Seth se encontraba en la morgue, al lado del cuerpo de su esposa, observándolo. Estaba recostada sobre una mesa de un frío metal, una sábana blanca arropaba todo su cuerpo y sólo su rostro estaba a la vista.
Pálido, helado.
Inerte.
Lágrimas estaban acumuladas en los ojos del pelinegro, pero no lograba hacer que ninguna se escapara. Al parecer había llorado lo suficiente y no tenía más lágrimas. Le temblaron los labios y la única pregunta que pasaba por su cabeza era: ¿por qué ella y no él?
—Agente Cook —escuchó una voz masculina detrás de él.
Seth la ignoró, llevó el dedo pulgar a la mejilla de Simone y la acarició con suavidad. Era su más grande costumbre cuando se daban los buenos días aún en cama, cuando estaba a punto de decirle que la amaba, cuando quería halagarla. Oh, iba a extrañar hacer eso.
—Agente Cook, le doy mis más sinceras disculpas, pero debe marcharse a casa —Seth se giró hacia el sonido de la voz y vio al doctor Morissette, uno de los forenses del edificio—. Necesito realizar el procedimiento de la autopsia.
—Lo sé… es sólo que, no quiero dejarla —parpadeó, tratando de no hacer contacto visual con el doctor—. Lo siento.
—Escuche, agente Cook… quisiera entenderlo. Usted ha sido algo así como un modelo a seguir para mí —comentó el hombre, llevando las manos a los bolsillos de su bata. Seth se atrevió a mirarlo—. Yo… no tengo esposa o hijos. O grandes amigos. Usted ha logrado muchas cosas a través del tiempo... yo sólo soy un forense. Nada más estoy rodeado de gente inerte.
Seth dio una última mirada a Simone con todo el dolor de su alma y volvió a girarse para ver al doctor.
—Ahora somos dos, Morissette —respondió con la voz ronca, caminando hacia la salida, no sin antes dejar algunas palmadas en el hombro del doctor—. No la trates cómo si estuviera muerta, ¿bien?
Carlos Morissette asintió.
No hubo más palabras y Seth se marchó, bajó hasta le estacionamiento y subió a su auto. Se tomó unos momentos e inspiró, el olor característico a naranjas seguía allí dentro, en su ropa, su camisa blanca todavía mantenía la sangre de Simone.
¿Qué iba a decirle a Cassandra? ¿O a Matt Alexander?
El quemón en su garganta regresó y cerró los ojos. Simone se había ido, tenía que enfrentarlo. Tenía que ser consciente de que todas las personas que estaban con él, terminaban mal. Y era un final sangriento. Seth Charles Cook era toda una racha de mala suerte para sus seres queridos. Abrió sus ojos y se secó las lágrimas, comenzando a conducir hacia su hogar.
Cuando llegó, vio las luces encendidas. Sus hijos estaban despiertos. Soltó un suspiro largo y se miró en el retrovisor. Entró el auto en el garaje y se tomó unos momentos para salir. Abrió la puerta que daba hacia la sala y vio a sus dos hijos disfrutando de una película animada, comiendo palomitas, muy contentos. A Seth se le encogió el corazón. Cerró la puerta y ante el sonido, Matt Alexander puso los ojos en su padre y le dio una sonrisa amplia.
—¡Papá! —exclamó—. Cassie, ¡papá y mamá están aquí finalmente!
Ambos se levantaron mientras Seth caminaba hacia ellos, manteniendo toda la calma posible. Cassandra frunció el ceño y Matt Alexander disminuyó el tamaño de su sonrisa, comenzando a buscar algo con su mirada.
—Papá. ¿Qué pasó? —la niña observó la manga de su saco y luego el costado de su camisa, notando la sangre—. ¿Estás herido?
—¿Dónde está mamá? —preguntó Matt Alexander, preocupado.
Seth balbuceó. ¿Cómo iba a decirles? Frunció los labios para evitar que le temblaran, pero no funcionó. Al ver a sus dos pequeños, allí, frente a él, con aquella inquietud sólo le dolía más el querer decir la verdad. Las lágrimas se acumularon en sus ojos de nuevo.
—Papá, ¿dónde está mamá? —Cassandra repitió la pregunta, también igual de preocupada.
Seth se arrodilló y tomó una bocanada de aire.
—Fuimos a la misión y… algunas cosas no salieron como lo esperábamos —la voz de Seth se quebró—. Su madre fue… —pausó cuando vio los ojos de sus dos hijos comenzando a humedecerse—. Cerecita… Matty… lo siento —los tres sollozaron y Seth cerró los ojos con fuerza, las lágrimas volvieron a tocar sus mejillas—. Hice todo lo posible para salvarla, lo siento mucho…