En marzo del 2005, Seth y Simone pidieron a la agencia su luna de miel. Luego de su boda, tuvieron muchas cosas que terminar para el trabajo y luego surgieron los acontecimientos de Matt y Alex, por lo que, podría decirse que el matrimonio no empezó tan bien para ellos. Pero, aun así, estuvieron el uno al otro, siempre juntos, apoyándose.
Finalmente, una noche, Seth le dijo a su esposa que era momento de pasar juntos su luna de miel.
—Investigué durante estos dos meses muchos lugares para… ya sabes —dio una breve pausa, sentándose en la mesa del comedor al lado de Simone— distraerme un poco.
—Eso es bueno —la pelirroja le tomó la mano mientras sonreía—. ¿Qué opciones tienes?
—Tenía muchas, como Bali, París, Venecia —comenzó a explicar, acariciándole la mano a Simone con su pulgar—. Pero no me pareció que eran opciones que decían ser muy de nosotros. Así que, espero y haya escogido bien… —hizo un silencio, observando a su esposa con una pequeña sonrisa—. He decidido escoger a Santorini como nuestro lugar para la luna de miel.
—¿Grecia? —preguntó ella, sorprendida y las comisuras de sus labios se levantaron en una sonrisa, mostrando los dientes—. Adoro Grecia. Y Santorini tiene un museo de vino.
—Grecia es igual a historia y los dos compartimos gustos similares —Seth también esbozó una sonrisa amplia—. Lo supe desde que me dijiste que Cassandra era tal y como el nombre de la hija de Hécuba y Príamo.
—Reyes de Troya, exacto —Simone rio y se levantó para abrazar a su esposo, quien correspondió, rodeándola por la cintura—. Merecemos ese viaje.
—Sí, lo merecemos —murmuró el pelinegro y dejó un beso en los labios de Simone, sonriendo de nuevo.
Una semana después, Seth y Simone se encontraban viajando hacia el destino en el que ambos habían estado de acuerdo. Cassandra quedó en casa con su abuela Anne y no fue para nada duro despedirse de ella, por supuesto, estaba creciendo y para Seth era impresionante cuan madura resultaba ser incluso a los nueve años. Comprendía que era un momento entre sus padres, sobre todo luego del luto de Seth por sus amigos.
Simone se convirtió en una mujer importante en la vida de Seth, fue el ejemplo de Cassandra y tal vez por eso estaba creciendo como una gran niña. Simone la amaba, eran perfectamente unidas, tenían una relación de madre e hija que Isabelle no le había podido dar y Seth se sentía feliz por eso. Porque logró darle aquel lado materno que su hija necesitaba. El apoyo incondicional, las cenas en familia, los juegos y las bromas, las canciones de Prince que ella solía cantar mientras cocinaba o conducía hacia el trabajo, los poemas que le leía a Cassandra todas las noches antes de dormir, y que también a veces le regalaba, todo eso hacía parte de ellos. Eso los había convertido en una familia y Seth se lo agradecía enormemente. La luna de miel era una manera de hacerlo.
Duraron dieciséis horas y media en completar el viaje desde Houston hasta Santorini, ambos estaban exhaustos. Así que, al llegar al aeropuerto, se dirigieron hacia Aqua Luxury Suits, el hotel que habían escogido entre ambos con anterioridad y allí, luego de instalarse y recibir guías turísticas, Seth y Simone durmieron toda la tarde en su habitación. Ambos la habían amado, era relajante y tenía una vista hermosa hacia el mar. Se levantaron en la noche, casi que para la hora de la cena y se sentían listos para lo que tenían.
Seth se vistió primero, una simple camisa de lino color blanco y una pantaloneta, sandalias, el cabello húmedo y por supuesto, sus gafas delgadas gafas circulares. Se dirigió hacia el respectivo lugar donde iban a atenderlos para la cena. Era una mesa cerca de una de las murallas del hotel, donde se veía el mar y el resto de la isla, también había viento, pero era uno agradable; esta estaba decorada para la ocasión, con flores y dos copas de vino. El pelinegro comenzó una conversación amena con el encargado de atenderlos en esa noche, más que todo sobre viñedos. Hasta que, empezó a preguntarse dónde estaría su esposa.
—Es una mujer, señor Cook —había dicho el encargado, muy respetuosa y elegantemente—. Es entendible que tarde, sobre todo si quiere lucir bien para su esposo.
—Oh, usted no conoce a Simone —dijo, esbozando una leve risa—. Ella nunca tarda, ni siquiera para arreglarse. Es la mujer más puntual… —levantó la mirada hacia el frente, notando como Simone subía las escaleras hacia el lugar, dejando a Seth mudo por unos segundos— que he conocido.
Cuando finalmente llegó, se acercó a la mesa con una sonrisa. Seth jamás había visto a Simone más hermosa de lo que ya era —después del día de su boda, por supuesto—, pero había sido porque la habían preparado. Sólo que esa vez ella había hecho todo sola. Llevaba un vestido de lino, largo, color lila que contrastaba con su pálida piel, sus rizos estaban al aire, naturalmente, como si fuese el cabello de una mujer de la Grecia antigua, con un maquillaje sencillo, incluso en sus labios.