Alizah
Lizzie siempre había sido una parte fundamental de mi vida, pero ahora lo era aún más. Aunque esto le causaba mucho dolor, estaba dispuesta a todo para ayudarme, sin pedirme nada a cambio, salvo que intentara aferrarme a la vida.
Aunque se lo prometiera, no haría demasiado al respecto. Cada día me sentía peor, y tampoco quería ser una carga para ella y su felicidad. Era mejor que me recordara con amor, en lugar de vivir en constante miedo a que me muriera.
La ciudad fue quedando atrás poco a poco mientras nos incorporábamos a la carretera que nos conduciría por varias ciudades y pueblos antes de llegar a La Ciénaga. A pesar de haber evitado la tristeza toda mi vida, la idea de ir allí me atraía cada vez más.
Gael se había llevado mi alegría y todas mis ilusiones, y nada podía hacer para levantar cabeza.
—¿Te sientes bien? —me preguntó mi hermana después de media hora de camino—. ¿Estás segura de que quieres hacer esto? Podemos regresar si quieres.
—No, no quiero regresar —dije temerosa—. Por favor, Lizzie, no quiero volver.
—Mi amor, hazle caso —me defendió Andrés—. Es mejor que se aleje de todo lo que le hace daño.
—Sí, tienes razón, pero no me gusta la idea de que esté sola.
—No estaré sola, Andrés ya te dijo que estará la ama de llaves —le recordé—. Ella te llamará en caso de cualquier emergencia.
—Tengo miedo de que le pidas que no me llame —confesó, tomándome de las manos—. Ali, por favor, no te dejes vencer. Por favor, haz el tratamiento, revísate, hagamos algo.
—Iré a revisarme, pero luego —prometí—. Eso es lo máximo que puedo hacer.
Mi hermana asintió con resignación y, poco a poco, me soltó de la mano.
Volteé hacia la ventana, derramando lágrimas de dolor. El amor por mi hermana debía ser suficiente para intentarlo, pero sabía que ella tenía el suyo, y que Andrés también la necesitaba.
Mientras veía los árboles desdibujarse por la velocidad a la que íbamos, pensé: «Espero que ellos sí puedan tener una vida larga y feliz».
Mientras me adormecía ante tal visión, pensé en Gael y en la reacción que tendría al enterarse de mi supuesta muerte. Tenía que admitir que al principio lo hice como una venganza, pero con el pasar de los días, lo fui viendo como algo necesario. ¿Qué más daba si se enteraba en esos días o en mi verdadera fecha de muerte?
—Hermana, despierta, despierta —dijo Lizzie, agitándome con fuerza—. Ali, por favor.
Me desperté sobresaltada, encontrándome con su mirada llena de terror.
—¿Qué pasa?
—Perdóname, pero creí que…
Mi hermana me abrazó y se echó a llorar con fuerza. Confundida, le di unas palmaditas en la espalda, sin entender qué le pasaba.
—Mi amor, Alizah está bien —le dijo Andrés mientras le abría la puerta del auto para ayudarla a bajar—. Creo que esto te está haciendo daño.
—Es que… No parecía respirar y… ¡Ay, Dios mío! —sollozó.
—Tranquila, hermana, no me moriré, no frente a ti —le aseguré.
—Mejor di que no te morirás —gruñó antes de que nos bajáramos.
Sin darme cuenta, habíamos llegado ya a La Ciénaga. Fruncí el ceño al darme cuenta de la niebla que envolvía a la propiedad y de que la casa no era tal, sino una imponente mansión de piedra, que se dejaba ver a través de la neblina, dando la impresión de estar sacada de un cuento de misterio. En el centro de la propiedad había una torre redondeada con ventanales altos y justo debajo se encontraba la entrada principal, enmarcada por columnas dobles y un balcón de barandales blancos que daba al pórtico.
—Me dijiste que era una casa, no una mansión —reí con desgana.
—¿Qué esperabas? Digna de los Montalvo —se encogió de hombros—. Mi familia, en especial mis padres y mi hermano, es espeluznante. Siempre tan clásicos, tan… grises. Qué bueno que no los veo seguido.
—Mi precioso es el único normal y colorido de esa familia. Por eso lo elegí —sonrió Lizzie, aunque no parecía tener ganas de bromear—. Hermosa, ¿estarás bien aquí? No quiero dejarte sola.
—Por favor, quiero quedarme, lo necesito —pedí.
Mi hermana me sujetó mientras avanzaba por el camino de piedras. Todo estaba tan bien cuidado que me daba miedo arruinarlo o hacer algo inadecuado. Sin embargo, prefería preocuparme por eso que por las angustias que dejé atrás.
—Aún sigo creyendo que es mala idea dejarte aquí, hermana —comentó mientras llegábamos a la enorme puerta de madera.
—Por favor, hermana, sé que te preocupas por mí, pero estaré bien.
Una señora elegante, con el cabello rojizo recogido, nos recibió. A pesar del ambiente melancólico que se respiraba, ella irradiaba amabilidad y me dedicó una genuina sonrisa.
—¿Es la señorita Alizah? —preguntó—. Bienvenida.
Al cruzar el umbral de aquella casa, un aroma tenue a madera antigua me recibió. El amplio y luminoso vestíbulo contaba con un piso de mármol impoluto que reflejaba la poca luz que entraba por los altos ventanales. A nuestra izquierda, una escalera curva se elevaba, adornada con pasamanos tallados y una alfombra de terciopelo carmesí que se extendía hasta la planta alta.