2014.
De: Seth Charles Cook.
Para: Todo el mundo, tal vez.
10 de junio, 2014.
Con un solo un mes de vida, he tomado la decisión de hacer, finalmente, mi carta.
—Josh… ¿podrías comer? Está muy bueno —le decía Sebastian a su amigo. Seth los escuchaba desde su mesa, dónde estaba sentado, comiendo en silencio—. Vamos. Estás muy delgado.
—¿Estás consciente de que puede haber veneno en esta comida? ¡Me rehúso! —exclamó el moreno.
Sebastian soltó un suspiro cansado.
—Ha pasado casi un año, Blair… —bajó su tono de voz y parecía avergonzado, pero Seth aún podía escucharlos—. Crees que si el señor Cook hubiese querido matarnos, ¿no hubiese ocurrido hace mucho?
—Me disgusta tanto que le tengas respeto.
—Es mayor que yo y no nos ha hecho daño. Nos ha dado comida, comodidad para descansar, agua —frunció el ceño, como si tratara de hacerle entender a Josh que no había razón de odio—. Estamos bien.
—Estamos encadenados, Sebastian. Todos en casa deben estar preocupados… y es culpa de él.
Sebastian se quedó en silencio y mientras jugueteaba con la comida, decidió añadir:
—Al menos come, Blair. No quiero discutir más contigo.
Con un respingo, Josh tomó sus cubiertos.
—Está bien.
Seth apartó la mirada y una pequeña sonrisita atravesó su rostro. El tiempo que le quedaba era cada vez más corto y todo lo que intentaba era buscar cosas que le hicieran sentir relajado o le sacaran, al menos, una sonrisa. Josh no había sido un gran huésped y lo entendía, sabía que lo odiaba por ser aquella horrible persona que le habían contado un día y que no deseaba ver que, tal vez, todavía existía bien en Seth, por más que él se lo hubiera demostrado. Gracias a Dios estaba muy cansado como para perder la paciencia.
Perdido entre sus pensamientos, sintió que se estaba quedando dormido. Sus ojos, pesados por la cantidad de noches en desvelo, comenzaban a cerrarse, pero entonces, hubo un fuerte golpe en la mesa. Se sobresaltó, su sueño se espantó de la nada y subió la mirada mientras se acomodaba las gafas, encontrándose con Él, su rostro era sombrío y estaba enojado, sus ojos tenían el mismo destello que pudo ver cuando mató a Alex y a Matt, cuando vio a Seth matar a Bob y a su hijo.
—Tú —la voz, grave, tétrica, llena de rabia. Seth sintió escalofríos con esa singular palabra, su cuerpo, de un momento a otro, estaba consumido por el miedo—. Mentiroso.
Tragó en seco.
—¿Qué?
—¿Creíste que no lo iba a descubrir? —notó que no lucía como él mismo, como siempre. Él parecía bien. Sus ojos no se veían cansados, no tenía los párpados rojos y grandes ojeras debajo de estos, su rostro se veía limpio, el montón de vello que Seth tenía en el suyo, no lo vio en Él, parecía como si recién se hubiese afeitado—. ¿Te crees tan inteligente, Seth? ¡Lo sé todo!
Seth frunció el ceño, sin apartar sus ojos de la persona frente a él.
—Tonterías. No sé de qué hablas.
—No, no me vengas con eso…
Con todas las fuerzas que tenía y mucha valentía, le dijo:
—Fuera de aquí.
Él soltó una risa amarga.
—¡¿CÓMO TE ATREVES A TRATARME CÓMO A UN PERRO?!
Seth se sobresaltó, su cuerpo empezó a temblar y su cabeza a doler. Miró en dirección a los jóvenes, quienes habían levantado la mirada, confundidos y, en parte, asustados. Cuando los ojos de Seth chocaron con los de ellos, los apartaron muy rápido. Volvió a mirar a Él, quien estaba rojo de rabia.
—¿Philip? —llamó, sin quitar sus ojos de su amigo frente a él.
—¡Aquí! —exclamó y se asomó desde la puerta. Tenía la camisa empapada de sudor y un hacha en la mano derecha, estaba cortando madera—. ¿Qué ocurre?
—Toma una tijera y una cuchilla —dijo, con la mirada hacia el suelo—. Y por favor, lleva a Sebastian y Josh afuera para quitarles todo ese cabello, ¿sí? Es tiempo.