Alizah
—Hermana, ¿qué pasó? —me preguntó Lizzie, preocupada, cuando llegué temblando a su casa—. ¿Qué te pasa, bebé?
Lo único que pude hacer fue lanzarme a sus brazos y llorar sin parar. Desconcertada, Lizzie me ayudó a entrar a su casa y me hizo sentar en el sofá.
—Me estás asustando, Ali —dijo mientras me abrazaba—. ¿Qué te dijo el médico? ¿Y dónde está Gael? ¿Te escapaste? ¡Hará un escándalo!
—Él terminó conmigo —sollocé, apenas pudiendo controlar los temblores que recorrían mi cuerpo.
—Espera, ¿qué? Eso es imposible, ese hombre te ama con locura. Hasta me cae mal por insoportable y sobreprotector, ¿cómo vas a decir eso?
—Pues eso pasó. Y yo voy a morir, eso es lo que…
—La vida no se acaba por ningún hombre —me reprendió, y yo sonreí tristemente—. ¿Es de eso de lo que hablas, verdad?
—Tengo cáncer, ya no hay nada que hacer —le confesé, haciendo que mi hermana se quedara helada y luego se levantara riendo.
Aquello no me ofendió, pues sabía la reacción que tendría después.
—Eso simplemente no puede ser —sentenció—. ¿Quién te dijo esa tontería?
—Mis estudios están aquí.
Mi hermana me arrebató el sobre y lo fue leyendo. Allí estaban las imágenes de la colposcopia, que mostraban el avance de la enfermedad, junto con el informe que detallaba los hallazgos. Lo había releído varias veces durante el camino, como si eso pudiera cambiar el resultado.
—¡No, esto no es cierto! —gritó—. Tiene que ser una broma. Tenemos que buscar otra opinión.
—Para mí no vale la pena —gimoteé—. Gael me dejó. Dijo que no quiere verme morir, y que esto me pasó por estar con otra persona.
—¡¿Pero cómo puede ser tan ignorante ese pedazo de…?!
Durante los siguientes diez minutos, Lizzie se dedicó a despotricar, golpear cosas y gritar las palabras más terribles. Yo la observé en silencio, sintiendo cómo mi mundo se desmoronaba cada vez más. Por eso, fue un alivio cuando Andrés llegó para calmarla.
—¿Qué es lo que está pasando aquí? —indagó mi cuñado.
—Que te lo cuente Lizzie —murmuré mientras me levantaba—. Yo me voy a casa.
—De ninguna manera. Te quedarás aquí e iremos a buscar otra opinión. No vas a morirte, ¿me escuchaste? ¿Cómo puedes pensar que dejaría que hagas eso?
—¿De qué hablan? —inquirió Andrés—. ¿Estás enferma, Ali?
—Tengo cáncer, Andrés, y me voy a morir pronto porque ya no hay cura —anuncié con tristeza, y él frunció el ceño.
—No, no puede ser. Tú eres muy sana. Seguro que es una tontería —dijo nervioso—. Escucha, hoy en día, la medicina…
—No quiero intentar sobrevivir —me encogí de hombros—. Ya no voy a casarme y no tengo más ilusiones en mi vida, así que…
—No digas eso, hermana —me pidió Lizzie—. No digas eso, intentemos…
—No quiero intentar nada —negué con la cabeza—. Lo único que quiero es que Gael se arrepienta y me diga que estará conmigo.
Pero por más que esperé a que eso sucediera, Gael simplemente no volvió a aparecer en mi vida. Sus empleados trajeron mis cosas a mi casa, donde antes vivía con mi madrina, y aunque incluyó mis regalos, estos no los acepté y los doné a una institución benéfica.
—Debiste haberlos vendido, mi amor. Estás enferma y necesitas el tratamiento —me dijo—. No puedes dejarte vencer por la tristeza.
—¿Por qué dejó de amarme, madrina? —susurré—. Yo creí que él estaría conmigo, no que creería que…
—Porque simplemente no vale nada como persona. No es tu culpa, cariño, pero sí lo es si te dejas vencer por la tristeza y no luchas por tu vida.
Otro ataque de náuseas me invadió y pasé más de una hora metida en el baño. Mi madrina ya no sabía qué hacer para sacarme de este estado, incluso la descubríintentando comunicarse con él.
Para variar, no hubo respuesta.
Yo también le escribía correos, cada uno más intenso que el anterior, pero no los leía o, si lo hacía, los ignoraba.
A las dos semanas, también me bloqueó del correo, lo que me impidió expresarle mi sentir. En ese momento, comprendí que jamás volveríamos a estar juntos y que debía seguir mi propio camino. Entonces comencé a hacer los arreglos para mi funeral y posterior cremación.
—No, no puedes hacer eso, hija —negó con la cabeza—. Tienes que seguir…
—No, madrina, no quiero prolongar más esto —la interrumpí, tajante—. Quiero que les digas a los clientes que estoy pasando por un momento difícil y que, por lo tanto, cerraré el negocio. Eres buena redactando, solo…
—Olvídate de eso, no pienso hacerlo —dijo con frialdad, resultado de su cansancio de verme así—. Te amo con todo mi corazón, pero ya no puedo soportar cómo te desvives por ese hombre sin corazón.
—Entiendo, entonces yo haré el comunicado.
—Haz lo que creas pertinente.
Mi corazón se desgarró al subir las escaleras y escuchar sus fuertes sollozos mientras se desahogaba con Lizzie, a quien no había querido ver desde aquel día en su casa. Ella no se rendía y me traía comida saludable, que apenas podía tocar, no porque no quisiera, sino porque la enfermedad me lo impedía. Todo me daba asco, lo que había provocado que perdiera varias tallas.