Si no tuviera miedo

Capítulo 9

Alizah

Aquellas palabras me dejaron petrificada y sin poder salir de mi impresión hasta que llegué a casa.

—Señorita, no me ha dicho nada en todo el camino —me dijo Marissa al atravesar la puerta.

—No tengo palabras, no tengo nada que decir —murmuré, sin dejar de mirar la ecografía—. No lo puedo creer.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver a ese pequeño que ya parecía estar muy formado. No sentía alivio por no estar enferma; por el contrario, eso era un clavo más a mi martirio. Significaba que podía meter en problemas a Andrés por lo que había hecho.

Aun así, tampoco me sentía del todo infeliz. Ahora tenía motivos para salir de este estado y luchar por ese pequeño que me necesitaba.

—Mientras haya vida, hay esperanza —me recordó—. Y usted tiene vida en su interior, no solo la suya.

—Sí, sí, la tengo —sollocé—. Voy a tener un bebé.

Por un segundo, se me pasó la idea de contactar a Gael para decírselo y que todo se arreglara, pero la deseché. Él no me había dado la oportunidad de explicarme, ¿cómo se la iba a dar yo? Además, ya había anunciado mi muerte, ¿cómo me aparecía ahora? Tal vez Gael no me denunciara, pero sus padres sí.

Tenía que permanecer muerta para ellos y no volver jamás a esa ciudad. Nadie me quitaría a mi pequeño, ni me diría qué hacer con él.

Tal vez era el acto más cobarde y rastrero de toda mi vida, pero no me importaba. Mi bebé era solo mío, nadie más lo merecía después de todo lo que había pasado.

—Sí, claro que tendrá un bebé. Él será su fuerza, su luz, como mis hijos lo fueron para mí en mi momento más oscuro.

—Gracias, Mar, gracias por cuidarme. Sé que es tu obligación, pero…

—No, no la veo como una obligación. Me da gusto tenerla en casa, es una mujer muy dulce y, aunque no lo crea, hace que esta casa no se sienta infeliz, sino todo lo contrario.

—Y ahora lo seré más —sonreí mientras me limpiaba las lágrimas—. No voy a morirme y tendré un bebé. Tengo que llamar a mi hermana y a mi madrina.

—Sí, sí, hágalo —me instó—. Ella se pondrá contentísima como lo estamos las dos.

Con el corazón acelerado, me dirigí a la enorme sala y fui directo al teléfono. Arriba de la chimenea de piedra, que estaba apagada porque no hacía frío, había un reloj que me parecía que avanzaba lentamente mientras esperaba que mi hermana contestara.

—¿Marissa? —contestó ella con voz temblorosa—. Soy Lizzie, ¿pasó algo con Ali?

—Mire, verá…

—¡Dime que está bien! —gritó desesperada—. No, no me digas que le pasó algo, no, no, por favor…

Aunque no debía reírme del pánico de Lizzie, no pude evitar soltar una carcajada estruendosa. Fue un alivio para mi alma, ya que hacía mucho tiempo que no me reía tan fuerte.

—¿Alizah? —jadeó—. Mi niña, ¿eres tú?

—Sí, hermana, y perdóname por reírme, pero…

—Te escuchas mucho mejor —sollozó—. ¿Te estás riendo? ¿Qué pasó?

—Pasaron algunas novedades, que te contaré la próxima vez que estés por acá.

—No, dime ahora —exigió—. Andrés no está en casa y faltan unas horas para que llegue. ¿Sabías que hoy va a litigar frente a mi cuñado? Ya quiero saber cómo acaba todo esto.

—Puede que no regrese a casa y lo dejen encerrado por confesar que me hizo un certificado falso —me burlé, pero ella gruñó.

—Estás haciendo bromas, así que algo bueno debió pasarte —farfulló—. ¿No se habrá pasado por ahí ese papanatas?

—No, hermana —dije, perdiendo el buen humor—. Gael y yo no volveremos a vernos.

—¿Entonces?

—Cuando vengas, hermana. Esta noticia no te la puedo dar por teléfono.

Esa misma noche, mi hermana, Andrés y mi madrina llegaron a la casa. Al bajar las escaleras, vi a mi hermana atravesar la puerta como un bólido, y Andrés tuvo que sostenerla para que no se cayera al suelo.

—Mi amor, por Dios, cuidado —la reprendió.

—Estos malditos pisos de mármol, los odio —gruñó ella.

Al verme, sus ojos se llenaron de lágrimas y corrió hacia mí.

—¿Estás bien? —preguntó desesperada—. Dime cómo estás, por favor.

—Hija, nos asustaste mucho —dijo mi madrina—. Por favor, dime…

—No me voy a morir —anuncié, mirando fijamente a mi cuñado, quien parecía pensar: «Yo lo sabía, Ali, me debes quinientos grandes»—. Por consejo de Marissa, fui a revisión y descubrí que no tengo cáncer terminal. No estoy del todo sana, por supuesto, pero estaré bien.

Los gritos que lanzaron mi madrina y mi hermana hicieron que Andrés y yo nos tapáramos los oídos, pero también que nos echáramos a reír.

—¿Es en serio? ¿No vas a morir? —me preguntó Lizzie, tomándome del rostro después de que mi madrina me besuqueara las mejillas—. ¿Me lo juras?

—Te lo juro, Lizzie, pero entenderás que no quiero volver a la ciudad ahora. No…

—No, no, tranquila, cielo —sonrió—. Respetaré lo que quieras, claro que sí. ¿Cómo no lo haría? Todo sea con tal de que no me dejes.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.