Luego de que Simone se recuperó del disparo que había recibido, ella fue asignada como compañera permanente de Seth. Al parecer, luego del caso Girasol, la agencia pensó que hacían un gran equipo, porque, a pesar de los inconvenientes, llegaron a obtener lo que se necesitaba para acabar con el tráfico. Los únicos que coincidían en que el caso había sido un fracaso eran Seth y Simone, pero eso no les servía de nada.
Les tomó seis meses acabar con la línea de vendedores y creadores de la droga, Seth apenas y podía estar en su casa, así que cuando podía, disfrutaba el todo el tiempo posible con su hija y sus padres. Simone no había cambiado su actitud, incluso, después de su recuperación, Seth pensó que iba a ser más amigable por haberle salvado la vida y porque estaba claro que de alguna manera u otra, Simone O’Connors había llegado a aflojarse al lado de su compañero; pero no pasó así. La pelirroja había vuelto más fútil y exigente de lo normal, cuando Seth y ella tenían el momento oportuno para descansar en alguna investigación, Simone se dedicaba a ignorarlo, a veces ni lo miraba a los ojos. Él extrañaba la conexión de sus miradas y la manera en cómo parecían entenderse el uno al otro con sólo una pequeña expresión. Seth se lo había contado a Amanda en una ocasión, se encontraban en un bar y el pelinegro estaba a una botella de whiskey más de embriagarse.
—¡Lo sabía! —exclamó la mujer de cabello castaño y le pidió al barman más whiskey—. Lo sabía, lo sabía. Estás enamorándote de Simone O’Connors. ¡Y lo negabas cómo si no fuese capaz de conocerte, señor!
—¿Podrías explicarme por qué ahora me siento en secundaria? —preguntó Seth, tomándose un nuevo shot.
—No seas evasivo de nuevo, Cook. Debes aprender a admitir que estás cayendo por sus encantos.
—Hacemos un dúo excelente cuando trabajamos —volvió a beber—. Pero luego, cuando todo termina, es cómo si ella nunca me hubiese conocido en su vida. Es decir… —Seth soltó un bufido parecido a una risa— ¿cómo lo hace? ¿Por qué hace parecer que me odia?
Amanda hizo una mueca cómo si Seth se hubiera caído dolorosamente de la silla. El pelinegro se acomodó las gafas y miró a su amiga con ojos tristes.
—¿Crees que ella me odie, Harris? —preguntó—. Tal vez es una alucinación y todo es porque me odio a mí mismo. ¿Simone es siquiera una persona real? Estoy muy confundido ahora mismo.
—Oh, Dios. Estás tan ebrio —respondió ella.
Simone O’Connors se la pasó seis meses así.
Un día del mes de julio, Seth salió de la oficina luego de un largo día. Se encontró a Simone fuera del edificio. Estaba ubicada cerca del estacionamiento mientras observaba la hora en su reloj, Seth no le quitó los ojos por un largo momento y de pronto, ella sintió su presencia, mirando al pelinegro con el ceño fruncido.
—¿Qué está mirando? —la escuchó.
Seth reaccionó, parpadeó un par de veces y se fijó en que ella se había dado cuenta de las miradas que él le brindaba.
—Uh… a ti —le respondió por salir del paso, pero luego juró que se había arrepentido de responder aquello.
Simone intensificó su ceño fruncido.
—Entonces deje de hacerlo —la voz frívola dejó a Seth algo perplejo. Pero aun así no se quedó callado.
—¿Y si en realidad no quiero dejar de hacerlo? ¿Qué va a hacer, agente O’Connors? —sus labios amagaron una sonrisa—. ¿Golpearme? ¿Dispararme?
Seth se metió las manos a los bolsillos del pantalón y comenzó a caminar hacia donde se encontraba la mujer, ella lo siguió con la mirada y el pelinegro sonrió.
—¿Qué quiere de mí, Cook?
—Quiero llevarla a casa —murmuró la respuesta, muy paciente—. Vamos.
—No es necesario.
—Vamos, Simone —insistió.
Hubo un silencio en el que ella lo miró con irritación.
—Está bien, lléveme a casa —respondió, un poco de mala gana y entonces Seth la guio hasta su auto.
Una ligera sonrisa apareció en el rostro del hombre mientras caminaba detrás de ella. Comenzó a conducir cuando ambos estuvieron listos y Simone le dio la dirección de su hogar. Quería hablar con ella en el camino, pero no había hecho nada más que observar a la ventana o revisar algunas cosas en su teléfono móvil. Sinceramente, Seth estaba comenzando a perder la paciencia con aquella mujer. Trabajaban juntos, hacían un grandioso equipo y luego, para ella, no existía alguien como él, ni como la amistad que habían comenzado a formar desde el primer caso de Seth. Había aguantado esas manías durante seis meses, no quería soportarlas ni un día más.