A finales del mes de enero, Seth decidió visitar a sus amigos. Y mientras iba en el avión, pensó demasiadas cosas acerca de ellos.
—¡Oh, sí! —exclamó Alex mientras sonreía ampliamente—. El rey Alex se encuentra mejorando su puntería. Estoy esperando que la audiencia lo admire.
Seth aplaudió y vitoreó. Era el único en el lugar. Alex dio una reverencia, poniéndose la mano en el pecho mientras agradecía como si fuese en realidad un rey ante su pueblo.
—Claro, aún te falta un poco para llegar al punto blanco. Pero definitivamente has mejorado —murmuró el pelinegro, observando hacia la diana que Alex usaba para entrenar, donde había un montón de flechas que ni siquiera estaban cerca del punto blanco y otras estaban en el suelo. Sólo una había llegado, al menos, cerca de ese.
—Deben ser las ganas de hacer pis —respondió el joven de ojos verdes, dejando la ballesta en una mesa para tomar un gran sorbo de agua desde su botella—. Eso quita mi concentración.
Una carcajada salió de la boca de Seth.
—¿Eso es? ¿Las ganas de hacer pis te quitan la concentración? —preguntó entre risas.
—Así es, Seth. El pis me desconcentra —el parecía aguantar las ganas de reír—. ¡Deja de reír así! ¡Se me va a salir el pis!
—¡Lo siento! —Seth comenzó a reírse más fuerte, poniendo una de sus manos en su abdomen—. Es que es irrevocable… ya sabes, imaginarte, allá afuera, trabajando en alguna misión mientras tienes ganas de hacer pis. ¿Qué ocurriría si en algún momento debes dispararle a alguien?
—¡Suficiente! —Alex también había comenzado a reír con él mientras escuchaba lo que decía su amigo—. No puedo más. ¿Crees que corriendo alcanzaré a llegar al baño de nuestro piso?
Seth aumentó sus carcajadas, el estómago empezaba a dolerle de tanto reírse.
—¡Será mejor que corras muy rápido! —exclamó.
Alex tampoco dejaba de reír, era inevitable. Fue entonces cuando salió corriendo y aun fuera del salón de entrenamientos, Seth podía escuchar la risa de su amigo, mientras que él intentaba calmarse.
Seth casi que se puso a reír en el avión mientras las carcajadas se desvanecían en su mente, pero cuando se dio cuenta, sólo tenía una amplia sonrisa que fue desvaneciéndose poco a poco. Dejó escapar un suspiro y llamó a una de las azafatas para ordenar un vaso de agua y así calmar el quemón de su garganta.
—Hey, Matt —Seth susurró, era de noche. Matt lo había ayudado con una de sus pesadillas y el pelinegro le pidió que se quedara por unos momentos más—. Estás despierto, ¿verdad?
—Lo intento —dijo, su voz estaba un poco adormecida.
—¿Puedo contarte un secreto?
Seth notó, entre la luz de la luna el perfil de Matt mientras él observaba hacia el techo de la habitación. El rubio se giró y medio se levantó para observarlo.
—Por supuesto —asintió, sobándose un ojo.
—Estoy enamorado de la novia de Bob —una risa irónica salió de sus labios. Jamás lo había dicho en voz alta. Ni una sola vez—. Isabelle Maison. ¿La recuerdas?
El rubio asintió.
—Y él no lo sabe.
—Mucho menos ella.
Matt volvió a acostarse en la cama, regresando la mirada al techo de la habitación.
—Están muy ciegos para darse cuenta.
Hubo un silencio, Seth frunció el ceño.
—¿Tú ya lo sabías?
—Por supuesto que lo sabía, Seth. Es lo más obvio del mundo —el muchacho de ojos cafés sonrió y negó ligeramente—. El cómo la miras, el cómo tu cuerpo se tensa cada vez que Bob la acaricia o le dice cosas lindas. Tú deseas ser él. Y no te culpo, eres humano. Sólo que has escogido de manera errónea a la persona que amas ahora.
Seth suspiró.
—No ha logrado salir de tu cabeza, ¿cierto? —preguntó el rubio.
Negó.