Alizah
Tras leer esa noticia, no pude parar de llorar en toda la noche. Esto provocó que tuvieran que llamar al doctor, y una vez más, vomité hasta el cansancio. Como mi madrina mencionó el cáncer, solo pudieron darme medicación suave para aliviar el malestar.
Las náuseas cesaron, pero mi corazón roto solo dolía más.
—Ya no quiero seguir —le dije a mi hermana mientras me ayudaba a vestirme—. Quiero estar lejos, muy lejos de aquí.
—Entiendo, hermana, pero no puedes irte y dejarlo todo por ese pedazo de…
—Por favor —la interrumpí—. Necesito estar muy lejos, pasar mis últimos días en paz.
Lizzie se quedó callada, mirándome pensativa.
—¿De verdad es eso lo que quieres? —preguntó—. ¿Estás segura?
—Sí, ya no puedo más —susurré—. Tengo que irme de aquí.
—Está bien, te ayudaré, pero prométeme que lucharás por tu vida y que no te quedarás de brazos cruzados.
—Pero…
—Promételo —me dijo Elizabeth, tomándome del rostro con ambas manos—. Sé que es egoísta pedírtelo, pero quiero que luches hasta el final. No sé si lo sepas, pero me moriría contigo. Eres parte de mí y no pienso dejar que te vayas sin luchar, ¿está bien?
Las lágrimas se deslizaron por mis mejillas mientras asentía con pesar.
Un par de días después, Lizzie me trajo buenas noticias. La familia de Andrés tenía una casa en La Ciénaga, un pueblo a varias horas de la ciudad, conocido por su silencio inquietante, como si estuviera deshabitado.
Era el sitio perfecto para hundirme en mis recuerdos.
—Puedes quedarte allí. El clima quizás no sea de tu agrado, pero…
—Es perfecto, hermana, gracias —la interrumpí.
—¿Segura?
—Sí, y también quiero que hagas otra cosa por mí, aunque no sé si pueda ponerte en una situación difícil.
—A ver, explícamelo.
Mi hermana parecía demasiado comprensiva al escucharme, pero cuando le conté, el horror invadió su rostro.
—¿Pero estás loca? ¿Cómo vas a…?
—Me parece una buena idea —opinó Andrés, recargado en el marco de la puerta.
—¿A qué hora llegaste, cariño? —preguntó Lizzie, extrañada.
—Acabo de llegar, pero escuché todo —dijo Andrés, encogiéndose de hombros—. Y creo que la idea de Ali es buena. Ese miserable se merece sufrir.
—Pero mi hermana no morirá —replicó Lizzie—. No podemos hacer eso, nos meteremos en problemas.
—Te aseguro que no —le dijo Andrés, acariciándole el cabello—. Hagamos esto por Ali. Después de todo, estoy agradecido porque gracias a ella te pude conocer.
El pecho se me estrujó al escuchar aquellas palabras. Amaba que estuvieran juntos y jamás querría a otro hombre como mi cuñado, a quien adoraba como a un hermano mayor. Sin embargo, ver cómo se amaban y saber que yo ya no tenía eso, me rompía el alma.
—Está bien —dijo Lizzie, dejándonos a Andrés y a mí con la boca abierta—. Hazlo, mi amor. Es lo menos que se merece ese tarado. Cuando venga, si es que viene, le entregaremos el acta y que la culpa lo carcoma.
Me limité a sonreír brevemente. Podría alegar que esto no era una venganza, pero en el fondo sí lo era. Y también era una liberación para él, pues así no tendría que vivir pensando en mí. Solo se sentiría mal unas cuantas semanas y luego se le pasaría.
También resolvería el problema de raíz con su familia. Si ellos pensaban que había dejado este mundo antes, mis últimos días los viviría completamente en paz.
Era el plan perfecto.
—Quiero que lo anuncien en una esquela del periódico —murmuré—. Quiero que esa familia sepa que ya no seré un problema.
—Pero eso es algo bastante…
—No, no es nada cruel. Es lo mínimo que merecen —gruñó Andrés—. No te preocupes, Alizah, me encargaré de todo. Tengo mis contactos.
—Si tu hermano te atrapa en eso, te condenará a un millón de años —se rio Lizzie, limpiándose las lágrimas.
—Bah, él siempre se las quiere dar de correcto, pero no me metería nunca en prisión. Además, ni siquiera se lo pienso decir. No conoce a Ali, así que no nos ayudaría.
Me levanté de la cama y me dirigí al clóset. Mi cuerpo temblaba por la debilidad, pero estaba decidida a marcharme cuanto antes.
—Oye, ¿qué estás haciendo? —me preguntó mi hermana.
—Preparando mis cosas —dije con desgana—. No puedo más, quiero irme cuanto antes.
—Pero…
—Por favor, no quiero seguir aquí.
—Hija, alguien vino a buscarte —me anunció mi madrina.
—¿Es Gael? —pregunté, levemente ilusionada.
—No, es su amigo, Walter.
—Dile que no puedo bajar, no me siento bien —murmuré—. No sé por qué insiste tanto, no puedo hablar con su mejor amigo. ¿En qué me convierte eso?
—Eres una mujer libre, claro que puedes hablar con él.