Si no tuviera miedo

Capítulo 11

Alizah

Me levanté sobresaltada, con el corazón palpitando a toda velocidad. Había soñado con lo mismo, pero esta vez me encontraba más asustada. Afuera llovía, como siempre, pero quizás habría sido peor encontrarme con la quietud de la noche.

Mi niño seguía durmiendo apaciblemente, como el angelito que era. A pesar de ya tener tres años, él era mi bebé hermoso, y siempre lo sería.

Sabiendo que no se despertaría, ya que era de sueño pesado, lo arropé y bajé a la cocina a tomarme un vaso de leche.

—¿No puedes dormir de nuevo? —me preguntó Marissa, que estaba en la cocina.

—Al parecer, tú tampoco —repliqué mientras me dirigía a la isla de la cocina.

—En noches lluviosas me gusta quedarme despierta leyendo —sonrió—. ¿Le gustaría un té o leche?

—Leche con miel, por favor —contesté—. De nuevo tuve esa pesadilla.

Marissa detuvo lo que hacía y frunció el ceño.

—¿La de ese hombre?

Asentí con temor y ella suspiró.

—Creo que se excedió demasiado en esa despedida de soltera, si quiere mi más sincera opinión.

—Lo sé, Marissa. No sé qué me pasó esa noche —admití apesadumbrada—. Aunque todo está bien y me tomé una pastilla, sigo teniendo miedo.

—Tranquila, no sucederá nada —me aseguró—. Según investigué, esas cosas son seguras.

—Sí, tienes razón.

Marissa me habló sobre otras cosas, pero mi mente se perdió de nuevo en esos recuerdos de la noche en que fui a Metrosur, una ciudad bastante grande y bonita a tres horas de La Ciénaga. Era la primera vez que me permitía salir desde que había llegado al pueblo y, aunque lo hice con miedo, no podía fallarle a Cinthya, mi mejor amiga. Ir a su despedida de soltera era algo obligatorio, ya que sería su dama de honor.

Esa noche me permití beber lo que no había bebido y ser lo que nunca fui, porque comencé mi relación con Gael cuando apenas comenzaba mi vida. No es que no me hubiera divertido con él ni que no hubiéramos ido a fiestas, pero siempre mantuvimos recato estando en público.

Esa noche, cualquier prudencia escapó de mí y terminé pasando la noche entre los brazos de un hombre que me hizo sentir viva, aunque nunca pude verle el rostro. Sin embargo, siempre recordaría su aroma y todo lo que me decía.

—Aquí tiene la leche tibia con miel —me dijo Marissa, trayéndome de regreso al presente—. Tiene que descansar, no es bueno estar así.

—Lo sé, y te juro que lo intento, pero simplemente la culpa no me deja dormir.

—Es una mujer soltera —sonrió—. No tiene por qué comerse la cabeza de esta manera, no le hizo mal a nadie.

—A mi hijo sí —dije apesadumbrada—. Y a eso que todavía siento por Gael.

—¿Todavía no lo olvida?

—Fue el amor de mi vida, pero cuando…

Negué con la cabeza y sonreí. Era mejor guardar todos esos recuerdos en el fondo de mi mente.

—Tienes razón, Marissa, no debería martirizarme por esto —sonreí—. Esto seguramente me ayudará.

Me acerqué el vaso a los labios, pero al dar un pequeño sorbo, la leche me supo completamente asquerosa.

—No, no, por Dios, ¿qué es esto? —me quejé, asqueada.

—La leche está recién comprada —dijo Marissa, preocupada—. ¿Le dio asco?

—Sí —dije limpiándome los labios.

Segundos después, me encontré en el baño del despacho, vomitando sin parar. La cena de hoy también me había sentado pesada, pero creí que se me pasaría al descansar.

—Tiene que ver al doctor —me dijo Marissa cuando salí del baño—. Me preocupa, tal vez la cena le hizo daño.

—Sí, tal vez —asentí—. Creo que soy mala cocinando cosas que no sean postres.

—No, ¿qué va? —se rio, nerviosa—. Pero tal vez, como no lo hace seguido, pudo haber hecho menos tiempo de cocción.

—En ese caso, tengo que llevar también al doctor a Luis —dije preocupada—. Soy una tonta, Mar, debí haber tenido más cuidado.

—No se preocupe, tal vez no sea eso.

No respondí nada y simplemente subí las escaleras. Al entrar a mi habitación, encontré a mi hijo despierto, frotándose los ojos.

—Mami, ¿no puedes dormir? —me preguntó, preocupado.

Se me encogió el corazón. Luis Gabriel, siempre que se despertaba solo, no se preocupaba por tener miedo, sino por mí, por si me hubiera pasado algo. Y no le faltaba razón, ya que las pocas veces que amanecía sin mí a su lado, era porque mi mundo se tambaleaba.

—No, tuve una pesadilla, pero ya estoy mejor, mi amor —le aseguré mientras me acercaba—. Vamos a dormir.

—Tienes muchas pesadillas, mami. No me gusta.

—Ni a mí, pero te prometo que ya se me va a pasar. ¿De acuerdo?

—Sí. Mmm… Hueles raro, ¿qué…?

—Me sentí un poco revuelta del estómago y vomité.

—Debemos ir al hospital —dijo, con sus brillantes ojos verdes llenos de preocupación—. Mami…




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