Gael
—Está despertándose —dijo alguien, pero no era la voz que quería escuchar.
Estaba consciente desde hacía unos segundos, pero me negaba a abrir los ojos. No quería despertar y ver a Kendra en lugar de Alizah.
No podía aceptar la noticia de su muerte. Me negaba, la había visto.
—Alizah —susurré, recordando de pronto por qué había tenido el accidente—. Alizah, Alizah.
—No, mi amor, soy Kendra —dijo cuando abrí los ojos—. Ella no está aquí. Tú estabas en la calle y te atropelló un auto.
—Tenía que salvarla —dije desesperado—. La vi, Kendra, la vi cruzando la calle y por eso…
A pesar de que todo me dolía, me llevé las manos al cuello. Tenía un collarín puesto.
—Quiero que me lo quiten —farfullé—. Quiero que…
—No, no te lo quitaré. Lo necesitas para recuperarte —refutó ella con un cariño que me enfermaba—. Gael, Alizah murió, y cuanto antes lo aceptes, mejor será para ti.
—No, ella no murió —farfullé, sintiendo cómo calientes lágrimas resbalaban por mis mejillas—. Kendra, ella sigue viva. ¿Cómo puedes inventar barbaridades?
—Es una realidad, pero estoy aquí para cuidarte, mi amor.
Kendra intentó besarme, pero la fulminé con la mirada para que se apartara.
—No quiero que me toques, no quiero que me toque nadie.
—Mi amor…
—Sigo en mi postura: quiero el divorcio. No pienso seguir a tu lado.
—No —sollozó—. No me pidas esto, mi amor. Vas a necesitarme.
—No, no te necesito.
—Claro que sí, vas a necesitar muchas terapias para poder volver a caminar.
—¿Qué? No, eso no es cierto, claro que no —le dije, aunque sentía bastante rara la espalda y las piernas.
—Sí, Gael. Tuviste muchas fracturas porque te atropelló una camioneta.
—De todos modos, quiero que te vayas. Con mayor razón, quiero que te vayas.
—¡Te dije que no! No quiero que me cuides ni que hagas nada por mí. No quiero deberte nada.
—Pues no me importa, mi vida —replicó—. Quiero quedarme a tu lado, jamás te abandonaré.
Traté de mover la cabeza, pero ella logró besarme.
—Haz lo que te dé la gana —mascullé—. Te lo advertí y fui claro. Si no quieres irte, no lo hagas, pero no seré tu esposo nunca. ¿Me escuchaste? No puedo ser esposo de nadie que no sea ella.
—Pero te casaste conmigo, eres mi esposo. Me elegiste a mí.
—Te elegí por despecho, porque caí en la trampa de dos seres que juro que aplastaré. Lárgate, Kendra, no quiero volver a verte.
—No, no me puedes hacer…
—He dicho que te vayas —ordené—. No quiero ver a nadie, no quiero que me cuides.
—Está bien, me voy, pero solo de la habitación. Nunca aceptaré el divorcio, Gael. Esperaré pacientemente a que recapacites porque te amo.
Me reí, aunque cada carcajada me doliera no solo físicamente, sino también en el alma.
—Dejarás de amarme, eso te lo aseguro. El amor no prospera cuando no se recibe.
¿Cómo había pagado por todo el amor que Alizah me había dado? De la forma más espantosa: dejándola en cuanto todo se fue al diablo.
—Mi amor es diferente, mi amor sí es verdadero —dijo antes de irse, dejándome a solas con mi amargura y mi dolor.
—Tengo que seguir viviendo —dije con amargura, pensando en Alizah—. Es lo menos que me merezco por haber sido una basura contigo.
Comencé a sollozar fuertemente, ignorando el dolor que atravesaba mi cuerpo. Las fracturas impedían que me moviera, lo que empeoraba la situación. Sin embargo, lo merecía. Merecía perder el sentido de todo y quedarme a verlo. No era digno de elevarme al cielo con ella.
Tenía que redimirme en esta vida para poder alcanzarla. Si me iba en ese momento, solo encontraría el infierno.
—Volveré a ti —susurré, cerrando los ojos—. Te lo juro, mi vida, viviré solo para ti, para poder estar contigo algún día.
—A&G—
Los días pasaban uno tras otro, y el dolor de mi alma no hacía más que aumentar. Muchas veces pensé que no tenía sentido seguir con vida, pero el odio que sentía por mí mismo me obligaba a seguir adelante.
Kendra había cumplido con su palabra y seguía a mi lado, a pesar de mi mal carácter y mis constantes faltas de respeto. No la odiaba, pero su amor y su obsesión de que volviera a caminar me fastidiaban. Las terapias iban a funcionar con o sin ella, así que su presencia era irrelevante. De hecho, prefería que no estuviera, ya que me resultaba más fácil concentrarme.
—El señor tiene mejores avances cuando no lo acompaña —le dijo el fisioterapeuta a Kendra cuando llegó tarde y quiso entrar—. Es mejor que se vaya a casa.
—No, tengo que entrar —insistió ella—. Seguramente él se lo dijo porque quiere hacerse daño, pero…
—No, señora, él no lo dijo. Son cosas que noto —insistió—. De manera objetiva, puedo decir que el paciente mejora cuando hace sus terapias solo.