Todo lo que Seth vio después de eso, había sido oscuridad. No hubo recuerdos que no conocía o imágenes que ya hubiese visto anteriormente. Sólo negrura.
Y seguía viendo negro cuando se dio cuenta que escuchaba el tintineo de un monitor de signos vitales. También había murmullos, los escuchaba… sintió frío, el cuerpo algo entumecido, sintió hambre, sed, ¿había algo dentro de su nariz? ¿Había cosas pinchando su piel? Sentía. Escuchaba.
Veía.
Mientras abría los ojos, llegó a escuchar la voz de Angel, avisando que estaba despertando.
—Pásame las gafas, Cass —dijo.
Seth se quejó, la cabeza le dolía y quería saber dónde estaba. Se sentía fatigado, ¿por qué? Sus ojos se abrieron completamente y sólo veía imágenes borrosas, rostros difuminados y de pronto le dieron náuseas.
—¿Dónde estoy? —apenas había podido hablar, su boca y garganta estaban resecas—. ¿Alguien puede decirme dónde estoy? ¿Por favor?
—No te preocupes, papá. Estás bien —con una voz muy calmada, Angel parecía acercarse a él y le colocó unas gafas. Seth se acostumbró a la vista, parecía de tarde—. Estás en el hospital.
La habitación era increíblemente blanca, el pelinegro se llevó una mano hasta las gafas. Eran circulares, pero no eran las suyas, él habría sido capaz de recordarlas dónde fuera, las que tenía puestas parecían más delgadas y un poco más pequeñas. Levantó la vista, su hijo estaba a su lado, su cabello estaba desordenado y sus ojos azules, brillantes en emoción. Más atrás estaba Cassandra, con los mismos ojos que Angel, el cabello rojo completamente recogido, él les sonrió.
—Hola, papá —Cassandra estaba al borde de las lágrimas. Extendió una mano para acariciar el rostro de su padre—. Es increíble que te encuentres bien.
Seth frunció el entrecejo. Y comenzó a buscar en toda la habitación.
—¿Dónde está Christian? —preguntó, comenzando a alterarse—. ¿Dónde está? Necesito hablar con él.
—Papá, cálmate un poco. Tienes una conmoción cerebral. No puedes moverte mucho —lo tranquilizó su hijo.
—Quiero a Christian, ahora.
Sintió que su respiración se agitó y siguió observando por toda la habitación, buscando a alguien, pero no era Christian. Tenía que estar alerta. El dolor de cabeza se intensificó y comenzó a sentirse cada vez más inseguro de estar despierto, de estar en ese lugar. La puerta se abrió y Cassandra —a quién no recordaba haber escuchado salir— entró a la habitación junto con el reconocido chico de cabello y ojos castaños. Se acercó muy callado hacia él y Seth, con la fuerza que tenía, le sorprendió, agarrando el cuello de su camisa.
Angel y Cassandra se horrorizaron e intentaron detenerlo, pero Seth sólo le gritó al muchacho:
—¡¿Por qué no me mataste?! ¡¿Por qué no lo hiciste, Christian?! —lo agitaba, la voz de Seth se quebraba entre más la levantaba, sentía un quemón en la garganta, las lágrimas cocían sus ojos—. ¡Tenías un trabajo y no lo lograste! —Christian sólo estaba sorprendido y algo asustado, pero no decía nada. Angel llegó a separarlos y Seth empezó a forcejear con su hijo—. ¡No quería vivir! ¡No quería que ustedes sufrieran más!
Entre sus gritos, entró un enfermero, que se apresuró a preparar una jeringa con un calmante.
—¡Quería estar muerto! —continuó exclamando, entre lágrimas y sollozos—. ¡Quería estar muerto! ¡Quería estar muerto! Quería estar… muerto…
Seth se desvaneció en los brazos de hijo, repitiendo la misma frase. Ni siquiera se había dado cuenta del pinchazo en su brazo. Escuchó todo más claro, su hija sollozando en el pecho de Christian, la respiración alterada de este y las caricias de Angel en su cabello, hasta que, otra vez, la oscuridad regresó a él.
Sintió que pasaron días, tal vez semanas, o meses. Porque cuando despertó, se sentía un poco mejor que la vez anterior. Alguien le acariciaba la mano, se preguntó dónde estaba, por qué sentía frío y por qué estaba desnudo, con sólo una bata cubriéndole el cuerpo.
Soltó un quejido, y como si eso hubiera alarmado a quién sea que estuviera acariciando su mano, de pronto no sintió más aquel roce.