Seth Cook: La Historia Jamás Contada

59: La lucha continúa.

—¿Por qué debes ser tú?

—¿De qué estás hablando?

Seth miró hacia adelante, enfrentándose a Rose. Los dividía una pared trasparente, toda su habitación estaba blanca, incluidas las ropas que tenía puestas, como todos los criminales en el lugar. Rose se encontraba de pie, muy seria, unos largos centímetros lejos de la pared, como lo indicaban las reglas del hospital, llevaba un pantalón ancho color blanco y una blusa roja que le llegaba hasta el cuello y le ponía ánimo a su habitación. Un abrigo beige reposaba en su brazo derecho, junto con una tableta que sostenía su mano, con la que tenía libre se llevó un mechón de su cabello corto detrás de la oreja.

—La doctora que me asignaron —respondió el pelinegro—. ¿No es eso… muy personal?

Rose permaneció callada.

—Pensé que estas cosas debían tratarse con profesionalismo.

—Voy a tratarte con profesionalismo, Seth.

Se acomodó las gafas y puso las manos en los bolsillos de los pantalones de su ropa de prisionero. Suspiró y bajó la cabeza para mirar al suelo.

—Bien. Adelante.

Rose tomó la silla a su lado y se sentó, Seth se atrevió a mirarla una vez más, rascando su mano derecha con inquietud. Rose miró algunas cosas en la tableta y dirigió sus grandes ojos castaños hacia el pelinegro.

—¿Has estado en terapia antes?

Aclaró su garganta.

—No que yo recuerde.

—¿Nunca llegó a tu mente ir alguna vez?

—Nunca vi la necesidad. Siempre supe manejar mis situaciones, cuando era joven, en el momento que llegué a la adultez.

—Sí, lo comprendo —hablaba con un tono muy ligero y calmado, pero eso no dejaba tranquilo a Seth. Se rascó con más intensidad su mano derecha—. Mmm, bueno, la terapia es un trabajo de dos. Verás… tú estás conduciendo y yo intento ayudarte a pilotar.

Seth se mordió el labio inferior, asintiendo.

—Parece que te sientes incómodo. ¿Estás incómodo?

Se tomó un tiempo para responder.

—Posiblemente.

—¿Por qué? —Rose levantó las cejas, intrigada. Sus ojos miel se enfocaron más en él, Seth dejó de rascarse, la piel le estaba ardiendo.

—Porque estás aquí. No quiero que me veas de esta manera… no había tenido la oportunidad de decírtelo.

—Prometí que iba a ayudarte, Seth… así que aquí estoy.

El hombre de ojos azules se miró la mano que había estado rascando, se había arrancado un poquito de la capa de su piel y se lo cubrió de inmediato, el ardor se intensificó.

—No tengo ganas de hablar hoy.

—Eso está bien. Pero ¿por qué no?

Sintió que la cabeza le comenzaba a doler y su cuerpo a temblar.

—¿Cuánto tiempo dura nuestra sesión?

Con voz muy neutral, Rose seguía respondiendo:

—Cincuenta minutos.

Seth inhaló profundo, mirando alrededor de su habitación.

—¿Puedes irte? —preguntó, desesperado y con un toque de irritación—. Porque lo digo en serio, no deseo hablar.

—Preferiría quedarme.

Seth cruzó los brazos.

—Entonces nos quedaremos aquí. Cincuenta minutos. Sólo mirándonos sin decir nada.

Rose asintió, muy tranquila.

—Eso también está bien.

Seth se relamió los labios, manteniendo su mirada en Rose y ella en la de él, en silencio.

 

 

A la semana siguiente, luego del almuerzo, Seth se encontraba en su habitación, como todos los días. Allí tenía todo lo que necesitaba: una cama algo incómoda, un lavamanos, un inodoro, un pequeño espacio donde se encontraba una regadera y un espejo. Nadie salía de su cuadrado, no tenía la oportunidad de hablar con otras personas, ni siquiera con los ayudantes o los guardias, todo siempre era tan… silencioso.

Ese día, Rose volvió. Traía un vestido gris sencillo, suelto desde la cintura y con pliegues en la parte de abajo, una chaqueta torera color rosa y unos tacones de punta, no muy altos, color negro. Como la otra vez, se sentó en una silla que uno de los ayudantes puso en la línea donde debían ponerse las personas, por reglas del lugar. Seth se paró frente a ella, incómodo, una vez más.



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En el texto hay: doblepersonalidad, secretos, tid

Editado: 04.01.2019

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