Seth Cook: La Historia Jamás Contada

42: La biblioteca.

Seth se disponía a ayudar a Isabelle con una tarta de cerezas, hacía mucho que no comía una de esas. Su madre a veces se enfocaba mucho en cuidar a su papá con todo aquello del Parkinson, que no le quedaba tiempo para otras cosas. Además, era una ventaja que Isabelle supiese la receta de Abigail. Era como un pequeño viaje hacia su adolescencia. Habían pasado unos tres meses y estaban completamente instalados en aquella casa, no ocurrían muchos problemas, pero Isabelle continuaba tratando ganarse la confianza de Cassandra, la cual parecía difícil de obtener. Seth comprendía el asunto, sobre todo porque sabía que Isabelle intentaba ganarse su confianza también y aunque el hombre cedía un poco más que su hija, su corazón continuaba frío.

Había pasado prácticamente un año luego de la muerte de su esposa y ni Seth, ni mucho menos Cassandra habían hablado algo sobre ella. Ni siquiera entre ellos mismos. Existía un silencio frecuente cuando se trataba de Simone. Pero eso no cohibía a Seth de mirar su anillo de matrimonio todas las noches, luego de sacarlo del abrigo que usaba para trabajar, recordaba tantas cosas con sólo mirar aquel significativo accesorio. A veces se permitía llorar, cuando sabía que estaba solo en su oficina o muy tarde en la noche, mientras todos dormían y él tomaba uno que otro vaso de whiskey, o también a oscuras en su habitación, luego de darse un baño y de prepararse para dormir. También se comunicaba con su hijo todas las tardes a la misma hora, luego de la escuela, cuando recogía a Cassandra e iban al Grant Park, hacían una video llamada con Matt Alexander y hablaban de lo que querían. Era un poco difícil, pero estaban haciendo funcionar todo.

—¡Papá! —Seth escuchó a Cassandra llamándolo, probablemente desde las escaleras mientras las bajaba.

Cassandra se asomó a la cocina, poniéndose una cazadora de rayas negras y luego una de sus boinas favoritas.

—Necesito una nueva lectura —dijo cuando su padre se giró para verle, ella se acomodó las gafas—. ¿Puedes llevarme a la biblioteca? ¿Por favor?

—Cerecita, ayudo a Belle con una tarta. Justo de tus favoritas y ella está enseñándome a hacerla exactamente como la de la abuela Abby —Seth se pasó una mano por la frente, ensuciándose de harina, Isabelle interrumpió lo que hacía para mirar a Cassandra—. Decías muchas veces que las mías no eran tan buenas. ¿Tiene que ser justo ahora?

—Tengo buen ánimo para leer —sonrió ampliamente—. Es una perfecta oportunidad para que me lleves.

—Terminaré la tarta, puedo enseñarte después, Seth —dijo Isabelle, sonriéndole al pelinegro y luego a Cassandra—. Nunca puedes perderte un buen viaje hacia la biblioteca. Trae buena suerte.

—La persona que dijo eso merece que le dé millones de abrazos —mencionó Cassandra.

Isabelle miró a su hija con una media sonrisa y ojos tristes.

—Tu hermano solía decir eso. La biblioteca era como su hogar.

—Oh. Bueno… —la joven se rascó la nuca— mi hermano era una persona maravillosa.

Seth se relamió los labios, soltó un suspiro y asintió.

—Vamos a la biblioteca —le sonrió a su hija, mirándose las manos—. Pero déjame lavarme primero, ¿está bien?

Okie dokie —respondió, muy feliz.

—¿Quién sabe? Tal vez encontrará al amor de su vida allí —mencionó Isabelle, su tono de broma hizo que la joven de ojos azules soltara una risa ahogada.

—¡No vayamos hasta allá! —exclamó Seth desde las escaleras.

Cassandra e Isabelle compartieron miradas y luego rieron a carcajadas.

 

 

Los libros habían sido una forma de escapar del dolor que Cassandra sentía cada vez que recordaba a Simone, su madre. No era que no le gustaba leer antes, para nada, adoraba leer, sus padres le habían inculcado ese pasatiempo, siempre leyéndole poemas o historias sobre dioses que se enamoraban de humanos. Sólo que, desde que se enteró de la muerte de Simone, se vio reflejada en esconderse detrás de las páginas que la envolvían en una historia. Se convirtió en una adicción imaginar ser alguien más, entrar en diferentes mundos… eso la llevaba a olvidar.

Ella sabía que su padre lo entendía, en parte. Cassandra a veces lo veía quedarse horas y horas sentado en medio de la oscuridad de la sala, mientras bebía uno o dos vasos de whiskey. Sabía que pensaba en Simone porque se quedaba observando su anillo de bodas que ya no usaba, fijamente, como si pudiera verla a través de él, una vez lo pilló sin querer, llorando, y por más que hubiese querido correr hacia él para abrazarlo y llorar junto a él, quiso dejarlo tener aquel momento a solas, aunque aquello le carcomiera el alma. A veces sólo deseaba que nada de eso hubiera ocurrido.



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En el texto hay: doblepersonalidad, secretos, tid

Editado: 04.01.2019

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