Seth Cook: La Historia Jamás Contada

50: Sólo unos momentos más.

—Hey, Charles.

Sentado en las afueras de la bodega, admirando la noche mientras esperaba que su café estuviera listo, Seth escuchó como alguien se acercaba a él. Levantó la mirada, observando como Philip Palmer se sentaba a su lado en uno de los troncos ubicados en el lugar; se acomodó las gafas y el pelirrojo movió sus manos como si hiciera el gesto de estar quitándose tierra de ellas.

—¿Todo bien? —preguntó Seth luego de desviar la mirada hacia el pequeño fuego que había logrado crear con hojas secas.

—Sí. Sólo vine a ver cómo estabas.

Se había acostumbrado a tener a Philip alrededor durante un año, después de todo, Seth lo había contratado como su guardia. Lo sacó de la cárcel con la ayuda de Fred y sus misteriosos contactos, le dio dinero, le dio la opción de trabajar para él. Al principio no había sido fácil, Seth continuaba odiándolo por lo que le había hecho y a veces temía por revivir algo como eso una vez más. Aunque Philip se mostró apático y con la misma personalidad de siempre cuando empezaron a trabajar, con el pasar de los meses comenzó a cambiar, e incluso llegó a disculparse.

Seth no había podido perdonarlo, pero había apreciado el gesto. Ni siquiera se hicieron amigos, por más que Philip una vez quiso dejárselo claro, Seth conocía su destino y era consciente también de que si incluso tuviera la oportunidad de permanecer sólo con Philip en el mundo, jamás se haría su amigo.

—Estoy bien, Philip.

Él le dio una breve sonrisa y asintió. Dejó de mover las manos.

—¿Quieres café?

Pero de enemigos a aliados… eso nunca se lo había imaginado.

—En realidad iré a comprar la cena —se levantó y escondió las manos en los bolsillos de su chaqueta—. ¿Qué se te antoja hoy, Charles? ¿Pizza? ¿Comida China?

—Umm, lo que sea está bien —comenzó a servirse en una taza cuando notó que el café estuvo listo—. Te veo en unas horas.

Luego de muchas, muchas horas, Philip no regresó. Seth no se estaba muriendo del hambre y sabía que a veces era normal que tardara, debía tener cuidado en el viaje de vuelta. Fue cuando notó que en su mesa se encontraban las llaves de la motocicleta de Philip; echo un vistazo afuera y vio el vehículo estacionado en una de las esquinas de la bodega. Soltó un suspiro y volvió su mirada a las llaves…

Pronto, Seth se vio subiendo a la motocicleta luego de haberse puesto una sudadera con capucha y una chaqueta, conduciendo hacia la ciudad. Específicamente hacia su hogar.

Estacionó una calle atrás y caminó hasta encontrase con la reconocida construcción; no había nadie cerca, aquel sector había siempre había sido solitario y silencioso, se dirigió hacia la parte de atrás y buscó entre los arbustos con todo el sigilo que tenía en sus movimientos, hasta que encontró lo que quería. Tomó la escalera con cuidado y la levantó hasta ponerla muy fija en la ventana de la habitación de su hija, subió lentamente y soltó un suspiro antes de asomarse. Cassandra estaba allí, la única luz encendida era la de su lámpara de lectura y estaba apoyada en el escritorio donde estudiaba o escribía.

Seth inspiró y se quitó la capucha, preparándose para enfrentar su más grande temor: el odio de su hija. Había pensado en ese momento por muchos meses durante su tiempo de fugitivo y verla allí, simplemente le hizo sentir como un cobarde. Y a la misma vez deseaba con todo su corazón hablarle, estar con ella sólo unos momentos más… porque el suyo se acercaba muy rápido.

Carraspeó la garganta antes de tomar valor y tocar la ventana. Cassandra se despertó de golpe y miró alrededor de la habitación con los ojos fulminados. Seth volvió a tocar.

Su hija volteó el cuerpo hacia la ventana y lo miró un buen rato. Se colocó las gafas, tal vez para estar segura y sólo se quedó allí parada. Para Seth, su expresión fue irreconocible, no tenía idea si estaba sorprendida, asustada, enojada, decepcionada, triste o todas a la vez. Seth se acomodó sus gafas y su hija parpadeó, como si saliera de un trance, el corazón le dio un salto cuando se giró hacia la puerta de su habitación y en milisegundos pensó que llamaría a la policía, pero sólo le había puesto seguro. Cuando se acercó a la ventana, Seth había exhalado el aire que había aguantado por temor, pero su cuerpo continuaba tenso y su pecho estrujado.

—Hola, cerecita —susurró cuando abrió la ventana. La voz le salió temblorosa.



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En el texto hay: doblepersonalidad, secretos, tid

Editado: 04.01.2019

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