entre sí—. Más bien, al contrario, que la confrontas.
—Bueno, alguien tenía que hacerlo en cierto momento, ¿no es así? —Seth se abotonaba sus pantalones y luego procedió a ponerse la corbata—. Todavía está apoderándose del caso, claro está. Pero de alguna manera, creo que no tanto como otras —le sonrió a la mujer de cabello castaño, intentando hacer el nudo bien, aunque fallando en el intento. Siempre necesitaba un espejo para eso.
—Déjame ayudar —Amanda Harris se acercó a él, luego de haber terminado de vestirse completamente y de retocarse el labial. Seth apartó las manos, dejando que la mujer le hiciera el nudo de la corbata—. Hablas de ella como si no hubiera odio en tu corazón.
—No lo hay, Harris —el pelinegro carraspeó la garganta, bajando la mirada para observar a la mujer, esbozando una pequeña sonrisa—. No lo sé. Simone es… incomprensible. Es alguien interesante.
—¿Estás enamorándote de ella? —preguntó Amanda con un tono burlesco, terminando con la corbata de Seth mientras mantenía una sonrisa pícara en el rostro.
—No —Seth bufó y luego se rio—. No lo estoy. Sólo digo que es minuciosamente interesante, ¿sí? Jamás había conocido a alguien como ella.
—Estás enamorándote de ella. Lentamente. Pero lo haces —Harris le jaló de la corbata y dejó un beso pequeño en los labios de Seth, sonriéndole después—. No estoy juzgándote por eso, Cook. Está bien comenzar a sentir algo por una nueva persona, sobre todo luego de todo tu lío con Isabelle.
—No te conté la historia para que la recordaras a cada momento —el hombre se separó de Amanda, sentándose en su silla.
—Seth Charles Cook, esta es una predicción del futuro. Pronto comenzaré a verlos juntos por estos pasillos y no como compañeros de trabajo —la mujer de piel canela se rio, sentándose en el escritorio de Seth—. Debo admitirlo, parecen ser el uno para el otro.
Seth se mantuvo callado, lo único que hizo fue acomodarse las gafas.
—Y para qué negarlo —Amanda le tomó de la mano, apretándosela un poquito—, extrañaré los momentos de adrenalina en esta oficina. Y en tu habitación, a media noche.