2010.
¿Alguno de ustedes se imaginaba lo que significaba la felicidad absoluta para Seth Charles Cook?
Siendo, en esos años, un hombre con dos personalidades, de la cual, una de ellas había asesinado a dos seres humanos, no se podía esperar mucha expectativa. Sólo que estaba loco, mal de la cabeza, enfermo. Seth era consciente de todo lo que pasaba con él, no entendía muy bien ciertas cosas, pero hacía lo posible por siempre mantenerse al margen. Al principio había sido duro, enfrentarse a lo que estaba lidiando desde que era sólo un adolescente, saber que Él había sido el responsable de la muerte de Matt y Alex, el plan que había preparado, mantener el secreto de todo lo que había hecho, sus encuentros con Angel, la desaparición de Michael, el asesinato de Bob… a veces era realmente difícil mantenerse a la compostura. Pero Seth lo había logrado, de algún modo, el miedo le ayudaba a callar. Aunque parecía sucio, el actuar con dolor cuando la noticia de la muerte de Angel había salido en las noticias, cuando asistió al funeral y volvió a encontrarse con los Morgan e Isabelle por pequeños segundos. Pero Seth lo había hecho por su hijo, por lo que se sentía un poco menos sucio cuando eso llegaba a su mente.
Simone se había preocupado por él, ya que su esposo había pasado por muchos malos momentos y perder a un hijo resultaba ser otro de esos. A Seth no le gustaba mentirle a Simone, sobre todo cuando ella lo conocía más que bien, pero estaba obligado a hacerlo. No quería perderla, ni a ella, ni a Cassandra y mucho menos a Matt Alexander. Ellos eran su razón de felicidad absoluta, nada más. Simone lo ayudó a salir de muchos problemas, lo hizo un mejor hombre, gracias a ella tenía la familia que él deseaba. Cassandra era la luz de la casa, era su cerecita, su niña, siempre sonreía y contagiaba a todos a su alrededor, era la persona más alegre del entorno. Y Matt Alexander, no había cómo describirlo… había obtenido el cabello rubio oscuro de Abigail, su abuela, los ojos azules claros de Seth y el resto de él eran facciones de su madre. Matt Alexander resultó ser un niño muy inteligente, muy buen hablador —incluso para la edad de cinco años— y como si no fuese una costumbre en la familia Cook, heredó la mala vista y tuvo que empezar a usar gafas al igual que su hermana. Eso sí, Matt Alexander podía ser un niño tosco, pero cuando se trataba de familia, su corazón era el más sensible. Los cuatro eran inseparables.
No había manera de que ni la más terrible tragedia los alejara.
El veinte de julio se representaba para Seth y Simone uno de los días más importantes en todo su trabajo. Finalmente habían atrapado a Peter Stern, uno de los hombres más buscados por el FBI por trabajar como asesino a sueldo y traficante de drogas. Hubo más de diez personas asesinadas en Houston por su causa y siempre sabía cómo esconderse y escabullirse de sus manos. Para Seth y Simone, que llevaron el liderazgo del caso luego de cinco asesinatos, había sido bastante difícil rastrearlo, seguir sus patrones, a su gente. Fue incluso más complicado que todo el asunto del caso Girasol. Pero ese día por fin lo habían atrapado.
Iban en el auto aquella noche, dirigiéndose con un escuadrón hacia la locación de Peter Stern. Seth notaba a su esposa muy centrada en todo y le encantaba, porque de esa manera había conocido a Simone, ruda, concentrada, con aquella actitud tosca que la caracterizaba. Al llegar a su destino, ambos se quedaron en el auto mientras esperaban por la orden de entrar al lugar que al parecer era una casa abandonada. Seth aprovechó aquel momento para acercarse a Simone y sorprenderla con un beso.
—Oh, Seth —había dicho luego de separarse y reír por algunos segundos—. ¿De qué viene eso?
—Realmente quiero pasar una buena noche contigo cuando todo esto termine —susurró sobre los labios de su esposa, mirándolos y luego subiendo los ojos hasta los de ella—. Podemos beber bastante vino, todavía nos queda una botella que nos regalaron en Grecia. Durar un buen tiempo juntos, en cama… sólo que no durmiendo.
—Suena como una buena propuesta —la pelirroja le mostró una sonrisa amplia, y se acercó para sentir los labios de Seth una vez más, disfrutando por un tiempo más extenso el beso. Posó su frente contra la de su esposo al separarse y le miró—. Usaré aquella lencería que Meredith me regaló en la fiesta de soltera.
—¿La que usaste en la noche de bodas? —Seth levantó una ceja.
—No, esta vez será de color negro.
Ambos se rieron y volvieron a besarse por unos momentos más.
Al escuchar la orden, salieron del auto con rapidez y corrieron junto con el escuadrón, entrando a la casa luego de abrirla con fuerza.