Alizah
—¿Lo tendrás? —me preguntó Cinthya durante el camino a casa—. Sabes que, decidas lo que decidas, puedes contar conmigo. Puedo ayudarte con el procedimiento y estaré contigo en todo momento.
—Lo sé, Cin —asentí—. Y aunque te parezca una tontería, dadas tus creencias, lo tendré. Tengo que hacerme cargo de mi error.
—Amiga, no te sientas obligada —insistió—. Sé que tu negocio va de maravilla y que puedes mantenerlos, pero si no lo deseabas…
—Bueno, la llegada de Luis Gabriel también me tomó por sorpresa, pero seguí adelante y no me arrepiento ni un solo día. Él es el amor de mi vida, lo que me mantiene fuerte.
—De acuerdo, si eso es lo que quieres, comenzaré los preparativos para todas las fiestas y el bautizo.
Me eché a reír entre lágrimas y la tomé de la mano.
—Te adoro, no sabes cuánto.
—Y yo más, Ali, loquita —replicó, dándome un apretón—. Amaré a mi nuevo sobrino tanto como amo a mi Gabito, ¿sí? Y serán los mejores amigos de los hijos que tenga.
—¡Estoy ansiosa por eso!
Pero casi de inmediato me puse a llorar. Estaba aterrorizada, sin saber qué haría cuando naciera este nuevo bebé ni qué explicaciones le daría a mi hijo y a mi familia. Que me ayudaran con mi pequeño Luis era una cosa, pero decirles que tendría otro bebé, y de un padre desconocido, era otra muy distinta.
Conseguí calmarme un poco antes de llegar a casa, donde me esperaba un día de trabajo: tenía que hacer la entrega de un pastel de cumpleaños para los Fonseca al día siguiente. A pesar de ser una familia pudiente y «nariz parada», siempre habían sido mis favoritos porque me pagaban por adelantado y tenían personal que recogía los pasteles.
—Se tardó mucho, señorita. ¿Está bien? —me preguntó Marissa cuando entré—. ¿Fue al doctor?
—Sí, acabo de venir del hospital —asentí mientras la tomaba de la mano—. Hablemos en la sala, esto es delicado.
—Ay, no me asuste, por favor —rogó—. ¿Tiene algo malo?
—Espera, tenemos que sentarnos.
Marissa me seguía a la sala temblando. La pobrecita estaba más nerviosa que yo, y aunque odiaba prolongar su preocupación, no encontraba las palabras adecuadas.
—Por favor…
—Estoy embarazada —solté sin más, ya que no había otra forma de decirlo—. La verdad es que no tengo la menor idea de quién es el padre de mi bebé. Mis recuerdos no son claros.
Mis ojos se llenaron de lágrimas y noté que volvía a temblar. La expresión de Marissa era de total incredulidad.
—¿Embarazada? ¡Oh, por Dios!
—Sí, está confirmado. Mañana tengo una cita para iniciar mi seguimiento prenatal. Me estoy muriendo de miedo, Mar. Te juro que esto es peor que la primera vez.
—La entiendo, pero no debe preocuparse. Estoy aquí para usted y siempre lo estaré.
—¿De verdad? ¿No piensas lo peor de mí?
—Por supuesto que no —sonrió—. ¿Cómo podría hacerlo? Tal vez no sea lo mejor, pero un hijo siempre es una bendición. Aunque no sepa quién es el padre, sabe quién es su madre, y es usted. No va a dejar nunca a este hermoso angelito.
—No, nunca —dije, acariciando mi vientre—. No sé aún lo que siento por él o ella, pero lo tendré. Es mi bebé.
—Así es —asintió—. Quite esa cara de angustia y mejor encarguémonos de seguir con su negocio. Ahora que tendrá dos bebés, necesitará más ingresos.
—Tienes razón, tengo que moverme más, pero sigo con miedo. No puedo formar un negocio grande y…
—Su hermana ya se lo dijo: ella se haría cargo en caso de ser necesario. Sé que no quiere hacerla cargar con esa responsabilidad ahora que tuvo a la pequeña Alicia, pero…
—Pues con toda la pena, tendré que hacerlo —murmuré—. Necesito expandir este negocio. La llamaré y veré qué dice. Seguramente me va a regañar y patear el trasero.
Pero cuando le conté a mi hermana, me brindó su apoyo incondicional. Al principio, se preocupó y me dijo que podría haberme contagiado de algo grave, pero se tranquilizó cuando le aseguré que estaba sana. Mi madrina, por su parte, reaccionó con preocupación, pero me prometió mudarse conmigo un tiempo para ayudarme a cuidar de mi bebé.
—¿Un hermanito? —preguntó mi confundido bebé en la cafetería, lugar donde decidí contárselo—. ¿Tienes un hermanito en tu panza?
—Sí, mi amor. Vas a tener un hermanito, y cuando crezca un poco, podrás jugar con él.
Mi pequeño se bajó de la silla y se inclinó para tratar de poner la oreja sobre mi barriga. Solté una risita nerviosa para disimular que quería llorar. ¿Cómo podía ser hermano mayor tan pronto? ¿Y cómo podía hacerlo sin darle un hogar estable con padre? Aunque él no lo dijera, le hacía falta una figura paterna.
—Mi hermanito, te quiero mucho —dijo en voz baja.
—Y nosotros te amamos a ti —contesté sonriendo.
—¿Alizah?
Todo mi cuerpo se paralizó al escuchar esa voz que, aunque llevara años sin escuchar, reconocería sin duda.