Seth Cook: La Historia Jamás Contada

44: A través de los ojos de Michael Jones.

2009.

Michael sintió la cama dura sobre su rostro cuando estaba despertando. Escuchaba murmullos distorsionados a lo lejos, como si vinieran detrás de la puerta de su habitación. Sintió rayos de sol, quemándole levemente la piel y fue allí, cuando se dio cuenta, que el lugar dónde estaba no se sentía como su habitación.

Abrió los ojos, aturdido, seguido de un jadeo cuando se sentaba, asustado, en la desconocida cama. Miró a su alrededor, con los ojos verdes muy abiertos, examinando el lugar donde se encontraba. La habitación no era muy grande y la mayoría de las cosas que lo decoraban parecían viejas y desgastadas. Los murmullos que escuchó al inicio se hicieron más fuertes y el muchacho vio debajo de la puerta diversas sombras de pies; actuó rápido, tomó un bate de béisbol ruyido y se paró frente a la puerta, con aquel objeto listo para atacar a quien fuera que entrara.

La manija comenzó a moverse y el corazón de Michael comenzó a palpitar a toda velocidad, sus manos sudaban mientras agarraban fuertemente el bate de béisbol y entonces, la puerta se abrió con cuidado.

—¿Mich…? —escuchó una voz que no conocía y él la interrumpió con un grito.

—¡No se acerquen! ¡Ninguno de ustedes! ¡Tengo un bate y no me aterra golpearlos con él!

La puerta se abrió completamente y cuatro personas aparecieron detrás de esta. Michael no conocía a ninguna. Dos de ellas tenían vestimenta de monjas, la más sonriente era mayor que la otra, muchísimo más joven y un tanto nerviosa. Las personas faltantes eran un hombre y una mujer; el hombre de piel pálida, cabello castaño y liso, posaba sus ojos esmeraldas en Michael con sorpresa, tenía un traje muy formal y zapatos que relucían más que el sol, enlazó el brazo con el de la mujer a su lado, con una mirada chocolate, amable y compasiva, el cabello, también castaño, le caía por los hombros delicadamente, rozando su piel canela, tenía un estilo de secretaria, bastante clásico y elegante. Pero, aunque parecieran buenas personas, Michael no confiaba en ninguna.

—Michael, está bien. No tienes por qué estar asustado —dijo la monja mayor, con una voz dulce y una sonrisa más grande—. Por favor, pequeño, tranquilicémonos un poco, ¿vale?

—¿No estar asustado? ¿Tranquilizarme? —siguió levantando la voz, frunció las cejas, observando a cada una de las personas que le miraban fijamente y apretó más sus manos en el bate—. ¡Anoche estaba en mí casa! ¡Ahora no tengo idea de cómo llegué aquí!

—Michael, te diremos qué es lo que está ocurriendo —habló el hombre de ojos verdes, acercándose a él con una pequeña sonrisa—. Pero primero debes tranquilizarte.

El chico miró al hombre fijamente, desconfiado. Luego pasó sus ojos hacia las mujeres detrás de él.

—¿Cómo sabré que me están diciendo la verdad? —preguntó, muy serio.

El hombre carraspeó la garganta y se acercó a una mesa vieja, donde había un pequeño televisor con antenas arriba de este. Tomó el control y lo encendió, buscó rápidamente entre los canales, hasta que llegó al de noticias. Había un señor hablando acerca de una gran tragedia en la noche anterior, apenas en los límites de la ciudad.

—… las autoridades han reconocido los cadáveres pertenecientes a las víctimas de este inesperado homicidio, como los de Bob Jones, de treinta y siete años y su hijo, Angel Jones de trece —imágenes se mostraban en la pantalla, con el auto de su padre estacionado en medio de la calle y dos bolsas en el asfalto con charcos de sangre cercanos a estas. Michael se quedó quieto frente a la pantalla, parpadeando para espantar las lágrimas—. Todavía no se han contado especulaciones acerca de cómo pudo haber ocurrido esta situación debido a lo reciente que se encuentra el caso, pero el cuerpo policial de Chicago está haciendo todo lo posible por llegar a una concl…

Michael corrió para apagar la televisión y se giró hacia las personas, específicamente hacia el hombre, las lágrimas estaban acumuladas en sus ojos, pero ninguna bajaba.

—¿Mi hermano… está… muerto? —preguntó lo más serio posible y sin que la voz se le quebraba.

—Tu hermano planeó todo esto para mantenerte a salvo. Para protegerte.

—¿En serio? —finalmente, una lágrima se escapó—. ¿Angel murió para protegerme?

—De tu padre. Murió para protegerte de tu padre.

Michael inhaló y exhaló profundamente, secándose las lágrimas con brusquedad.



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En el texto hay: doblepersonalidad, secretos, tid

Editado: 04.01.2019

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