Gael
Las cosas no funcionaron en mi noche de bodas. Simplemente me quedé dormido por el cansancio y la bebida. A la mañana siguiente, me desperté con una esposa frustrada, pero que intentaba que todo estuviera bien entre nosotros.
—Ya estuve viendo cuáles son los destinos que me gustarían para nuestra luna de miel —me dijo, entregándome unos documentos mientras desayunábamos—. Quiero ir a…
—Espera, ¿luna de miel? —pregunté consternado, devolviéndole los papeles—. Te dije que no viajaríamos, tengo mucho trabajo.
—Pero creí que al menos nos tomaríamos unos días —dijo con voz temblorosa—. Pensé que querías desconectar de todo.
—Sabes bien que me casé contigo porque no iba a dejarte abandonada después de lo que sucedió esa noche. Pero de eso a que tengamos una luna de miel…
Kendra se llevó ambas manos a las sienes, tratando de controlar su enfado. A pesar de su imagen pulcra y casi perfecta, no era una mujer caprichosa. En realidad, era bastante sensata.
«Pero hasta la mujer más enamorada tiene sus límites», pensé.
—Mi amor, sé bien que no puedes olvidar a esa mujer y que yo acepté casarme contigo a pesar de eso. Pero si no lo intentas, jamás la olvidarás.
Puso su mano sobre la mía, gesto que no me sentí capaz de rechazar, así que también la tomé de la mano y le dediqué una sonrisa desganada.
—Dame tiempo —le pedí—. No puedo olvidar todo lo que viví de la noche a la mañana. Si crees que es injusto para ti, puedes irte. No tengo problemas en que me pidas todo lo que necesites.
—No te amo por lo que tengas, te amo solo a ti —me aseguró—. No me pidas que me vaya, no lo hagas de nuevo. Al menos dame una oportunidad, Gael. ¿Por qué no te quedas y pasamos el día juntos? No tuvimos noche de bodas, así que…
—Por favor, Kendra, vayamos poco a poco —le pedí, apartándome delicadamente para poder comer—. No quiero ser un mal esposo contigo, así que déjame intentarlo.
—Está bien, está bien —asintió—. Lo siento, mi amor, creo que te estoy presionando demasiado. Prometí ser paciente y comprenderte.
—No quiero que te sacrifiques por mí —le recordé, mirándola fijamente a los ojos.
—No, amarte no es ningún sacrificio.
Aquellas palabras no salieron de mi mente durante los siguientes días, en los cuales luché contra mí mismo para no ir a buscar de nuevo a Alizah. Cada día que pasaba era peor, y mi necesidad de protegerla y de estar a su lado me asaltaba por momentos.
—No puedo seguir casado con Kendra —dije en mi oficina, lo cual hizo que mi asistente me mirara confundida.
—¿Disculpe, señor? —me preguntó, subiéndose los lentes—. ¿Se va a divorciar de su esposa?
—Eh… Yo…
—Sé que me paga para trabajar y no para darle consejos, pero debería escuchar su corazón —me dijo con tono tierno, tan propio de ella.
Olive era una mujer sabia, que estaba casada desde hacía muchos con el primer amor de su juventud. Llevaba días evitando su consejo, pero ahora estaba deseoso de escucharla.
—Te escucho —le dije para que prosiguiera.
—Siento que se precipitó mucho al volver con esa mujer. No digo que sea una mala persona, claro que no, pero usted no la ama.
—Alizah me engañó con otro hombre —repliqué, notando un ardor terrible en el pecho—. No puedo simplemente perdonarla y hacer como si nada hubiera pasado.
—¿Tiene pruebas de lo que dice? ¿La vio haciendo algo indebido?
—No, pero su enfermedad es causada por…
—¿Qué? ¿La señorita está enferma? —preguntó alarmada—. No lo sabía.
—Tiene cáncer y no hay nada que hacer. Se extendió por todo el cuerpo. Esa clase de cáncer pudo haber sido causada por un virus que contrajo…
—Perdóneme, pero solo está empleando las palabras «puede» o «pudo» —me interrumpió—. Mi madre tuvo cáncer cervicouterino, y definitivamente no fue por estar con otros hombres. Tenía siete hijos que criar.
Abrí la boca para responder, pero terminé cerrándola y negando con la cabeza. Tenía razón, y yo era un miserable.
—No puedo verla morir, esa es la realidad —admití—. Me niego a verla partir, no cuando teníamos tantos planes.
—No tengo derecho a decirlo, pero realmente me decepciona. No se abandona a quien se ama, menos si no se sabe con certeza si se equivocó.
Olive se levantó y me miró de una manera completamente diferente a cómo lo haría mi madre, pero esto me inspiraba más respeto.
—Tiene una junta en dos horas, señor. Tengo que preparar los informes —me recordó—. Por cierto, vendrá su suegro.
—Quiero cancelar la reunión, necesito salir —dije, levantándome.
—Por supuesto, señor —asintió—. De hecho, ya la cancelé y la reprogramé para mañana.
—Muchas gracias —le dije sonriendo—. Mereces un aumento.
—Vaya y haga lo que tenga que hacer. Prefiero eso que el aumento.
—Está bien.