Gael
—Te amo con toda mi vida, no, es que eres tú toda mi vida —le susurré, mientras descansábamos tras habernos entregado apasionadamente.
—Y tú eres la mía. No quiero que me dejes nunca —contestó, acariciándome el rostro.
—¿Cómo crees que lo haría? Te adoro, eres lo que le da sentido a mi existencia.
Sus mejillas se sonrojaron y no pude evitar besarla de nuevo. Ella no me detuvo y volvió a entregarse a mí sin reservas hasta que los dos quedamos agotados y con la firme promesa de estar juntos hasta que la muerte nos separara cuando estuviéramos muy mayores.
—A&G—
Todo en mi despacho estaba destruido, y no sabía cuánto daño me había hecho, pero eso no importaba. Lo único importante era que no desaparecía esta necesidad de no existir más y de irme con ella.
—Mi amor, no, no me puedes dejar —sollocé, cayendo de rodillas al suelo—. No, no pudiste hacerlo.
—Mi amor, llegué —dijo Kendra al entrar en mi despacho.
Ella soltó un grito al ver el desastre y el estado de mis manos, que estaban enrojecidas.
—¡Mi amor! —gritó, tratando de acercarse a mí.
—¡No te acerques! —exclamé, poniéndome de pie—. No te atrevas a dar un paso más.
—¿Qué te ocurre, mi vida? —dijo asustada, deteniendo sus pasos—. Lo destrozaste todo. No me digas que estás así por…
—¡Lo sabías!
—Sí, hace unos minutos me enteré de que Alizah falleció. No me alegro, lo siento mucho porque sé cuánto te duele, pero…
—¡No hay peros que valgan! —la interrumpí, dándole la espalda—. Ella ya no existe, y yo soy un miserable.
—No, no lo eres. Fue ella la que te falló.
—No, fui yo. Y nunca debí casarme contigo —repliqué—. Quiero el divorcio. No tiene sentido que sigamos juntos cuando nunca podré darte lo que quieres, cuando siempre estaré muerto.
—No me puedes decir eso —gimoteó—. Fuiste tú quien me pidió matrimonio y me ilusionó con que tendríamos una vida de casados. ¿Por qué ahora quieres divorciarte?
Volteé a verla, sintiéndome más miserable y arrepentido que nunca. Kendra tenía razón en sus reproches.
—Mi vida, entiendo que la amas, y no te culpo por eso, pero ¿por qué no puedes pensar en mí?
—Justamente porque lo hago, quiero que nos divorciemos —contesté—. Ahora sé que jamás podré ser lo que esperas y necesitas. Si quieres quedarte con todo, hazlo. Pondré todo a tu nombre.
—¿Qué dices?
—Ya no necesitaré nada, voy a…
—No, ni se te ocurra decir tonterías —dijo, corriendo hacia mí—. No puedes dejarme, no podemos divorciarnos sin antes darnos una oportunidad.
—Ella ya no existe, así que tampoco tiene caso que yo exista —repliqué—. Aunque tal vez debería vivir, me lo merezco. Merezco ese dolor, esa tortura, esa…
Kendra me frenó con un beso en los labios.
—Yo seré tu consuelo, pero no me digas que vas a dejarme —suplicó—. No quiero dejarte solo, por favor.
—No es justo para ti.
—Tal vez no, pero te amo, y cuando se ama no se abandona en el peor…
—Eso fue lo que yo hice, así que no merezco consideración de tu parte. Abandoné a la mujer de mi vida en su peor momento.
—Es que ella no…
—¡Ella no estaba enferma! —le grité, sacudiéndola por los hombros—. ¡Lo escuché todo! ¡Fue una maldita trampa de mis padres!
—¿Qué? —preguntó, palideciendo—. No, seguramente te equivocaste. ¿Cómo harían tus padres una cosa así, Gael? Estás delirando.
—Los escuché, yo mismo los escuché.
Empujé con cuidado a Kenia y salí rápidamente del departamento. Me estaba ahogando dentro, y al salir del edificio, la situación no mejoró. El día estaba soleado, la gente paseaba tranquilamente por las calles y no parecía tener problemas.
Aquí el único infeliz era yo.
Por eso grité hasta quedarme afónico y me metí en problemas con un hombre al que le derribé su puesto de hot dogs solo porque besaba a su esposa.
—¡Me lo tiene que pagar! —gritó furioso, pero yo seguí corriendo hasta que me dejé caer en el césped de un parque.
No sabía en donde demonios me encontraba, pero no quería saber nada del mundo, mucho menos de mí mismo.
—Mi amor, no, no pudiste irte, no —susurré.
Mi visión se iba volviendo cada vez más borrosa, así que me levanté tembloroso y retomé el camino. Al final del parque, vi a mi preciosa Alizah, sonriéndome y llorando a la vez.
—Mi amor, mi vida —susurré sonriendo—. Estás viva. Lo sabía, lo sabía.
Llorando de alivio, corrí hacia ella, pero el camino parecía eterno y mis piernas pesaban demasiado.
—¡Alizah! ¡Alizah!
Ella se dio la media vuelta y avanzó hacia la calle. Desesperado por evitar que le ocurriera algo, aceleré el paso. No me importaba lucir ridículo ni que las autoridades me detuvieran después; lo único importante era alcanzarla.